El 1º de mayo, Armando Hernández Quintero recibió sepultura en el cementerio de El Pinar, isla de El Hierro, tras una cruel enfermedad, que sobrellevó con una serenidad admirable.
Seguro que hubiera elegido este día para morir, pues buena parte de toda su obra literaria la dedico a los trabajadores emigrantes, a los más humildes, a lo que tienen sed de justicia, y al éxodo de la emigración canaria y herreña a Cuba y a Venezuela, que , como todo transterrado, había sufrido y conocía muy bien como emigrante a Venezuela desde muy joven, donde estudió una carrera universitaria mientras trabajaba, llegando a ser profesor de Literatura y Lengua Castellana por el Instituto Pedagógico de Caracas, a la par que Magister en Literatura Latino-Americana. He conocido pocos escritores como José Padrón Machín y Armando Hernández que se hayan identificado tanto con el pueblo en el que vieron la luz primera. Ambos encarnan la memoria histórica de el Pinar, entregándose a la ejemplar tarea de desvivirse por su pueblo y su isla natal, haciendo realidad lo que dijo Pio Baroja: ”somos hijos de la tierra, somos la misma tierra que siente y piensa”. Armando era el Cronista Oficial del municipio de El Pinar, y un consumado poeta, historiador, novelista y ensayista. Por lo menos, la mitad de su obra poética la dedicó a el Pinar, a sus gentes, a sus paisajes, y a sus pinos más emblemáticos. En su último libro “Los Cantos de la Ardentía”, posiblemente el de más calidad literaria, le dedicó un poema “Canto para el pueblo libre de El Pinar”, digno émulo del “Viento del Pueblo” de Miguel Hernández, y varios poemas a varios pueblos de la isla de El Hierro, al estilo de “Vuelta a la Isla” de García Cabrera. Sería interminable detallar sus poemas y artículos dedicados a lugares de El Pinar, como, entre otros muchos, a la Restinga, el Faro de Orchillas, el Julan, los Bimpapes y el Pinar, el silbo herreño, a piñeros singulares y a sus luchadores, como recientemente, a la biografía de mi padre, “Yiyo”, ícono del puro arte herreño de la lucha canaria, y a Juan el de Nina, de una saga de grandes luchadores, que creó un desvío inédito contra la temida maña de la “cogida de muslo”.
Escribió el primer libro de historia sobre el Pinar “Los Hijos de la Tea”, que tuve la satisfacción de prologar, en el que narra los hechos más relevantes, algunos dramáticos y heroicos de muestro pueblo, y describe con su nombre y apellidos a todos los vecinos encuadrándolos en todas sus actividades campesinas, agrícolas y ganaderas, a los que cursaron carreras universitarias y de Magisterio, a sus actividades políticas y deportivas, especialmente a los luchadores canarios, al ser el Pinar una de las principales cunas canarias de la lucha canaria. En fin, no queda una faceta de la historia y de la intrahistoria de El Pinar que no haya merecido el estudio de Armando en este minucioso libro, que quedará para siempre en la memoria colectiva de los piñeros. Ha merecido también su atención otros hechos de la intrahistoria del pueblo de El Pinar, como el libro que se publicará próximamente sobre Atilano Quintero, el pastor piñero que llegó a ser, al terminar la guerra civil, guerrillero antifranquista del Maquis, convirtiendose en el Jefe del V Sector de la Agrupación Guerrillera de Levante y Aragón. Fue sentenciado a muerte en Consejo de Guerra y fusilado el 1º de agosto de 1947, enterrado en el cementerio de Paterna (Valencia), desde donde se trajeron sus restos para recibir sepultura en su pueblo natal de El Pinar.
En el último año publicó su excelente novela “con la isla a Cuestas”, editada por el Centro de Cultura Popular Canaria, una novela historiada o una historia novelada del pueblo de el Pinar, centrada en la emigración a Cuba y a Venezuela de sus antepasados de varias generaciones y en los principales hechos históricos acaecidos en el pueblo, que presenté en la Plaza del Adelantado y en la Plaza de El Pinar. En realidad, durante toda su vida, y aún en su larga estancia en Venezuela, siempre llevó permanentemente la “Isla del Hierro a cuestas”. Cuando me envió Armando el primer borrador de la novela se lo llevé a Almudena Grandes, que había escrito varias noveles sobre la guerra civil. Me dijo que esta novela de Armando era insuperable y la calificó, creo que, con acierto, como “Los Episodios Nacionales de El Pinar”. Se ha escrito una tesis doctoral en Venezuela sobre la obra literaria de Armando, que escribió, entre otros, un ensayo sobre “Los rostros del indigenismo”.
El Centro de La cultura Popular también ha editado la novela, corregida por Armando, que la había leído de niño, Ladera Abajo, una novela costumbrista de ambiente pastoril, la primera que se ha escrito en la isla de El Hierro, cuya historia se desarrolla en los terrenos comunales de la parte occidental de la isla de El Hierro, escrita por Miguel Padrón Casañas, uno de los tres legendarios históricos “Huidos” de El Pinar, dirigente sindical de la UGT en Las Palmas, que escribió esta novela después haber salido de la cárcel y haber retornado a su pueblo natal, que constituye un homenaje a su tierra, en la que permaneció escondido, protegido por sus paisanos, durante varios años para evitar que las fuerzas represivas del nuevo régimen lo detuvieran después del golpe de estado dado contra el gobierno republicano. El original de dicha novela me lo donó, a su muerte, Miguel, y ya corregida, me dejó una copia Cesar Rodríguez Placeres (CCPC), que no tuve el valor de llevársela a Armando cuando ya se encontraba en su lecho de muerte. La novela la iba a presentar Armando en el Pinar y en la Casa Herreña en Las Palmas. Tendré que leérmela para presentarla en los actos de homenaje que se le tributen a Armando.
