Por Lois Pérez Leira
Las palabras de Rufián no son solo retórica parlamentaria. En un momento en que la ultraderecha europea gana espacio institucional (como se ha visto en Francia, Italia o Alemania), y donde el lawfare, la censura y el discurso de odio se normalizan, la propuesta de un frente democrático no es solo legítima: es necesaria.
Se trataría de reeditar, con nuevas formas y actores, algo parecido a un frente popular del siglo XXI: amplio, diverso, desde abajo, pero con capacidad de disputar el poder institucional y construir un horizonte alternativo al neoliberalismo autoritario.
¿Y ahora qué?
La pelota está ahora en el tejado de las fuerzas interpeladas: Sumar, BNG, EH Bildu, Más País, Compromís, Chunta Aragonesista, Podemos, entre otras, deberán valorar si este llamamiento es una oportunidad estratégica para recomponer alianzas —muy tocadas tras las elecciones europeas— o si se dejará pasar una vez más, ante el riesgo evidente de dispersión y desmovilización.
Lo que está claro es que, como señaló Rufián, el neofascismo no se combate solo con denuncias: se enfrenta con organización política, alianzas reales y compromiso social.