EL RINCÓN DEL BONZO
El periodismo es elemento clave en una estructura social donde la población en democracia tiene derecho de acceso a información veraz. Así definido en el mismo artículo de la Constitución que habla del derecho a la libertad de expresión y de información.
El ejercicio del periodismo goza de un componente vocacional que no todas las profesiones disfrutan. Cuando el sentimiento coloca los emolumentos percibidos por el trabajo en segundo término con respecto a la satisfacción por lo bien hecho, hace del profesional un privilegiado –así cotejado en primera persona, en un ámbito completamente distinto donde una pasión de altos vuelos también tuvo que sufrir en su día los efectos adversativos de la asechanza organizada–. En ambos casos, la bandera del deber cumplido ondea el orgullo de sus principios, como recompensa moral por el esfuerzo que conduce al éxito.
En toda profesión estatuida en un código ético explícito, o intrínseco en ausencia de colegio profesional, se articula la bondad de sus actividades y se controlan posibles desvíos conductuales con expresión de las sanciones pertinentes.
La teoría se ofrece perfecta y gratificante. Pero aparece el factor humano para desbaratarla. No ya por la propia fragilidad inherente a la triste condición de intereses mezquinos por excesivamente individuales, sino por la incapacidad de afrontar ataques exteriores que acometen con poca piedad las bases del baluarte que necesita voluntad y firmeza para ser defendido.
Desde la oscura percepción captada golondrinamente a ras de suelo, los ciudadanos normales nos sentimos indefensos ante la abusiva injerencia de intereses políticos en los medios, tanto impresos como audiovisuales. A bote pronto parece gran indecencia aprovechar la precariedad empresarial, laboral y profesional de algunas entidades de toda la vida dedicadas a la comunicación, labradas en democracia, vinculadas a derechos y libertades de declaración universal, que parecieron encontrar acomodo vocacional en el sacrosanto ejercicio de “informar, formar y entretener” a una opinión pública muy sensible y vulnerable a manipulaciones mediáticas. Hoy gestadas, para desgracia nuestra, desde otros poderes que utilizan al profesional de periodismo como vía de difusión para ideas y propaganda política que nada tienen que ver con al interés general, y sí mucho con ambiciones individuales o partidistas.
Duelen testimonios de históricos profesionales del periodismo que asumen como inevitables las tragaderas para mantener puestos de trabajo en determinada redacción, y solo publicar en favor de quien más paga y en contra del adversario político de turno. Cierto que se trata de una situación de emergencia con carácter humanitario, como corresponde al empobrecimiento laboral paulatino y progresivo. Cuando la precariedad de recursos aboca a la ruina y desamparo en la familia del trabajador, cuya calidad profesional no encuentra el merecido respaldo económico, no tiene más remedio que aceptar un misérrimo mileurismo para decir o escribir lo que le manden.
Todo ello en contra de los principios deontológicos de una profesión que adolece de la intrusión de advenedizos que un día encontraron un micro en el que vieron un filón de medro personal, sin necesidad de titulación ni acervo moral en el plano formativo. Son “comunicadores” que van de periodistas sin serlo, obsesionados con la primicia, la exclusiva y con los índices de audiencia. Que invaden escenarios adaptados con facilidad al “negocio” de la propaganda política mediante la publicidad institucional y subvenciones oficiales pagadas con dinero público. Es decir: “con mi dinero estoy pagando a unos desaprensivos sobornados por otros para que me mientan…”
En este foro disponemos de casos flagrantes. Alguno incluso trasladado a la FAPE. Cuando se plantea un problema, para dar validez al argumento, conviene proponer posibles soluciones. Creemos que la supervivencia de la profesión más gratificante del mundo depende de la creación definitiva de un Colegio Profesional de Periodismo a nivel nacional. Es difícil concebir, con la que está cayendo, que no esté ya configurado para articular sus estatutos y dar forma a un código deontológico acorde con la dignidad y sensibilidad vocacional del periodismo verdadero. Al tiempo de proteger la profesión del intrusismo organizado en contra de unos principios éticos fundamentales.
La gestión económica de las empresas afectas a la comunicación, es la otra parte vulnerable en términos de supervivencia. Qué duda cabe de que la adaptación a las nuevas tecnologías está recibiendo la merecida atención de expertos en la materia. La prensa convencional está sufriendo un deterioro comercial alarmante. Ya casi nadie compra el periódico porque las publicaciones digitales son mucho más cómodas y la fácil divulgación en las redes de noticias, reportajes y entrevistas, resulta accesible y barata. Así, los diarios de siempre se están volcando en digitalizarse. Y los nuevos que surgen, ya digitales, presentan ciertas ventajas operativas sobre los tradicionales. Aunque todos se nutren de la publicidad comercial, es insuficiente para salir adelante. Y seguimos en las mismas; con líneas editoriales en apariencia ideológicas pero con el trasfondo comentado de propaganda política bien pagada.
Somos la “opinión pública”. El “pueblo soberano” con derecho a la “veracidad”. Pero no es gratis. Somos nosotros quienes tenemos la necesidad y obligación de rescatar el periodismo genuino. El que ejerce el derecho a la libre información y está exento de compromisos mezquinos con facciones tendenciosas y propensas a la manipulación corrupta del dinero público. Salvemos a quienes nos merecen para que nosotros los merezcamos. Está en nuestras manos, pero no sin esfuerzo… un pequeño esfuerzo. Tan simple como calcular lo que antes gastábamos en comprar el periódico habitual a lo largo del mes, y donarlo a la publicación que elijamos. Aquella o aquellas que nos ofrezcan garantía de veracidad y calidad periodística. Y si aportamos algo más, será en beneficio propio… como lo de prescindir en el dial de emisoras de medio pelo; desagradables, mal presentadas y peor manejadas…
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