Joaquín Hernández
CUADERNO DE BITÁCORA
Fernando, desde muy jovencito, mostró sus dotes de fascista liderando, como jefe de escuadra de Falange española, un grupo de chicos que recibían una buena paliza de Fernando al objeto de hacerlos fuertes y disciplinado ante un futuro amenazado por Rusia.
Con su “brillante curriculum”, solicitó su entrada en la academia de la Policía Armada y de Tráfico. Tras seis meses de estudios, recibía el título de policía uniformado. Su primer destino fue el país vasco.
A los tres meses, en un control rutinario, sufrió un intento de atentado de ETA, un coche arremetió contra los 6 policías disparando sobre ellos con sus subfusiles Stern, salvándose milagrosamente con una pequeña herida de bala en el muslo derecho, con entrada y salida sin daños secundarios. A los pocos días le dieron el alta hospitalaria y con su medalla al mérito policial distintivo rojo, marchó a su nuevo destino, la comisaria de la calle Conde de Asalta en Barcelona.
Fernando era un tipo listo y con un “sexto sentido” que le hacía intuir que, en aquella comisaria en pleno corazón del barrio chino barcelonés, se vivía muy cómodamente y demasiado bien.
No tardó, nuestro protagonista, en descubrir el motivo de dicha “felicidad”, en la primera redada que hicieron por los bares de putas y casas de alterne de medio barrio chino, como por arte de magia, habían desaparecido las prostitutas y los pocos clientes tomaban un cubata relajada y amigablemente. Así ocurría una y otra vez, solo cuando se efectuaba en otros locales tenía éxito y se detenía a un par de docenas de putas y un par de macarras proxenetas.
Pronto Fernando se enteró del funcionamiento de la comisaria, se trataba de dar el chivatazo de cuándo y a qué hora se iba a efectuar la redada, los dueños de los garitos pagaban una “tasa mensual” por dicha información, y otra por “protección policial”. El negocio funcionaba a la perfección, y los policías se repartían las ganancias de la extorsión voluntaria, de forma tal que triplicaban su sueldo mensual de Policía Armado y uniformado.
Además, en sus días sin servicio, solía acudir al New York donde conoció a Marisa, una guapa madrileña que alternaba en el cabaré de moda. A los pocos meses, Marisa se quedó embarazada del guapo policía, y Fernando, ante el temor de una denuncia de paternidad, accedió a casarse con la para él “fulana que follaba muy bien”.
Con dos bocas más que mantener, amplió su “negocio” de protector, y se dedicó a contactar con homosexuales que necesitaban su “ayuda” para no ser detenidos, y dejarles tranquilos ejercer su “trabajo” de prostitutos. Así fue como Fernando se enteró que el obispo y el gobernador civil de Gerona acudían al muble de la Diagonal a follar y ser follados por los bellos mancebos que obtenían suculentos honorarios por sus especiales servicios a tan altas autoridades.
Ganaba muchísimo dinero y prácticamente sin riesgo alguno, desde el cabo al comandante jefe de la comisaria de Conde de Asalto, participaban de las “comisiones” que aportaban los policías, haciendo vista gorda y oídos sordos a cuantas insinuaciones e incluso denuncias de corrupción se efectuaban. Además, Fernando tenía dos ases en la manga muy importantes que jugar; el clero y la política.
Fue, precisamente, en la Cabaña del Tio Tom, otro cabaré de moda en la Barcelona de los 60, donde Juanito conoció a Fernando. A partir de ese momento Juanito empezó a formar parte del chollo puteril.
A Juanito le entraba dinero a manos llenas. Al mismo tiempo su fama de poli social le precedía en cualquier actuación. Su nombre se anotaba en las células comunistas y socialistas en las listas de los elementos policiales fascistas a eliminar.
Aquella mañana de domingo, Juanito se disponía a tomar su vermut en el Chiribito Bar, un pequeño bar con terraza situado en la plaza Virrey Amat del barrio de Fabra y Puig, le gustaba la charla con Alfonso el barman y sus Martini secos eran estupendos y bien hechos, con unas gotas de angostura y ginebra Gordon’ s y acompañado con unas almendras fritas, era su monotonía dominical.
Al salir del local no se dio cuenta del seat 1400 que se acercaba a la acera, sin mediar palabra uno de los ocupantes se bajó del vehículo y a escasos metros del policía empuñó una pistola e intentó dispararle. No era el momento de acabar con la vida de Juanito, el retroceso de la Walter P99 parabellum de 9 mm, se encasquillo no pudo ejecutar su misión de acabar con la vida del policía de lo social.
A Juanito solo le dio tiempo a ver la cara de su presunto asesino, nada más. Luego el coche alejándose a todo gas y el tembleque que le entró en el cuerpo al sentirse sano y salvo.
Con esta situación, con su cabeza puesta en la lista de atentados del maquis del Movimiento Ibérico de Liberación, era normal que Juanito pusiera de nuevo los pies en polvorosa y pidiera el traslado al lugar más lejano posible. Santa Cruz de Tenerife fue el lugar elegido por el temido policía de la secreta de lo social.