(ARMANDO HERNÁNDEZ QUINTERO, IN MEMORIAM)
El pasado 30 de abril fallecía en su pueblo de El Pinar, en El Hierro, Armando Hernández Quintero. A lo largo de su vida, Armando fue sumando vertientes y anudando mundos, como los anillos que representan el crecimiento y desarrollo de los árboles, de esos viejos árboles a los que cantaba Labordeta en esa inolvidable canción que es “Somos”, una canción por otra parte, que simboliza de alguna manera su vida, su honesta vida de incansable trabajador e infatigable divulgador de cultura y sabiduría.
Una vida que, en parte, cuenta en esa novela monumental sobre la emigración canaria a Venezuela titulada “Con la isla a cuestas”, donde narra la vuelta a su pueblo y a sus rincones más queridos de un emigrante que recupera sus recuerdos de niño, de joven y de adulto, como un moderno Ulises que regresa a Ítaca. Se trata del mismo Armando bajo el nombre de Adriano, el protagonista, que se sienta siempre en su banco, debajo de la pérgola de la plaza de El Mentidero, frente al casino de dos plantas de El Pinar donde en otro tiempo se celebraban los bailes, las comuniones y las bodas, para rememorar lo que fue su vida durante las cinco décadas que estuvo en Venezuela y, además, traernos al presente la larga noche del franquismo con su corolario de hambre, falta de libertades y oportunidades y abusos de las autoridades de la dictadura. Sin duda el motivo principal de que un enorme número de personas de nuestra tierra tuvieran que hacer las maletas, como en el poema de Pedro Lezcano.
Armando, ya en Venezuela a donde llegó sin cumplir los veinte años y después de realizar diferentes trabajos, se hizo profesor de Lengua y Literatura Castellana, publicó libros de ensayo, poesía y novela; fue presidente del Hogar Canario-Venezolano y, al final de la escapada, regresó a El Pinar donde se desempeñó como Cronista Oficial del municipio hasta su último día.
Vivía a pocos pasos de la plaza de El Pinar (“118 conocidos de memoria y contados por la costumbre” dice en “Con la isla a cuestas”), donde se le solía encontrar por las mañanas sintiendo el perfume de los pinos cercanos, contemplando la panorámica multicolor de los almendros en flor del breve febrero, conversando machadianamente con vecinos y foráneos, indagando “more socrática” con cualquier interlocutor interesante.
Presenté “Con la isla a cuestas” en la feria del libro de Las Palmas y, posteriormente, me hizo llegar su libro “Los rostros del indigenismo” publicado en el Ateneo de Los Teques en 1998. Un ensayo deslumbrante donde aborda la problemática indígena en Perú y otros países de América Latina a la luz de un autor y una obra que ambos admirábamos por sus innovaciones, tanto formales como de fondo, y por las consecuencias sociales, políticas y literarias que tuvo: “Los ríos profundos” de José María Arguedas.
Esos fueron los temas que interesaban el intelecto siempre ávido de Armando: los emigrantes, los pobres, los humillados, los que necesitan justicia y no benevolencia ni beneficencia, los que gritan su dolor de siglos, sus penas y sus estigmas. Armando era un hombre profundamente humano, inteligente, emocionalmente empático, sabio en sus ocupaciones, gran conversador invariablemente atento a las injusticias y muy valiente. Por encima de todo, fue un hombre bueno.
Gracias por todo querido amigo. Tu obra, tu figura y tu recuerdo perdurarán siempre en el pueblo canario.
Gerardo Rodríguez (Profesor de Filosofía, miembro del Consejo Escolar de Canarias).