Armando Marcos
Es más saludable saber del presente que haber sabido del pasado. En mi caso, yo no sé en qué año nací. Nunca cumplo años.
De aquellos tiempos idos, solo hay que recordar los buenos momentos vividos. El pasado reaviva la llama de la nostalgia, los malos recuerdos, la melancolía y la tristeza. Al final, nos secuestra ese monstruo implacable y puto que es la depresión donde se acaba atrapado en un túnel oscuro.
Yo me he impuesto vivir solamente el presente, el aquí y ahora. Solo me interesa cada minuto, el momento a momento.
Por no pensar no pienso qué va a pasar dentro de diez minutos. No pienso ni en la edad que tengo. No sé en qué año nací.
Mi única ambición es cuidar mi salud, tener un techo y un pedazo de pan para cubrir las necesidades básicas de un ser humano.
Si pensamos en el AYER, nos vamos destruyendo por dentro y por fuera. Si pensamos en el PRESENTE, nos llenamos de optimismo, de sonrisas y de ganas de vivir abrazados a la esperanza.
Los problemas van y vienen como las olas que suben y bajan. Lo importante es no dejarnos engullir por la ola mayor. Esa que sube y nos traga.
Pensar y vivir el PRESENTE, (el ahora mismo), nos deja la mente libre de problemas. Los problemas, incluso los más tormentosos, van y vienen.
Todo tiene solución menos la muerte. Si no puedo comerme un bocadillo de jamón ibérico, me como uno de mortadela o de mantequilla.
Mi única ambición es despertarme cada día respirando y con los ojos abiertos. Ver la luz del sol y mirar el horizonte con el mar a lo lejos.
Ya no tengo almanaque. ¿Para qué contar los días y los años? Yo prefiero contar el número de veces que me río y hago el bien a los demás tratando cada día de ser mejor persona.
Hay que elegir buenas compañías y sumar positivismo y sonrisas.
Hay que alejarse y huir de las personas tóxicas y pesimistas que viven contrariadas y no son felices porque su ostentosidad los hacen esclavos de su enfermiza apariencia. Aparentar es su principal obsesión.
Hay que recordar aquellos momentos que fueron bellos y que siempre viven en nuestros corazones.
Hay que seguir haciendo camino sin la compañía del viejo y gris almanaque.
Confieso que no sé la edad que tengo. Contar los años es abrirle la puerta a ese “VIEJO” al que no debemos permitirle nunca la entrada en nuestras vidas. “EL VIEJO” es nuestro peor enemigo. Hay que exterminarlo.
Estar vivo y con una buena salud es lo único que me importa. Hacer felices a los que me rodean, me aman y me quieren es mi mayor fortuna. Hay que amar a quien te ama. Pues el dinero, no compra la salud, ni calma el dolor más cruel.
Los millonarios, los que se creen inmortales, no tienen el poder ni toda la riqueza del mundo para comprar la muerte. Conozco a un señor que vive lleno de dolores terribles. No articula sus propias palabras. Está vivo, ausente y muerto. No puede caminar. No para de sufrir. Parece un vegetal en estado putrefacto. Le tienen que poner pañales para que no se orine ni se cague sobre sus pantalones. Hay que darle de comer porque no puede masticar ni sostener los cubiertos. No tiene fuerzas para mantenerse en pie. Lo tienen que duchar con la ayuda de dos o tres personas.
A pesar de estar más muerto que vivo, si le viene un minuto de lucidez se pone a contar su dinero y su inmenso patrimonio que, además de poseer una gran empresa y más de cien pisos en alquiler, solo le preocupa su fortuna. Estoy hablando de un vivo que está muerto al que solo le importa su cuenta de resultados. Conozco este caso en primera persona. Queda claro, pues, que el dinero no compra la salud, ni la felicidad, ni el amor verdadero. El dinero no evita las mordidas y dentelladas desgarradoras que provoca el dolor físico de un cáncer ni la aterradora visita de la muerte vestida de negro.
Morirse contando dinero ante el espejo de la muerte escuchando el revoleteo de las larvas, tiene que ser una condena pactada con el Diablo. Es como morirse lentamente estrangulado por la avaricia donde se dan cita los gusanos (necrófagos que se alimentan del cadáver) y que vienen principalmente de las moscas.
Por desgracia, cada día observo y compruebo que la avaricia, el egoísmo, el odio, la envidia, el rencor y la maldad, ganan a la nobleza, vencen a la humildad y genera envidia enfermiza contra quienes tratamos de ser buenas personas.
La supuesta “civilización” actual ha destruido al ser humano que se ha acostumbrado a vivir salvajemente.
La peste de la deshumanización en pleno siglo XXI, supera a las peores plagas y pandemias que creíamos controladas y vencidas.
La peste mundial, hoy por hoy, es el negocio de las guerras para generar beneficios al negocio de las armas. El resultado final es millones de muertos inocentes a cambio de ganar miles de millones de dólares y euros para que los grandes empresarios y los políticos sin escrúpulos se hagan más ricos y los pobres más pobres aún.
Cada vez que doy un paso sin nada que ocultar, me miro ante el espejo de mi propia autocrítica y transparencia donde me siento un hombre libre alejado de ese otro mundo inhumano y corrupto.
No asistir a actos ni a fiestas sociales donde solo se acude para hacer una “vida social” falsa y fingida; adonde se va a aparentar en el teatro de la hipocresía y la falsedad luciendo el palmito, las joyas, los abrazos falsos y las sonrisas forzadas, me hace ser el hombre más afortunado del mundo. La falsa vida social es una antigua estratagema para, con un vaso de whisky en la mano, hacer negocios, practicar la corrupción empresarial y política a cambio de subvenciones públicas, concesiones y contratos fraudulentos de obras con constructoras y empresas mafiosas, extrañas donaciones y las conquistas de nuevas aventuras o ansiados amoríos imaginarios o encuentros reales en el arrabal de los placeres. Esas son las dos caras de la verdad de la mal llamada “vida social”.
Mi única riqueza es mi familia, unos pocos amigos, los libros, la música y que me acompañe, si tengo esa suerte, una buena salud que es la fortuna más grande del ser humano. Sea rico o sea pobre.
Todo lo demás es irrelevante, anecdótico, nimio e insignificante.
Porque, todo pasa. Y todo pasará. El tiempo vuela. Aprovechemos el tiempo. Porque el tiempo se nos va y no vuelve. Hay que vivir el hoy. No sabemos que pasará mañana.
No olvides quemar el almanaque. Yo sigo sin saber en qué año nací.