Por Joaquín Hernández
CUADERNO DE BITÁCORA
La creciente polarización, la desconexión cada vez mayor entre el poder de aprobar políticas y la opinión pública y de los votantes, el aumento de la violencia política manifestado trágicamente en el asalto al Congreso del 6 de enero de 2021, y el creciente deterioro y disfunción de las instituciones democrática son manifestaciones de la crisis de la democracia en Estados Unidos de América.
Henry J. Abraham – erudito estadounidense sobre derecho judicial y constitucional y profesor de gobierno emérito en la Universidad de Virginia, dice: “Las causas que han llevado a esta situación son complejas y multifacéticas e incluyen el aumento dramático de las desigualdades, la desafección con un sistema político que no ha dado respuestas ni ha cumplido las expectativas de los ciudadanos y la alienación cultural de un sector muy importante de la población del país, que observa con creciente preocupación, transformaciones sociales que se están produciendo. Asimismo, también se encuentra entre ellas la crisis de una estructura constitucional que fue diseñada para tratar de conseguir un equilibrio de poderes y la protección de las minorías, pero que ha llevado a un sistema que inhibe la elaboración de leyes y ralentiza la formulación de políticas. En estos fracasos está la raíz de los problemas del país”.
Los gringos han votado, por mayoría absoluta y contra todo pronóstico, a Donald Trump que el 20 de enero de 2025 juró el cargo como 47º presidente de los norteamericanos, de la gran potencia mundial. Al mismo tiempo Donald Trump tendrá el “privilegio” de convertirse en el primer presidente de los EE. UU. delincuente convicto.
EEUU está presenciando un número vertiginoso de ataques a la democracia, incluyendo llamadas a derrocarla por los sectores más radicales, prohibiciones de libros o la adopción por parte del Tribunal Supremo del principio de que las libertades que no han sido formalizadas explícitamente en la Constitución no son legales pese a que hayan sido adoptadas y aceptadas mayoritariamente por la sociedad durante décadas.
Este principio ya ha sido aplicado al aborto tras la derogación de Roe v. Wade, pero se podría hacer fácilmente extensible a otros temas como el sufragio femenino, el matrimonio entre personas del mismo sexo, el matrimonio interracial, las regulaciones medioambientales, la autoridad de los tribunales sobre los procedimientos electorales federales (conocida como la teoría de la “legislatura estatal independiente”) o el propio derecho al voto, ya que ninguno de ellos está recogido explícitamente en la Constitución.
Hay también muchos otros datos alarmantes que no debemos ignorar. Una encuesta reciente de New York Times/Siena mostraba que un 71% de los votantes pensaba que la democracia estaba en riesgo (sin embargo, paradójicamente sólo un 7% pensaba que era el problema más importante del país), y que un 71% de los Republicanos respondían que se sentían cómodos votando a un candidato que afirmara que la elección del 2020 fue robada (también afirmaban lo mismo un 37% de los independientes y, lo que es aún más preocupante, un 12% de los Demócratas).
Un elemento diferenciador del momento actual es el aumento de la violencia política. El asalto al Congreso del 6 de enero de 2021 es un ejemplo máximo de esta situación, pero hay otros muchos, como ha puesto en evidencia el Comité del Congreso que investigó dicho ataque: en 2024 las amenazas contra miembros del Congreso fueron más de 10 veces mayores que hace cinco años. De 902 amenazas investigadas por la Policía del Capitolio en 2016, pasaron a 12.600 en 2024; mientras que los grupos paramilitares organizados crecieron un 96%.
Otro elemento diferenciador de la situación actual es el creciente deterioro de las instituciones democráticas, desde el Congreso, donde el respeto a las normas y tradiciones es cada vez menor, los tribunales (empezando por el Tribunal Supremo, cada vez más politizado), los medios (que mayoritariamente funcionan como cadenas de transmisión de sus audiencias con poco respeto a los datos y la veracidad), la educación (cada vez más politizada) e incluso la religión (pues muchas iglesias se ha convertido en instrumento de los partidos).
La entrada en el despacho oval de la Casa Blanca por el nuevo inquilino llega con evidentes signos de dictadura, la mayoría absoluta en ambas cámaras dará el poder omnipotente al nuevo presidente que empezó a legislar desde el primer minuto.
La nueva legislatura presidida por Donald Trump ha empezado hace semanas. Aumento de aranceles a productos importados, nueva política emigratoria con la expulsión de 11 millones de indocumentados, la compra a Dinamarca de Groenlandia y la anexión de Canadá, la invasión a Panamá, la salida de la OTAN y el rechazo al apoyo a Ucrania es uno de los muchos polémicos temas de la agenda de Donald Trump.
Es posible que la democracia en USA haya caducado y ahora nos enfrentemos a que la “policía mundial” se parezca más a la Gestapo que al FBI yanqui.
¡¡ God help us!!