CUADERNO DE BITÁCORA
Agoney con apenas 18 años ha decidido, aburrido, asqueado y sin perder más tiempo, hacer la maleta y mandarse a mudar de su tierra, de esta tierra que le vio nacer y de la que todos estamos esperando, desde hace más de un siglo, algo de prosperidad para nuestros hijos y nietos. El problema de Agoney no es un caso aislado, quizás sea uno de los millones de casos que ocurren diariamente en millones de hogares españoles, la desintegración de la familia por la crisis que produce un sistema político obsoleto y llamado a desaparecer de una forma u de otra, o sea cueste lo que cueste.
Mientras se hace público el caso de los 4 millones de euros robados por el tema de las mascarillas, la compra de terrenos para hacer un circuito de carreras en Arico, el expolio de patrimonio público, las subvenciones a fondo perdido con dinero de la UE a empresarios mafiosos y empresas fraudulentas, hasta el punto de vomitar, de echar la pota de bilis asquerosa por la boca; mientras sigue el mamoneo, el chupeteo, el saqueo constante de nuestro erario, sin que al parecer nadie haga nada, nuestros jóvenes se ven abocados a emigrar a donde sea para intentar ganar un euro y vivir sin ser un parasito para sus padres y abuelos.
¿Qué más da si nuestros viejos pasan hambre, si las familias se desestructuran por culpa de una “crisis económica” de la cual ellas no tienen ninguna culpa? ¿Qué más da si nuestros jóvenes, los mejor formados de toda nuestra historia, tienen que emigrar como vendimiadores a Francia, o bien subvencionados por Alemania para que estudien en su país, aprendan su idioma y se queden aportando todas las enseñanzas recibidas en España con nuestro dinero?
Nuestra juventud está frustrada, desesperada y sin presente. Los jóvenes españoles, quizás la generación más preparada de los últimos años está sin rumbo y desconcertada ante un presente inexistente y un futuro que de existir será muy lejos de su tierra. Licenciados, con máster, después de múltiples entrevistas y currículos consiguen algún trabajo, pero las condiciones siempre son abusivas: salario de becario, 777 € al mes, o contrato “fijo discontinuo” por horas, otro fraude empresarial que esclaviza aún más al trabajador. Estos sueldos no le darían ni para alquilar una habitación en las ciudades donde les ofertan estos empleos. Para poder subsistir deberían tener una ayuda de sus padres. Pero ellos no quieren seguir dependiendo de nosotros, con una ayuda que, de hecho, estaría subsidiando a los empresarios.
Los padres siempre anhelamos que nuestros hijos conozcan una vida mejor que la que nosotros tuvimos, y así ha sido al menos desde que la Guerra Civil nos hizo tocar fondo. Ochenta años después estamos cayendo en barrena en una involución económica y política que amenaza con arrastrarnos por el túnel del tiempo hacia la España de mi infancia en los años 1960, a la que ya estamos llegando en muchas cosas. ¿Qué futuro espera a una sociedad en la que sus jóvenes solo tienen la opción de desaparecer o amoldarse a condiciones laborales las más de las veces abusivas y requiriendo del subsidio de sus padres?
Estamos “exportando” nuestro bien más preciado, un derroche de dinero en formación tirado por la borda y que beneficiará a otros países. Mientras nuestra “mano de obra” más cualificada se marcha a Alemania, Francia, Canadá, Australia, Ecuador, Uruguay, etc. nos llegan pateras con emigrantes de subsaharianos. O sea, un trueque maldito.
Es extraordinariamente frustrante para un padre ver marchar a sus hijos, pero mantenerlos a costa nuestra no es opción porque supondría llevarlos a una situación en la que quedarán atrapados sin futuro. Agoney cogió su maleta, esa maleta de madera que algún día llevaron a su bisabuelo a la Habana y a su abuelo a Venezuela.
Estos son los “erasmus” de la gran mayoría de jóvenes canarios, limpiar mierda a los londinenses, berlineses, parisinos, etc.