Por: Santiago Pérez
“..entendiendo ser cumplidero e serviçio De Dios e mío en en acrecentamiento de nuestra Santa Fe católica he mandado conquistar las yslas de Tenerife e La Palma”..”e acatando cuanto nuestro señor Dios sería servido que los dichos infieles sean convertidos a la dicha nuestra Santa Fe o sean lançados de las dichas yslas”
Doña Ysabel, por las gracia De Dios Reyna de Castilla e de León,de Aragón…(Valladolid, 17 de enero de 1481)
Por la conquista de Méjico, por la de Canarias, por la de cualquier otro lugar de ultramar…y hasta por los territorios reconquistados a los musulmanes árabes o norteafricanos, en los que llevaban hasta ocho siglos arraigados en la propia Península Ibérica.
La presidenta mejicana Sheinbaum o su predecesor López Obrador han reclamado a España que pida ese perdón. Y el Gobierno está dispuesto a pedirlo.
La expansión de la Corona de Castilla fue continuación de la culminación de La Reconquista. E impulsada por las mismas energías acumuladas y por los mismos motivos: “el acrecentamiento de la Santa Fee católica” que sirvió de fundamento a la concesión del Papa Alejandro VI (tan vinculado a los propios Isabel y Fernando) mediante la bula ”Inter caetera” (1493), atribuyendo a la Corona de Castilla la pertenencia de las tierras “halladas y por hallar” en la otra orilla del Atlántico; y, por otro, la fuerza expansiva de la propia Monarquía y la ambición de riquezas y de gloria que empujaron a tantos conquistadores y aventureros. Exactamente las mismas razones y motivaciones que alentaron “La Reconquista”.
Nadie negará las atrocidades cometidas contra los pueblos originarios y civilizaciones de la América. Y contra los aborígenes de nuestras Yslas Canarias.
Masacres, esclavizaciones más o menos maquilladas de encomiendas para educarles en el cristianismo, trabajos forzados hasta la extenuación y la muerte en las minas de plata de Zacatecas o de Guanajuato, en Méjicoo…o del Cerro Rico de Potosí, en el Alto Perú, imponiéndoles mismas las prestaciones personales (la mita) que exigía El Inca a sus súbditos.
Y por este lado de la Mar Oceana, muertes, sometimientos y capturas de nuestros aborígenes para su venta como esclavos en los mercados peninsulares..
Todo eso fue terriblemente cierto.
También fue cierto el papel de la Corona, cambiante y contradictorio a lo largo de los siglos del Imperio. Los Reyes dictaron instrucciones y normas dictadas para la protección de los indígenas. Las tempranas instrucciones de la propia reina Ysabel de Castilla a fray Nicolás de Obando (1503) -sustituto del Almirante Cristóbal Colón- para la gobernación de sus nuevas posesiones americanas, propugnando el respeto a los indígenas como súbditos y haciéndole el encargo de que “los indios se casen con sus mujeres en haz de la Santa Madre Iglesia y que asimismo procuren que algunos cristianos se casen con algunas mujeres indias y las mujeres cristianas con algunos indios” . O su Codicilo testamentario en el que suplica a Fernando, a su hija Juana y a Felipe el Hermoso que “no consientan ni den lugar a que los indios, vecinos y moradores de las Indias y Tierra Firme, ganadas y por ganar, reciban agravio alguno en sus personas ni bienes, antes al contrario que sean bien y justamente tratados, y si han recibido algún agravio que lo remedien…”.
O las Leyes Nuevas de Indias (1542) encaminadas a la abolición de las encomiendas que suscitaron la rebelión de los colonos del Virreinato del Perú, que asesinaron al propio Virrey, Núñez de Vela.
Sin embargo la Metrópoli estaba muy lejos de aquel hemisferio. Y las nacientes oligarquías ocuparon todos los vacíos y resquicios de poder para “acatar y no cumplir” las normas y los dictados de La Corona. Y para dar así rienda suelta a todas sus ambiciones y a todos los padecimientos de la población indígena.
Una Monarquía, además, cada vez más ahogada financieramente como consecuencia de las infinitas contiendas en suelo europeo en las que la Casa de Austria, por sus intereses dinásticos o por su papel de faro de la Cristiandad frente la expansión del Turco, involucró intensamente, arruinándolo de riquezas y de hombres, al Reino de Castilla. Prueba de ello fueron las dos bancarrotas de la Monarquía durante el reinado del mismísimo Felipe II.
La Hacienda de los Austrias necesitaba, pues, agobiantemente el “quinto real” de las remesas de plata y de otras riquezas fruto del expolio de aquellas tierras y de la explotación de sus habitantes originarios. Y de aquí proviene gran parte de su complicidad en el expolio americano.
También hay que decir que la preocupación y los debates estimulados por la propia Monarquía sobre el derecho a la conquista, a la explotación de las riquezas americanas y al sometimiento de sus habitantes -con aportaciones trascendentales como las de Francisco de Vitoria, el Padre Mariana o el propio Bartolomé de Las Casas, frente a la tesis conservadoras y racistas de personalidades como Ginés de Sepúlveda- no tienen el menor parangón en otras Monarquías europeas durante la construcción y consolidación de sus respectivos imperios.
Las conclusiones de esos debates en las Jornadas de Valladolid, convocadas por el propio Carlos V, fueron el origen inmediato de las Nuevas Leyes de Indias.
La Monarquía Británica, para no ir más lejos, acabó oficializando tesis supremacistas que relegaban a los aborígenes a la condición de meras bestias humanas de la selva (like beast in the forest, human beasts) y les negaban, por tanto, cualquier derecho de propiedad sobre las tierras de sus ancestros, cualquier autoridad a sus propios gobernantes y cualquier vigencia a sus propias leyes, derogadas de inmediato por la soberanía de la Corona inglesa.
El resultado innegable de esas diferencias está a la vista: sociedades mestizas en Hispanoamérica, con gobiernos que reivindican su pasado y sus culturas aborígenes -desde López Obrador y Sheinbaum a Evo Morales…- y práctico exterminio de los pueblos originarios en la América colonizada por los británicos.
De forma que me parece bien que se pida perdón por tantas atrocidades cometidas por y durante la colonización de Méjico y de otros territorios americanos; o por las que sufrieron los antepasados aborígenes de un pueblo como el nuestro, fruto también de un intenso mestizaje. Tiene un importante valor fraternal, de buena voluntad, reconciliación y de resarcimiento simbólico…Y más en tiempos donde vuelven a campar criminalmente el supremacismo y el racismo blanco.
Pero cada cosa en su sitio: también la existencia de sociedades mestizas, y una altísima presencia de etnias y culturas aborígenes, son el resultado de aquella expansión y del Imperio español.
Frente a esa realidad histórica y actual, la devastación, el exterminio y el apartheid de los pueblos originarios que han caído bajo el dominio de otras potencias europeas: como en América septentrional durante la Edad Moderna y en África hasta anteayer mismo.

