Año uno de la Nueva Era, tras el coronavirus nada volverá a ser lo que era, o tal vez sí.
Y es que otra vez asistimos a un nuevo capítulo de una vieja práctica, la de demonizar al diferente que no nos gusta o nos incomoda para minimizar su efecto y en último extremo anularlo. Está práctica inserta en nuestra psique como mecanismo habitual de defensa o acomodación mental es la que usa también el sistema contra los que considera contrarios, díscolos, críticos o difícilmente domesticables. Y esto es justo lo que pasa con los que hoy se atreven a mostrar alguna discrepancia frente a la doctrina oficial del coronavirus, los recientemente etiquetados como “negacionistas”.
Pero entenderemos mejor el mecanismo si lo vemos desde el principio con algo más de detalle. Porque en el fondo se trata de sistemas, mentales o sociales pero sistemas al fin y al cabo, unos sistemas que para organizarse necesitan establecer pautas y regularidades y en base a ellas fijar conceptos y categorías con los que poner un poco de orden en el caos y la diversidad que acostumbra a ser la realidad. Este mecanismo simplificador resulta del todo fundamental para poder establecer una mínima comunicación en sociedad sin tener que invertir cientos de palabras cada vez que queremos expresar algo. El problema deviene cuando el sistema utiliza este mismo mecanismo reduccionista para hacer pasar a muchos por algo negativo que no son, y esto es justo lo que el sistema hace con los negacionistas, como antes ha hecho con otros grupos disidentes o discrepantes.
negacionistas
En este punto alguien poco familiarizado con lo que digo podría preguntar qué es lo que el sistema busca con esta simplificación perversa. Es sencillo, a los sistemas políticos como a los mentales, les es más cómodo con menos categorías por manejar. Así, para el político que quiere perpetuarse y no trabajar en exceso lo ideal es contar con una ciudadanía homogénea que piense y se comporte de manera más o menos parecida en base a lo que el propio sistema establece como correcto, con unas discrepancias mínimas controladas por un lado o por el otro. En España por ejemplo, durante décadas tuvimos un sistema muy estable con muy pocas perturbaciones, dónde rojos y azules, esto es, socialistas (PSOE) y conservadores (PP), aparentes antagonistas, se repartían alternadamente el pastel con algunos elementos críticos controlados (nacionalistas, independentistas, anarquistas, comunistas) que se adaptaban perfectamente al status quo sin alterarlo.
Pero el asunto se complica cuándo aparecen elementos críticos que no están controlados con los que el sistema no se siente nada cómodo como interlocutor, porque no le gusta lo que dice, porque lo que dice va directamente contra sus intereses de clase o simplemente porque no quiere integrarlo. Es aquí cuando el sistema pone en marcha su mecanismo perverso de simplificación. El ejemplo más claro de esto lo hemos tenido en los últimos años, primero con el Movimiento 15M y posteriormente con la irrupción de Podemos como partido de masas.
Cómo al sistema (los que detentan el poder) no le agradaba el 15M, no les apetecía ni dialogar con ellos ni integrarlos en su diversidad, y procedieron a calificarlos negativamente cómo antisistemas (violentos anarquistas alborotadores) o perroflautas, para así desprestigiarlos, minimizarlos o anularlos. Tanto o más de lo mismo con Podemos desde que pasa a tener cierta relevancia y algunas de sus propuestas se colocan fuera de lo políticamente correcto o permitido, se les llama chavistas, comunistas, bolcheviques o radicales, se les ataca sistemáticamente. Parecida cuenta más reciente con los de VOX, dónde también en este caso, en lugar de tratar de dialogar con ellos, entendiéndolos y de alguna manera integrándolos, se les clasifica a todos como franquistas, falangistas, fascistas, xenófobos, racistas o ultras radicales de derechas. Aclaro no obstante, tanto en el 15M como en Podemos o en VOX, hubo y habrá integrantes que puedan ajustarse a lo que el descalificativo expresa, pero son solo una parte, no el todo.
Mismo procedimiento con los inmigrantes sin papeles, cómo es más complicado para el sistema escucharlos, conocerlos, entenderlos e integrarlos, se opta por clasificarlos como “delincuentes”, “que se quedan con todas las ayudas”, “que no se integran”, “que traen enfermedades”, “qué esconden a terroristas islamistas”, “que le quitan el trabajo a los de aquí”, y así un largo etcétera de descalificativos con los que pasan a ser un elemento discordante, despreciados u odiados por buena parte de la ciudadanía que cree a pie juntillas todo lo que el sistema predica.
Mismo procedimiento con la cada vez más numerosa ciudadanía empobrecida que hay en España. Como el sistema no tiene voluntad ni capacidad para integrarlos con los mínimos para una vida digna, prefiere encasillarlos por la vía del desprestigio para así restarles importancia o valor, y pasan a ser todos “vividores que no dan palo al agua esperando la paguita” u “okupas (delincuentes) que se apropian por vicio de viviendas de otros buenos ciudadanos”.
Y así llegamos al punto desde donde partimos al inicio de este artículo, una nueva discrepancia: mucha gente no está de acuerdo con la gestión de la crisis del coronavirus y los métodos utilizados. Unos discrepan en un asunto, otros discrepan en otro y algunos discrepan en muchos si no en todo, y como el poder no quiere disidencia ni diálogo, opta otra vez por el mismo mecanismo perverso y los clasifica a todos como “negacionistas”, adjetivo al que le caben otros como terraplanista, ultraderechista, ignorante, insolidario, egoísta, conspiranoico, illuminati o en última instancia simplemente loco. Y los hay, efectivamente, pero no son todos.
Se trata pues, como vemos, de transformar a los críticos, a los diferentes, a los discrepantes en enemigos, en gente mala o en locos, gente a la que hay que temer, odiar o despreciar, así desatas el miedo, y con el miedo controlas a la población. Lo cierto es que la realidad es mucho más compleja que “buenos y malos”, “blancos y negros”, hay mil colores entre medias, hay mil matices, y eso es tal vez lo que hace apasionante el acto de vivir, pero claro, requiere de cierto esfuerzo, tolerancia y generosidad, y como comprobamos no todos están dispuestos. Solo, piensa en ello la próxima vez.