Joaquín Hernández
CUADERNO DE BITÁCORA
La vida le había sonreído, nació en plena dictadura y en la casa del gobernador civil de la provincia manchega.
Fue el niño mimado de una familia donde el único varón era él. Ser el hijo de la primera autoridad civil en una pequeña ciudad de Castilla era un privilegio tan grande que Juan jamás pagó una consumición en ningún bar, restaurante o discoteca del lugar. Creció entre algodones y caprichos, mal estudiante, los profesores le aprobaron el bachillerato, más por miedo a las represalias del gobernador que por méritos del zoquete del niño.
Al llegar a la mayoría de edad, aprovechando los contactos de su padre, se trasladó a Madrid al objeto de opositar al ingreso del cuerpo general de la policía, a Juanito le encantaba eso de ser “policía secreta” llevar placa y no pagar ni en el metro madrileño.
En los años sesenta, en plena dictadura, los gobernadores civiles dependían del ministro de la Gobernación, y el general Camilo Alonso Vega gozaba de un prestigio bien ganado como ilustre hijo de puta tutelado por Franco.
Así que dicho y hecho, en unos meses Juanito alcanzaba el rango de subinspector de policía, agregado al grupo de “policía social”.
La sección llamada “de lo social”, constaba con toda clase de privilegios, eran los garantes de la vigilancia constante sobre los grupos subversivos y células comunistas y sindicalistas que atentaban contra el estado español.
Juanito, con su flamante placa y su pistola estar 9 mm en la sobaquera, se creía el sheriff del lejano oeste americano y sin más te enseñaba, una y otra vez, el arma reglamentaria. Su primer destino fue Valladolid, el gobernador había evitado que fuese el país vasco, que por aquellos tiempos estaba azotado por los atentados diarios de los independentistas vascos. Pero Valladolid no era mal lugar para que él, un policía de la social se pusiera a la orden del inspector jefe que estaba alcoholizado y deliraba constantemente soñando despierto con las caras de los muertos que había asesinado en pro y defensa de España de las hordas judío-masónicas comunistas que querían “acabar con la patria y nuestro Caudillo”.
El bautizo de “fuego” de Juanito como subinspector de la brigada de lo social de Valladolid, fue de manera inesperada. En el bar Sevilla, donde solía tomar el café de la mañana, unos obreros a su lado comentaban lo poco que ganaban y las penurias que estaban pasando para mantener a la familia. Uno de ellos, el más viejo, se cagó en la madre del Caudillo de España por la Gracia de Dios, y sin más recibió un puñetazo en la nariz que le dejo roto el tabique nasal y le produjo una hemorragia, sus colegas fueron a por Juanito y lo acorralaron en una esquina del bar. Todo fue muy rápido y sacando su 9 mm a la voz de “soy policía” efectuó dos disparos que alcanzaron en el pecho a uno de los obreros, que cayó al suelo mortalmente herido.
Todos huyeron saliendo del bar, corriendo a todo trapo calle abajo, detrás quedó tendido en el suelo del bar el cuerpo sin vida de un obrero cuyo delito cometido fue cagarse en la madre de Franco en una barra de bar Sevilla de Valladolid.
La investigación del suceso se hizo rápidamente. En una semana estaba resuelto el caso y el juez sentenciaba la muerte del “comunista”, perteneciente a la célula del partido comunista, efectuada en legítima defensa, y felicitó al policía que actuó en todo momento como garante de la Patria.
Juanito fue felicitado públicamente, y condecorado con la cruz del mérito policial con distintivo rojo.
Juanito había empezado de manera brillante, una muesca en su pistola, que no sería la última.
(CONTINUARÁ)