Por: José Manuel Rivero
El saqueo del Louvre no constituye una anomalía, sino la síntesis de una transformación estructural del Estado francés. Lejos de ser una mera falla logística, este episodio cataliza y revela un proceso histórico más profundo: la disolución del poder público en su rol tutelar y su reconversión en un aparato de coerción pura. La escena de cámaras inoperativas y gendarmes inmóviles es la manifestación culminante de un Estado que, dominado por un sistema político neoliberal, se reconfigura como una entidad policial y militar. Su objetivo último es disciplinar a los sindicatos y a las clases subalternas dentro de una economía de guerra, un orden social carente de legitimidad que solo puede perpetuarse mediante el miedo, la vigilancia y la violencia sistémica.
Esta reconfiguración es la respuesta a una crisis orgánica. El ciclo de movilizaciones contra la reforma de las pensiones, iniciada en 2023, no fue una protesta sectorial, sino una insurrección cívica contra un Estado que gobierna en contra de la voluntad popular, evidenciando una fractura hegemónica. La respuesta estatal fue la lógica del garrote: detenciones arbitrarias, violencia policial y un estado de excepción implícito donde la represión se normaliza como instrumento de gobierno. Esta maquinaria represiva no se desmanteló; se refinó y expandió en este año de 2025. Las protestas contra el encarecimiento de la vida y los nuevos planes de austeridad fueron enfrentadas con criminalización de la disidencia y vigilancia masiva. La República se ha transmutado así en un régimen de control absoluto, donde el orden público se erige como la ideología oficial de un Estado despojado de su contenido social.
En este contexto, la supuesta “falla de seguridad” en el Louvre opera como una oportunidad política funcional. Un gobierno incapaz de convencer o movilizar a su pueblo necesita fabricar vulnerabilidades para justificar un nuevo escalón en el control social. Su respuesta a la propia negligencia no será la autocrítica, sino la intensificación: mayor presupuesto para seguridad, más privatización de funciones estatales y mayores poderes discrecionales para los aparatos de inteligencia. El ladrón se convierte en un pretexto funcional; la reacción, en una estrategia de Estado.
Esta estrategia se inscribe en la economía política de la guerra del neoliberalismo francés. Macron ha transformado el rearme europeo y el apoyo militar a Ucrania en el pilar de su supervivencia política. La escalada bélica en el exterior sustenta la represión en el interior. Mientras en Kiev se invocan de manera truculenta los valores europeos, en París se reprime a los trabajadores. Cada envío de armas fortalece la alianza del Estado con el complejo industrial-militar y le proporciona un relato de legitimidad patriótica que ya no puede hallar en la justicia social. La guerra exterior y el disciplinamiento interno son las dos caras de una misma moneda: la consolidación de un Estado neoliberal en crisis. Francia no se rearma solo contra un enemigo externo ruso prefabricado; se rearma contra su propia clase trabajadora.
El Louvre saqueado, por tanto, no simboliza la vulnerabilidad ante el crimen, sino la exposición al cinismo de una élite dirigente. Es el emblema perfecto de un Estado que ya no protege ni sus tesoros culturales ni a su pueblo, sino los intereses de una élite transnacional que ha vaciado de significado la palabra “República”. El asalto al Louvre, lejos de debilitar al poder, refuerza su dimensión aparente: le ofrece el argumento necesario para avanzar hacia un régimen donde la seguridad suplanta al derecho y el miedo reemplaza al contrato social.
Las movilizaciones que persisten en reclamar salarios, jubilaciones y pensiones dignas, y soberanía popular se enfrentan a un Estado que ha abandonado el diálogo. Acorralado por el descrédito y sostenido únicamente por su aparato coercitivo, el poder ha hecho de la represión su política interior y de la guerra su coartada exterior. En esa convergencia —la del Louvre saqueado, la clase trabajadora reprimida y la escalada bélica en Ucrania — se revela la verdad del momento francés: un Estado en colapso orgánico, que recurre a la guerra y al orden como últimas formas de legitimación. Francia no ha sido derrotada por un ladrón. Se ha derrotado a sí misma en el intento desesperado de preservar un sistema capitalista sin futuro.

