Por: José Manuel Rivero.
Donald Trump ha presentado su “plan integral” para Gaza con el envoltorio de una promesa de paz, reconstrucción y prosperidad. Pero bajo esa retórica amable se esconde un programa de recolonización tutelada que, lejos de reconocer al pueblo palestino como sujeto político, lo reduce a simple objeto de administración y de negocio.
La lógica es transparente. Primero, la desmilitarización total: Gaza debe quedar desnuda de cualquier capacidad de resistencia. Segundo, la exclusión absoluta de Hamás y de toda fuerza política local de la gobernanza, sustituida por un comité “tecnocrático” controlado desde fuera. Y tercero, la imposición de una “Junta de la Paz” presidida nada menos que por Trump, con figuras como Tony Blair, encargada de dirigir el territorio como si fuese un protectorado moderno. Lo llaman neutralidad, pero es tutela colonial.
El plan alcanza su máxima expresión de cinismo en la cuestión de la amnistía. Durante años, Estados Unidos e Israel han repetido que Hamás encarna el “terrorismo absoluto”, innegociable y sin matices. Ahora, de pronto, se ofrece “perdón” a quien deponga las armas y acepte la nueva Gaza tutelada. El supuesto enemigo demonizado se convierte en mercancía política: si sirve para estabilizar el nuevo orden, se lo blanquea; si no, se lo condena. Así se revela la hipocresía brutal del discurso hegemónico: lo que era absoluto se pone en almoneda cuando conviene.
Y todo ello con un efecto colateral buscado: dar impunidad a Netanyahu y a los criminales de guerra sionistas responsables de la masacre de Gaza. Mientras se teatraliza la amnistía a Hamás, se oculta la verdadera amnistía —la que consagra la impunidad de quienes bombardearon hospitales, arrasaron barrios enteros y convirtieron en ruinas un territorio entero. El plan blinda la responsabilidad israelí y entierra cualquier posibilidad de justicia internacional y de condena a los criminales de guerra por delito de Genocidio.
Mientras tanto, la “reurbanización” y la “zona económica especial” prometidas repiten la receta neoliberal aplicada en tantos territorios devastados: reconstrucción como negocio, “ciudades milagro” diseñadas para el capital extranjero, empleos como dádiva para desactivar resistencias. Se presenta como prosperidad lo que no es más que la apertura de Gaza a la extracción de riqueza y a la dependencia estructural.
Este plan articula coerción (desarme, fuerzas internacionales, control fronterizo) con consentimiento (ayuda, empleo, reconstrucción) para construir hegemonía. Y Pierre Vilar nos recordaría que en el tiempo largo de la historia, la colonización más eficaz no es la de los tanques, sino la que reorganiza la economía, la tierra y las relaciones sociales.
El “Plan Trump” no es paz, es despojo institucionalizado. No ofrece autodeterminación, sino la conversión de Gaza en laboratorio de gobernanza tutelada, despolitizada y dependiente. Una paz verdadera solo podrá nacer cuando se reconozca al pueblo palestino como sujeto político soberano, capaz de decidir sobre su territorio, su economía y su futuro. Hasta entonces, cada plan de reconstrucción será, inevitablemente, un plan de recolonización y de impunidad para los verdugos sionistas.