Por: Lidia Falcón
Carlos París nació el 17 de julio de 1925. Este julio se cumplió el centenario. La revista del Partido Comunista de España, “Nuestra Bandera” dedicó un espacio a rememorar su ideario, su lealtad a los principios y luchas del partido, al que dedicó el medio siglo que comenzó con el final de la dictadura y su propio final el 31 de enero de 1014. Sin duda quien tuvo retuvo. El PCE no le olvidó. No así el Ateneo de Madrid, cuya presidencia ostentó diez años en sucesivas elecciones. Ni tampoco la Universidad Autónoma que creó por encargo expreso del Ministerio de educación, ni la Facultad de Filosofía y Letras de la que fue decano durante varios quinquenios, ni el Departamento de Filosofia del que fue director desde su creación hasta su muerte. Más de sesenta años dedicados a la enseñanza, el estudio, al análisis, al pensamiento, para despertar a la “inteligentzia” española de la podredumbre y el bostezo en que estaba instalada desde el triunfo de las huestes fascistas, que no merecieron premios institucionales ni menciones especiales en las listas anuales de los amigos y socios que ostentaban el poder.
Creó la sociedad iberoamericana de Filosofía, en compañía de intelectuales de varios países de América Latina, fue presidente de la Asociación de Amistad Hispano-nicaragüense cuando los sandinistas lograron derrocar al criminal dictador Somoza, y organizó y presidió conferencias y congresos sobre los temas trascendentales de la época en toda España y parte de Sudamérica.
París perteneció a las generaciones de hombres de la élite intelectual española que dirigieron las universidades y dedicaron sus estudios, su tiempo y sus esfuerzos a difundir el conocimiento que poseían del pensamiento y de la historia del mundo, no sólo a los alumnos matriculados en las clases en las que París ejerció su cátedra: Santiago de Compostela, Valencia y la Autónoma de Madrid, sino también, y profusamente, mediante los artículos que difundieron variados periódicos y revistas y la televisión española y los libros que publicó sobre los temas de más relieve en la vida política, social y moral de su tiempo, amén de conferencias, debates, congresos y plenarios tanto del PCE como de la Universidad donde impartía sus clases, así como en universidades y simposiums de países de Europa y Latinoamérica.
Es imposible resumir en un artículo la vida, la labor y el pensamiento de un filósofo tan fecundo que mantuvo su actividad hasta pocos días antes de su muerte, cuando había cumplido ochenta y ocho años.
Es imprescindible destacar su honradez moral e intelectual. Perteneciente a una familia conservadora profundamente religiosa, ingresó en el Partido Comunista en el año 1975, cuando la falsedad de la política española y de los dirigentes que habían pilotado La Transición le convencieron de la necesidad de invertir su tiempo, sus sabiduría y su trabajo en la ingente tarea de “transformar el mundo” como reclamaba Carlos Marx. Eran tiempos de cambios sin duda, que pudieran haber sido transcendentales en España, si se hubieran dirigido a beneficiar a las clases desposeídas y explotadas por la plutocracia que poseía la riqueza y los medios de producción del país.
Fue evidente, desde el inicio de los acuerdos que establecieron los dirigentes franquistas con los políticos preparados para cumplir las instrucciones que impartía el Departamento de Estado de EEUU, que no se iba ni aún intentar cumplir la consigna marxiana “A cada cual según sus necesidades y de cada cual según su capacidad” que Carlos repetía.
En España la Transición no significó ni el reparto de la riqueza ni la igualdad entre el hombre y la mujer, ni aún menos la expropiación de los latifundios que detenta en exclusiva la nobleza, ni de las grandes empresas y multinacionales que poseen la mayoría de los medios de producción.
Perdido teníamos el futuro cuando no nos devolvieron la República que tan sangrientamente nos habían arrebatado. Y con ella los principios morales que había implantado medio siglo atrás. Los administradores tanto de la riqueza económica como cultural del país fueron los representantes de la socialdemocracia que llevaba ejerciendo su poder en media Europa, fieles lacayos y servidores del Capital y de la OTAN, como comprobamos prontamente cuando liquidado el dictador se coronó a otro miembro de la casa Borbón, cuyas tropelías cuando estuvo en el trono tuvimos que esperar cincuenta años para conocer.
En ese momento económico, político y social, Carlos eligió poner sus facultades y conocimientos para defender las clases sociales y los pueblos oprimidos del mundo. Dice en la presentación de su obra que su filosofía parte del grito contra la injusticia. Lean sus libros “Crítica de la civilización nuclear”, “Ética radical”, “Biología y Cultura” , y los artículos que publicó periódicamente en “El País”, hasta que su oposición a la guerra del Golfo, en la que participó España de la mano de Felipe González, le ocasionó la proscripción de los dirigentes del periódico.
Carlos París desarrolló su vida y su creación en todo el siglo XX, el más destructivo y criminal de los periodos de la historia de la humanidad, manteniendo sus convicciones e integridad moral incólumes a pesar de las continuas críticas de los que debían ser sus compañeros y de las instancias tentadoras de los que se habían instalado en los sillones del gobierno.
En España no se premia tal coherencia y fidelidad a los principios políticos y morales escogidos. Unamuno será la voz que más dramática y constantemente denuncie que ”la envidia es la lepra de España” y la ingratitud con que premia la fidelidad de sus más preclaros y geniales pensadores. Carlos París fue el más fiel discípulo de Unamuno y como él recibió desdenes e ingratitudes, incluso de sus más cercanos colaboradores, discípulos primero y elevados a la cátedra después, que no dudaron en votar contra él cuando otros intereses les apetecían más.
Ahora que se está terminando el año y con él el siglo que acompañó a Carlos París toda su vida, la Universidad Autonóma de Madrid se niega a conmemorar su paso por ella durante varias décadas y su magisterio a varias generaciones de estudiantes.
Se dice que el Ateneo de Madrid prepara algún acto en su homenaje del que me han excluido, porque lo que los rectores de la España democrática no pueden consentir es que se sea comunista y feminista, en vez de seguir el marcado y estrecho camino del capitalismo liberal que han adoptado los dirigentes de esta España heredera del franquismo. Y que han copado todos los puestos de poder de las instituciones para seguir marcando el paso del país y que no se desvíe hacia el recuerdo y el reconocimiento de aquellos que en los dramáticos tiempos pasados invirtieron su talento y sus fuerzas en intentar que se cumpliera la transformación de un país atrasado, dominado por las fuerzas internacionales económicas, donde todo olía a sotana, en la España avanzada, libre y solidaria que propugnaba la Institución Libre de Enseñanza y donde pudiera cumplirse el programa del reparto de la riqueza del Partido Comunista.