El pasado día de los Difuntos estuve en nuestro pueblo natal de El Pinar, isla de El Hierro, el más alejado del corazón de España, histórico de izquierdas, que sufrió durante la guerra civil cautiverio, muertes, exilio, apaleamientos y fusilamientos simulados. Visité el cementerio donde el Ayuntamiento, el último constituido en España, de mayoría absoluta socialista, en el pasillo de entrada, erigió un monolito con la inscripción por orden alfabético de los vecinos que murieron en los dos bandos de la guerra fratricida. Me emocionó. Espero que el PSOE y el gobierno de coalición que formó sigan este ejemplo al aplicar la nada imparcial Ley de Memoria Democrática. El monolito se debe a una idea generosa de Armando, el legado impagable de un hombre bueno, siempre de izquierdas, tolerante, cabal, integro y honrado.
Armando tenía una cultura enciclopédica. José Padrón Machín nos enseñó a él a mí a leer a Cervantes y Galdós. Dedicado toda mi vida al estudio de la Historia, pero huero de lecturas literarias, debo a Armando el haber leído a las figuras literarias estelares como Vargas Llosa, y sobre todo a García Márquez y a Borges, cuyas obras conocía profundamente, como la obra poética de Antonio Machado, Miguel Hernández y Quevedo. Tengo para mí que se había leído la principal obra literaria de los Premios Nobles y de Cervantes, y de escritores de Hispanoamérica que yo desconocía completamente. Tenía una memoria prodigiosa. Le consultaba algunas obras literarias que caían en mis manos y me aconsejaba las que valía la pena leer, como, recientemente, Ulises, de James Joyce, de la que me dijo que leyera los dos últimos excepcionales capítulos. Era un lector impenitente e infatigable. Cuando lo visitaba en su casa de el Pinar le regalaba un libro, y a los pocos días ya lo había devorado. De niños, cuando estábamos en la Escuela Primaría, nos dejó a todos asombrados al leer “20.000 Leguas de Viaje Submarino” de Julio Verne, una extensa novela de aventuras de 320 páginas.
Poco antes de su muerte me llamó. Sabíamos los dos que iba a ser la última vez que habláramos. Definió nuestra relación de toda una vida, como sólo un poeta puede hacerlo, diciéndome: “Compañero del alma tan temprano”, verso que Miguel Hernandez dedicó a su amigo muerto Ramón Sijé. Me volvió a pronunciar dicho verso ya moribundo. Significaba algo más profundo que nuestra amistad de la infancia y que los lazos familiares que nos unían. En ese momento, como al poeta pastor “tanto dolor se agrupó en mi costado,
que por doler me dolió hasta el aliento”.
Epifanio, el padre de Armando, era un hombre singular, simpático ,muy inteligente, alegre y ocurrente. Un auténtico arquetipo de la idiosincracia de nuestro pueblo de El Pinar. Fue herido de muerte en la guerra civil. Me dio muchas inolvidables lecciones de vida, de las que no se aprenden en la Universidad. No olvidaré mientras viva el día que se despedía de su familia para irse a Venezuela. Estaba afeitándose en el patio de su casa, al que yo accedía siempre por una escalera desde la azotea contigua de mi casa. Recuerdo que le caían sus lágrimas en su camiseta, y, de repente, empieza a cantar, expresión de coraje de un hombre valiente ante un destino incierto. Qué cara de asombro pondría aquel niño, que era yo, que, mirándome, me dijo: “No hay más remedio compañero”, frase que ha presidido toda mi vida. En los momentos difíciles que tuve en mi azarosa vida judicial y política, abatido, decía para mis adentros “no hay mas remedio compañero”, que me daba ánimos para levantarme y seguir adelante. Con esa frase me despedía siempre que hablaba con Armado para animarle durante su enfermedad.
Siempre que escribo una elegía a un ser querido, la corono con una frase que emulo de las Termas de Caracalla de Roma: “Te recordaremos siempre amigo Armando, en invierno y en verano, lejos y cerca, mientras vivamos y después”, y cada tres de mayo, cuando celebremos la Fiesta de la Cruz, con lo bailarines piñeros tocando los tambores, chácaras y pitos, cantando el estribiilo “al pie de la Cruz me muero que dichosa muerte espero”. Este año, el 3 de mayo, dos día despues de su muerte, los tambores y pitos piñeros enmudecieron al pasar por la casa de Armando, como homenaje a quien tanto escribió sobre la historia más que centenaria de la Fiesta de la Cruz, la más bonita y popular de el Pinar.
En el momento de su sepelio en el cementerio de el Pinar, cuando ya dormia el sueño de los justos, le dije en silencio a Armando: “ no hay más remedio compañero del alma tan temprano”.
ELIGIO HERNÁNDEZ