Por Joaquín Hernández
CUADERNO DE BITÁCORA
Los recientes sucesos acaecidos en el levante español, la terrible fuerza de la naturaleza en forma de diluvio, la cantidad de muertes producidas por el efecto de la Dana ha vuelto a poner de manifiesto el delgado hilo del que depende nuestras vidas, la fragilidad de la vida terrenal. El duelo terrible que sufren los familiares de las víctimas, la empatía que sentimos todo el resto del mundo con su dolor son muestras evidentes de algo que aún no acierto a comprender que no es otra cosa que la poca educación que tenemos los humanos mortales sobre algo tan real y evidente como es la muerte. En definitiva; nos educan solo para vivir, como si la vida fuera eterna y lo único que es eterno es la muerte.
Digo que es eterno porque estoy totalmente convencido de la vida después de la muerte. Esta afirmación tan rotunda viene motivada por mi experiencia cercana a la muerte (ECM) que hace años experimenté. Aquella noche sentí que me estaba muriendo, sin saber cómo mi conciencia se separaba de mi cuerpo, era una
sensación de paz inmensa, indescriptible, como jamás había sentido, una quietud y calma también poco descriptiva pero si sentida, insólito algo en mi interior me decía que no podía seguir avanzando por ese camino azul plateado que me invitaba a seguir, pensé en toda mi familia, mis hijos aun pequeños, mi mujer, todavía les hacía mucha falta, cuando desperté de esa especie de sueño tan real me puse en manos de los médicos. Después de varios exámenes y analíticas, la respuesta fue que lo que me había ocurrido era “la consecuencia de una apnea de sueño profunda que había provocado ese tipo de alucinaciones”. Yo sabía que no era solo eso…
A partir de ese momento me puse a investigar los millones de casos de gente que habían gozado de esa experiencia cercana a la muerte.
Diferentes culturas y civilizaciones han desarrollado su teoría sobre la conciencia en relación con el mundo físico. Los egipcios creían que el espíritu, el alma, la conciencia (como ustedes prefieran llamar) residía en el corazón, que era el centro de la vida y que era allí donde residían el pensamiento, las emociones y el carácter de las personas. El corazón era tan importante para ellos que, durante el proceso de momificación, se dejaba intacto en el cuerpo mientras que otros órganos se extraían. En las tradiciones y filosofías hindúes se exploraron conceptos fundamentales como “el yo eterno” (Atman) que se consideraba la esencia inmutable de un individuo, más allá de cualquier cambio en el cuerpo físico y la mente, es decir nuestro verdadero y constante yo.
Las distintas religiones reconocen que la mente humana es la imagen de la divinidad, en otras palabras, nuestra conciencia es un reflejo del conocimiento y la sabiduría divina que a través de la muerte física nos acerca al Dios del universo. El propio Einstein creía que nuestra conciencia trasciende la realidad y que la mente está sobre la materia, así mismo consideraba que el ser humano es parte del universo, la conciencia es una parte del ser humano integrada en el cosmos, En realidad, cuando morimos lo hacemos físicamente, el envoltorio es lo que desaparece. La muerte, desde esta perspectiva puede verse como el final de un viaje. Al igual que un viaje en coche llega a su fin cuando el motor se apaga, nuestra existencia llega a su fin
cuando la actividad cerebral se detiene. Pero, aunque este final pueda parecer definitivo, también puede verse como una parte natural del ciclo vital.
Debemos empezar a pensar que la muerte no es enemigo de la vida si no que forma parte de ella. Al nacer empezamos a morir, por eso hemos de interpretar la vida como una preparación a la muerte, y es la muerte la que nos permite volver a nuestro origen, la vida eterna.
A pesar de todas estas reflexiones, la muerte sigue siendo el gran misterio de la humanidad.