Romen Arteaga / @Romen_Arteaga
Cuando hablamos de “antisistema”, la tendencia casi automática suele ser pensar en un perfil determinado: rastas, pañuelos palestinos o flequillos cortos. Se extendió con éxito la estigmatización desde los aparatos del poder de aquellas gentes que decidían alzar la voz en medio de diferentes crisis económicas, sociales y políticas. Antisistema, casi como insulto, para etiquetar a “los del no”, los que están contra todo, los enemigos del progreso.
La Real Academia Española define antisistema como “contrario al sistema social o político establecidos”. Curiosamente esta etiqueta se coloca de forma habitual a quienes defienden el cumplimiento estricto de algunos preceptos de la Constitución española. No parece muy antisistema luchar por el derecho a la vivienda (art. 47), unas condiciones de trabajo dignas (art. 35) o la conservación del medioambiente (art. 45).
Los nuevos antisistema no se manifiestan en las plazas públicas ni se organizan en centros sociales ocupados. Los auténticos antisistema de hoy son los que trasladan su residencia a Andorra para dejar de pagar impuestos en España, los que enseñan a los adolescentes a ir contra un sistema fiscal progresivo -que no progresista- para que quien más tiene, más aporte. Los verdaderos antisistema son los que se reúnen a bailar sin mascarillas en una discoteca mientras 400 personas mueren a causa de los contagios. Los nuevos antisistema son cargos públicos que se cuelan a los más vulnerables para vacunarse primero.
Ellos son quienes verdaderamente se colocan no solo fuera del sistema, sino por encima de él. Son los que atentan contra la salud pública y los recursos de todos. Ellos, los del interés privado, frente a los que decidimos defender lo público. Los nuevos antisistema ya no llevan palestina, sino ropa de marca.
Romen Arteaga es Graduado en Economía por la ULL y Máster en Análisis Político por la UCM.