Por: Gerardo Rodríguez (miembro del Secretariado Nacional del STEC-IC)
El 9 de febrero de este 2025 se celebrará la primera vuelta de las elecciones presidenciales en Ecuador. En caso de no haber un ganador con mayoría absoluta o con más del 40% de los votos y 10 puntos porcentuales sobre el segundo, se irá al balotaje o segunda vuelta dos meses después, y dos meses después es mucho tiempo sobre todo en política, y sobre todo en Ecuador.
Estas son unas elecciones cruciales tanto para la ciudadanía del Ecuador como para el resto del mundo. Aunque hay 16 candidatos/as de todo el espectro ideológico, la verdadera disputa se centra entre Luisa González y Daniel Noboa.
Luisa González representa a la Revolución Ciudadana que hace años llevó al Palacio de Carondelet a Rafael Correa, verdadero líder de esta opción de izquierdas transformadora y democrática que en sus diez años de gobierno devolvió al país la autoestima y a la ciudadanía sus derechos perdidos en tantas décadas de gobiernos oligárquicos, a tal punto que los emigrantes ecuatorianos en el exterior regresaron a Ecuador por millones. El Estado pasó de país exportador de materias primas y abúlico en servicios públicos y sociales, a referente en aspectos tales como el fortalecimiento de los servicios públicos que aumentaron su universalidad y su calidad, una política redistributiva de la riqueza generada por recursos como el petróleo, una democratización de los medios de comunicación que acababa con los monopolios informativos de los grandes empresarios privados, una política exterior que integró a Ecuador en el “socialismo del siglo XXI”, junto a buena parte de América Latina, ameritando la atención del mundo que se había quedado sin un contrapeso al neoliberalismo. Al mismo tiempo se profundizaba en la creación de organismos supranacionales de integración regional como el ALBA y la CELAC, ensayos de “la patria grande” que los libertadores deseaban desde la independencia de esas repúblicas fragmentadas tradicionalmente.
Por otro lado, tenemos al actual presidente Daniel Noboa. Un empresario joven, hijo de Álvaro Noboa, excandidato presidencia y la mayor fortuna del país. Noboa hijo es un fatuo que acaba de subir los aranceles con México un 27% para hacerle la pelota a Donald Trump y acorralar a la presidenta de México, país con el que rompió relaciones desde que allanó su sede diplomática y secuestró al vicepresidente con Correa, Jorge Glas, que allí estaba refugiado, un verdadero ataque de un trumpista al derecho internacional antes del regreso de Trump a la Casa Blanca, imaginen lo que se diría si Nicolás Maduro violase la Embajada Argentina y secuestrara a los allí refugiados en ese momento. Desde el inicio de su gobierno en 2023, una vez cesado en su cargo el banquero Guillermo Lasso, que no pudo concluir su legislatura, Ecuador ha vivido una ola de violencia sin precedentes, con los cárteles de la droga y la policía y los militares enfrentados a veces, o en alianza secreta otras, que ha ocasionado a la población ecuatoriana un sufrimiento continuo y una ola de crímenes y desapariciones forzadas que se cuentan por decenas. Una nueva presidencia de Noboa sería una pésima noticia para Ecuador, salvo para la casta de poderosos aliados que lo apoyan: la derecha política, mediática y económica, la Iglesia, el imperialismo norteamericano cuyo presidente-delincuente no quiere una nueva voz discordante al sur de Río Bravo, donde cree que puede hacer lo que quiera sin que nadie le contradiga. Noboa no tiene carisma ni programa para la población, ni le importan los ecuatorianos un carajo, pero tiene dinero y recursos de todo tipo para llevar a cabo unas elecciones que podrían ser fraudulentas en caso de que haya una victoria electoral de la izquierda como todo parece indicar.
