EL BAR DE PEPE
ETA declaró su deseo de pasar página, dejó el enfrentamiento armado y firmó la paz.
Cuando la sociedad muestra su hartazgo de sangre inocente, su deseo de vivir libremente y el ansía de paz alcanza una fuerza incontenible, los terroristas no tienen más remedio que decidir por seguir matando impunemente, o bien instalarse entre las mallas legales diseñadas bajo el respeto a la libertad.
El medio siglo de terrorismo sufrido en España por parte de la banda de asesinos desalmados de ETA deja en su camino un millar de muertos, cientos de heridos, familias destrozadas y miedo, mucho miedo entre la sociedad vasca. Crímenes inútiles, secuestros, torturas, extorsiones y chantajes sembrando el terror entre propios y extraños, muchos años de terror que tendrá que pasar generaciones enteras para que el mundo se olvide de tanta barbarie, de tanto horror.
ETA firmó paz y cerró su periplo sanguinario y entregó las armas que hoy se han destruido. Una rendición que no será total y absoluta hasta que no se pida perdón a todos los españoles por los asesinatos cometidos a sangre fría, masivos, con el tiro en la nuca o el coche bomba.
No podemos pedir a las víctimas de tan horrendos crímenes el olvido de todo lo sucedido, ni siquiera el perdón. Las víctimas de ETA somos todos, porque todos hemos llorado ante las imágenes de los cuerpos mutilados de Irene Villa y su madre, del tiro en la nuca de Miguel Ángel Blanco, del secuestro de Ortega Lara, y de las decenas de muertos y heridos en Hipercor.
Todos hemos salido a la calle con nuestras manos blancas diciendo “BASTA YA”. Pero esta frase la pedíamos con fuerza, con inusitada rabia, con todo el clamor de gente hastiada de tantos actos de inhumana crueldad.
Los terroristas de ETA encarcelados por delitos de sangre, los que apoyaron con su logística, con su apología a la banda terrorista, deben pagar hasta el último día de su condena.
No puede existir paz para tanto malvado, tantos monstruos que asesinaron a periodista, jueces, militares, guardias civiles, policías, políticos y gente que, sin más culpa de pasar al lado de la bomba, nada tenían que ver con sus “postulados”.
Inútil todo lo sucedido, tristemente inútil como inútiles son las guerras de cualquier signo. Ahora que sea el tiempo el que nos sirva para suturar heridas, aunque siempre perdurarán las cicatrices.