En 2021, según los datos publicados por el INE, han fallecido una media de 11 personas al día por suicidio, un 75% de ellas varones (2.982) y un 25% mujeres (1.021).
Los hombres se suicidan más, pese a que las mujeres realizan más tentativas.
Eran cifras esperables, pero lo que los expertos no preveían era semejante aumento del número de suicidios en niños de menos de 15 años, algo que obliga, más que nunca, a poner la salud mental en el centro de las políticas sanitarias, educativas y sociales. España, se quejan los expertos, sigue sin tener un plan estatal de prevención del suicidio.
¿Qué razones puede mover a un adolescente de 14 años ha suicidarse? ¿Qué puede ser la causa de la desesperanza en un niño o niña con menos de 15 años de vida? ¿cuan frustrante debe ser el mundo que le rodea para intentar suicidarse?
La baja autoestima por el fracaso escolar supone un 62,6%, el acoso escolar y el ciberbullying son los problemas más predominantes. Específicamente el suicidio en jóvenes aumentó un 137% en la etapa postpandemia del covid19. El año pasado fueron 2.847 los jóvenes que intentaron suicidarse. En España se suicidan una media de 35 niños al año.
Aparte de estas horribles estadísticas, la cuestión más horripilante es que da la impresión que nadie, ni familia, ni educadores, ni gobierno, parecen tomar la iniciativa para controlar la situación, nos quejamos, lloramos la perdida de los seres queridos, pero en realidad no hacemos nada para evitar la muerte por suicidio de esos jóvenes, porque cuando se experimenta por mucho tiempo la soledad, gran cantidad de estrés, depresión, rabia y desesperanza, cuando sienten que después de luchar, de buscar, ensayar y sentir dolor, no hay ningún lugar a donde correr o nadie a quien acudir; se van aislando y el deseo profundo de esconder el dolor se hace presente, viene la desesperanza, pierde el balance, entra en un presente amargo y en un futuro sin ilusión. El joven se va adormeciendo, eventualmente deja de buscar ayuda y entra en el “trance suicida”, el suicidio se convierte en la única esperanza o solución para terminar con el dolor.
En este trance no hay esperanza, nadie puede ayudar, no hay sentido del humor, paciencia o perspectiva. El dolor es tan grande, que la única manera de sobrellevarlo o soportarlo, es no sintiéndolo. El sistema emocional, físico y mental, “se apagan”, y la persona queda viviendo en un cuerpo vacío por dentro, como en un caparazón. En otras palabras, lo que pasa con el suicidio, es que el dolor es mayor que los recursos o herramientas para manejarlo.
Este estado de desesperanza aprendida, donde nada importa, no hay esperanza de un futuro mejor, no hay ilusión o cura, no hay promesas. Sin esperanza se cierran las posibilidades.
En la actualidad los tratamientos psicológicos o psiquiátricos se hacen cada día más necesarios, millones de ciudadanos, trabajadores, pequeños y medianos empresarios, autónomos, necesitan esa terapia urgentemente.
Al fin y al cabo, estamos hablando sobre la vida, debemos aprender más de la vida, antes de optar por la muerte; al fin y al cabo, el suicidio es una decisión permanente para un problema temporal.