Por Gerardo Rodríguez
La pregunta sobre por qué está sucediendo el irrefrenable auge del fascismo (hay que llamarlo por su nombre) en el mundo, singularmente en Europa, donde nació y donde tanta destrucción y muerte causó en la primera mitad del siglo XX, puede tener muchas respuestas, pero a mi juicio hay una causa última: uno de los fundamentos del conjunto de ideas políticas, religiosas y culturales de Occidente está vinculado al supremacismo y, por tanto, al racismo. En esencia Europa, y su hijo predilecto al otro lado del Atlántico Estados Unidos, han fundamentado su dominio global desde el comienzo de la Modernidad en el racismo.
El acercamiento de Europa a otros pueblos siempre fue enfermizo, violento, desgarrador, impositivo, nunca armónico, jamás colaborativo. Fue así desde el principio, recordemos que la llamada cuna de nuestra cultura, la Grecia clásica, ya denominaba “bárbaros” a todos los pueblos no griegos, eso significaba que los consideraban seres humanos y eran sus iguales, pero también eran los incivilizados, los que no estaban ilustrados por la luz de la razón y, por tanto, era natural esclavizarlos. Pero eso no puede considerarse propiamente racismo, en todo caso estribaba en una supremacía cultural de un pensamiento que se había desgajado del mito y la religión y potenciaba la razón para explicar el universo y al ser humano, lo que a los antiguos griegos les confería una singularidad que tenían a gala ostentar.
Cuando Europa salió por vez primera de sus fronteras y se expandió definitivamente por otros territorios, a comienzos de la Modernidad (S.XV-XVI), con el imperio español y la conquista de América, entonces descubrió verdaderamente la alteridad. Descubrió al “otro” absolutamente diferente, descubrió al “indio”. Para entonces ya portaba Europa una religión única, verdadera, universalista y excluyente. Un libro sagrado, la Biblia, era el depositario de esa Verdad, y con ella en una mano y la espada en la otra, trató al “otro” como inferior, un objeto al servicio de la voluntad del hombre civilizado, una fuerza de trabajo todo lo más como defendía Ginés de Sepúlveda en la Controversia de Valladolid (1550/51). Esa mentalidad y esa teoría justificaron que millones de personas fueran esclavizadas, perseguidas y asesinadas salvajemente, precisamente por considerarlos salvajes.
Pero el racismo puesto ya como uno de los fundamentos de la cultura y la praxis del acercamiento de Europa a otros territorios, se extendió después a quienes tomaron el relevo del imperio español. Por ejemplo, a ese país tan modélico y tolerante a nuestros ojos hoy como es Países Bajos. En el siglo XVII el centro de la Modernidad se desplaza a Ámsterdam, en torno a 1630 según Enrique Dussel que denomina a esta fase Sistema-Mundo, en contraposición al Imperio-Mundo de la dominación española. Se trataba de un colonialismo comercial dado que las reducidas dimensiones de Países Bajos no permitían ocupar otros territorios militarmente. Un imperio basado en el comercio, un modelo más fenicio que romano, una copia del imperio veneciano y su dominio de las rutas marítimas con enclaves terrestres estratégicos. Pareciera que el modelo holandés fuera, en cuestiones raciales, diferente al español, pero veremos que no era tal, la tolerante Holanda era y es racista y supremacista también.
Todos los años, por Navidad, llega la figura de “Pedro el negrito” a remover conciencias y promover debates entre la ciudadanía de Países Bajos. “Pedro el negrito” es uno de los pajes que acompaña a San Nicolás y lo ayuda a repartir los regalos de los niños y niñas en estos días. Pero “Pedro el negrito” está tan lleno de los estereotipos que se le supone que tiene que tener un negro procedente de África que produce vergüenza ajena, desde su figura física (tradicionalmente un blanco con la cara pintada de negro) a las capacidades intelectuales, pasando por la voluntad sumisa-obediente-diligente que se supone debe adoptar ante un blanco con sobrepeso como San Nicolás. A pesar de las diatribas y las protestas de la ciudadanía más consciente y humanista del país, ahí sigue su figura, formando parte de la tradición navideña neerlandesa.
Holanda fue la potencia mercantil que dominó el siglo XVII, su Siglo de Oro, y alumbró el barroco de Rembrandt, Vermeer, Hals o el influyente pensamiento de Spinoza. El siglo de apogeo de la burguesía como clase y de su primera multinacional cronológicamente hablando, la Compañía Holandesa de las Indias Orientales, con sede en la acomodada Ámsterdam donde se encontraba la Bolsa de valores que le dio el empuje definitivo. Forjó un imperio colonial y esclavista, y sometió a esos pueblos “diferentes” a todo tipo de servidumbres, abusos, torturas humillaciones y ejecuciones. Una era la esclavitud, sin duda.
