Joaquín Hernández
CUADERNO DE BITÁCORA
En la España de los años 60, los militares no tenían tanto poder, el régimen estaba dominado por los tecnócratas del Opus Dei, por lo tanto, ser miembro de la “obra” era un aval para trepar dentro del aparato franquista, no en vano la mano ejecutora de Franco, el almirante Carrero Blanco, era miembro de honor del Opus.
Por aquellas fechas, Barcelona se había convertido en “el dorado” del resto de España. Andaluces, extremeños, murcianos, gallegos y canarios emigraban a Cataluña intentando salir del hambre y buscando un futuro mejor para los suyos. Bastaba con ir a la calle Pelayo a las 5 de la madrugada y esperar la salida de la Vanguardia para elegir entre las 4 ó 5 paginas de demandas de empleo, el trabajo más conveniente.
No era ese el caso de Juanito, el flamante subinspector de la brigada de los social entró por la Jefatura superior de policía de la barcelonesa Vía Layetana, en olor de multitud. Sus colegas, informados del historial de Juanito, le vitorearon dándoles “olés”, como si se tratase de un torero famoso, Juanito hizo el paseíllo por las checas del sótano de jefatura prometiéndose llenarlas de comunistas, masones, independistas y judíos.
En la Barcelona industrial y cosmopolita, que empezaba a celebrar los “25 años de paz” del caudillo, los comunistas eran muchos, pero muy callados, el PCE no tenía, prácticamente, representatividad entre la clase obrera, que confiaba más en los sindicatos como la Unión General de Trabadores y Comisiones Obreras en el exilio que en los mensajes de Carrillo y la Pasionaria por radio Pirenaica.
Además, la Brigada Social de la policía española, con carta blanca para hacer y deshacer, no tenía ni escrúpulos ni impedimentos para detener a quien sea y llevarlo a la checa a darle la paliza de su vida, confesando lo que querían que dijera y firmando su sentencia de por vida como perteneciente a una célula comunista inexistente.
Juanito hacía de topo y se infiltraba entre los trabajadores de la Renfe o tranvías de la ciudad para observar posibles comunistas que preparasen un atentado terrorista en plena Plaza de Cataluña. Tan obsesionado estaba que no dudaba en detener a cualquier trabajador que se le antojase sospechoso.
El caso de Antonio fue el más notorio de su obsesión por, limpiar el suelo patrio de la escoria marxista – leninista.
Como todas las mañanas, Juanito iba en el metro desde la estación de Sagrera a la de Plaza Urquinaona, para bajar por la Vía Layetana hasta la jefatura de policía. Antonio, un joven de no más de 23 años, aficionado al rock and roll, vestía con la moda actual, pelo largo, pantalón campana, camisa floreada, imitaba a los Beatles y no se cortaba un pelo al decir que los de Liverpool representaban el cambio total que querían los jóvenes españoles. En ese tipo de conversación estaba comentando con una amiga la canción del grupo Los Sirex y que estaba de moda por su atrevida letra, “si yo tuviera una escoba” barrería… y no se le ocurre otra cosa que tararearla añadiendo que “si yo tuviera una escoba barrería a la basura a tanto hijo de puta que hay en los altos mundos.”
Ni que decir tiene que, nuestro protagonista, al oír esa frase se dirigió al chico y enseñándole la placa le indico la salida del vagón y que le acompañase a comisaria, Antonio preguntó cual era el motivo de su detención a lo que el subinspector, poniendo la pistola en la barriga y sin que nadie pudiera verla, tapándola con su gabardina, le dijo “o te mueves o te doy un par de tiros en tus cojones”.
Temblando y cayendo un chorro de meados en sus pantalones, el rockero acompañó al “pistolero” a las checas de la Vía Layetana.
El interrogatorio, como siempre, se formulaba a base de intimidar con toda clase de torturas, toallas mojadas, periódicos enrollados, descargas eléctricas, ahogamientos metiendo la cabeza en un cubo con orina y excrementos, rotura de pómulos y cejas, hasta que el detenido firmaba un folio en blanco, no dejaban de torturarle. Generalmente, Juanito contaba con el apoyo de un colega que se ofrecía al detenido como hombre bueno y capaz de controlar la ira del poli malo, cosa que jamás conseguía,
A las dos horas el forense testificaba la muerte, cuya causa se había producido al querer huir precipitándose por la ventana hacia el patio interior, donde murió por el impacto contra el suelo desde 12 metros de altura.
Antonio había dejado firmada su sentencia de muerte, declarando su militancia en el “comando Montjuic” y su intención de poner un artefacto explosivo en la próxima feria internacional de Barcelona.