La candidatura de la Revolución Ciudadana tiene un suelo electoral del 35% y gobierna en las dos ciudades más importantes con alcaldes en Quito y Guayaquil. El legado de Rafael Correa, presidente de 2006 a 2007, aún perdura en la memoria de los ecuatorianos como unos de sus mejores momentos históricos, pero la presidencia de su sucesor Lenin Moreno, un traidor que giró hacia el Neoliberalismo siendo candidato del mismo partido que Correa (Alianza País) al que persiguió con saña y falsedades hasta que tuvo que exiliarse en Bélgica y la propaganda desatada en su contra y su demonización posterior, también han ayudado a que amplios sectores caigan en la desinformación y lo rechacen. Ese suelo electoral del 35% más un 10% de indecisos que pueden inclinarse por el correísmo, pueden darle la victoria en primera vuelta a Luisa González.
También hay que añadir que Ecuador es un país que ha dado al mundo figuras de la talla de Eloy Alfaro, la encarnación histórica más perfecta del coronel Aureliano Buendía, inolvidable personaje de “Cien años de soledad”. Solo que Alfaro, caudillo liberal como Aureliano, nunca firmó una paz vergonzosa, ni bajó los brazos, ni abandonó la lucha por el progreso, el laicismo y la democracia. Quiso modernizar el país creando el ferrocarril entre Quito y Guayaquil, una línea férrea que muchos años después rescató Correa convirtiéndolo en uno de los trenes más placenteros del mundo por la belleza que se contempla desde su recorrido, ya conocido como “Tren de Alfaro”. Alfaro murió linchado por una multitud fanatizada por el clero y empobrecida por los caciques pero hoy es un prócer, no solo del Ecuador sino de América y del mundo verdaderamente libre.
Ecuador es un país que ha engendrado a artistas comprometidos de la talla de Oswaldo Guayasamín, cuyo museo es un prodigio y es un horror. Un prodigio de genio artístico y denuncia social que pinta un horror expresionista sobre la explotación del ser humano y las humillaciones por las que han pasado los pueblos y los trabajadores. Guayasamín, quechua autodidacta, es una figura emblemática en un país multiétnico donde el 75% de la población se autodefine como mestiza. Y es un artista con un compromiso del que carecen la mayoría de los intelectuales de hoy que echamos de menos en estos tiempos de frivolidades y postureos.
Ecuador es un país, en fin, en cuya catedral duerme el sueño de los justos Antonio José de Sucre, libertador de América, vencedor de la batalla de Pichincha que con el tiempo incorporó Ecuador al proyecto de la gran Colombia que soñó Bolívar. Sucre nutre el suelo de la resistencia y la rebeldía de Ecuador que más temprano que tarde volverá a brotar con energía y fuerza.
Toda esta historia política, militar, artística y cultural, dejaron un poso en el país que condujo, junto a las propias circunstancias coyunturales del momento, a los gobiernos de la revolución ciudadana de Rafael Correa y esperemos que también al gobierno de Luisa González en los próximos meses.
Pero hay otro factor importante para que el triunfo de la izquierda transformadora sea crucial. La llegada al poder en Estados Unidos del fascismo, el supremacismo y el imperialismo más descarnado, necesita que los pueblos del Sur Global se unan y se integren para hacer frente a la ola neonazi que vendrá en los próximos años. México, Colombia, Bolivia, Honduras, Brasil, Venezuela, Cuba, Uruguay y otros países tanto de América como de otras latitudes, incluida la Unión Europea o Canadá, necesitan de refuerzos para formar un frente común que responda a las injerencias y ataques del Imperio, que recién comienzan. Hay que decirlo bien claramente: un nazi convencido se ha hecho con el poder en la mayor potencia del mundo. Y ya vimos como terminó la experiencia precedente de la Alemania nazi en los años 30 y 40 del S.XX.
Solo una América Latina aguerrida, valiente, fuerte y soberana, como dejan entrever las palabras y los discursos de Gustavo Pedro, Xiomara Castro o Claudia Sheinbaum, podrá salir airosa del trance en el que se encuentra con la presidencia de Donald Trump. Ecuador es una pieza fundamental en este puzle y esa pieza es de extraordinaria importancia, tanto desde el punto de vista material como desde el simbólico.