Recientemente el Estado ha pedido perdón por ese negro pasado, pero el pasado siempre vuelve de una manera u otra. Los muy conservadores reyes actuales, Guillermo y Máxima, se han visto obligados, muy a su pesar, a dejar de utilizar en sus recorridos más regios su Carruaje de Oro (Goulden Koets), un emblema de la monarquía de la Casa de Orange, porque en un panel pintado situado en un lateral podían verse esclavos negros portando obsequios para depositarlos a los pies de sus amos blancos. Un poco después, el Banco Central pidió también disculpas porque ha descubierto (¡oh sorpresa!) que buena parte de su riqueza procede de su pasado colonial.
Europa y Holanda deben sus años de esplendor cultural, su riqueza y su despegue económico, su supremacía, su Barroco y su Ilustración, al colonialismo y a las mazmorras de sus barcos negreros, al comercio de seres humanos, al saqueo de otros pueblos y a la esclavitud, y lo peor es que en el fondo eso corrompió su alma que aun no se ha regenerado, un alma que sigue siendo racista. Es como si los millones de tulipanes, narcisos y jacintos que todos los años por primavera estallan en un desbordante y rutilante mundo de color en el parque Keukenhof, estuvieran nutridos por un humus putrefacto bajo tierra, es la podredumbre debajo del radiante color floral.
Aunque de vez en cuando esa podredumbre emerge ante nuestros ojos, como ahora que se han abierto los archivos de los colaboracionistas nazis del Movimiento Nacionalsocialista de Países Bajos, que ayudaron a los nazis alemanes a deportar a Auschwitz más de 100.000 judíos y gitanos durante la ocupación alemana. O en las últimas elecciones, donde el Partido de la Libertad de corte fascista, es la primera fuerza política del país y gobierna en coalición con los conservadores y liberales desde 2023. A cambió de que su líder Geerd Wilders no fuera Primer Ministro lograron imponer el régimen de asilo a inmigrantes más estricto de la Unión Europea, al relacionar sin pruebas o hechos demostrables delincuencia e inmigración. La Ministra de Inmigración es una ultra conocida por dar pábulo a la teoría del Gran Reemplazo, es decir, cree que la población autóctona será remplazada por inmigrantes de forma deliberada en un futuro cercano. La extrema derecha ha hecho de la manipulación de la inmigración su piedra angular de asalto al poder, por eso la vinculan a la inseguridad, a la escasez de vivienda, al colapso de los servicios sanitarios, a la falta de cohesión social, a las altas ratios en la educación pública, etc. Saben que por las venas de Europa corre una corriente xenófoba y la explotan.
En la “Conferencia de acción política”, un cónclave ultraderechista celebrado en Buenos Aires el 4 de diciembre de 2024 donde se dio cita lo peor de cada casa, Santiago Abascal en sus minutitos de gloria, citó a Países Bajos como ejemplo a seguir. No creo que fuera porque allí está la sede de la Corte Penal Internacional, en La Haya, que ha emitido una orden de arresto contra su amigo Netanyahu, acusado de genocidio y crímenes de lesa humanidad, veremos si en el mundo queda alguna justicia y lo vemos juzgado y condenado, como a los nazis en los juicios de Nuremberg. Citó al país porque los fascistas neerlandeses están en el poder, también creo que algo influyó que la reina de Países Bajos sea argentina, una argentina de buena familia ya que su padre Jorge Zorreguieta fue Secretario de Estado de Agricultura en la dictadura militar más sanguinaria de la historia argentina, la de los Videla, Viola, Massera, Galtieri y compañía. La internacional fascista gusta de evocar sus ancestros.
Los Países Bajos no son una excepción, son la regla de Occidente en su proceso de dominación territorial, económica y cultural. Es propio de los que se creen elegidos pensar que los “otros” son infrahumanos y así actuaron españoles, portugueses, franceses, belgas, alemanes, ingleses o los blancos estadounidenses. Lo penoso es que en todos esos países y en algunos otros, el racismo ha vuelto porque nunca desapareció, en todo caso estaba larvado y latente.
Gerardo Rodríguez (miembro del Secretariado Nacional del STEC-IC)