El habla del sur de La Palma, en un libro
Diario de Avisos/Yurena Díaz
En Fuencaliente (al sur de La Palma), las casas del barrio de Las Indias discurren juntas por la empinada ladera desde Los Polveros, la zona más cercana a la costa y probable asentamiento primigenio, hasta Las Cabezadas, aún lejos de la Carretera General que enlaza a la mayor parte de los municipios de esta isla.
De escasas y diseminadas tierras de cultivo en favor de arenales y malpaíses, Las Indias, a finales del siglo XIX y primera mitad del XX, era el barrio con más población del municipio. Las familias sobrevivían cultivando viña, higueras, centeno, boniatos…, criaban unas pocas cabras y ovejas, un cochino, recogían pinocha en el monte… Algunos vecinos hallaban el sustento en la pesca artesanal. Apenas se conocía otra modalidad de negocio que el trueque, tanto dentro del barrio como entre el norte y el sur de la isla.
Gentes hechas a un clima árido, de breves inviernos y escasas lluvias. Que supieron adaptarse al aislamiento geográfico y hasta sortear cierto desdén sociológico exterior, solo explicable por la inexistencia de estirpes caciquiles y otras instituciones de poder; la carretera llegó ya terminada la Guerra Civil y la iglesia, avanzada la segunda mitad del s. XX.
Hasta entonces, y a pesar de la hemorragia que suponía la emigración, la devastación de la Guerra y sus graves secuelas, Las Indias tenía una población de enorme vitalidad. La juventud había protagonizado las llamadas danzas de Carnaval (de origen afro-cubano), los velorios de las Cruces, los cuadros plásticos; estaban los poetas de la décima improvisada, los bailes en el Salón de Vidal… “Pero la Guerra y su reguero de sufrimiento y tristeza lo fue apagando poco a poco casi todo”, como recuerda Juana Bienes Hernández.
Juana nació en Las Indias en 1930. Hija de Luis Bienes y de Antonia Hernández, desde hace un año viene reuniendo, con ayuda de sus hijas, su pequeño tesoro lexicográfico y sus memorias de infancia y juventud, que incluyen historias y tradiciones que escuchó a sus padres y abuelos.
Más de 500 refranes, dichos, expresiones, muletillas… Y más de 300 palabras que formaban parte del habla común de su barrio, serán recogidas en una publicación del Centro de la Cultura Popular Canaria-CCPC en breve. Ese modesto patrimonio inmaterial del sur de La Palma constituirá una singular fuente de información de indudable utilidad para especialistas. Y acaso, un capítulo de interés en la elaboración de un futuro mapa etnográfico de La Palma.
El libro cuenta con el aval intelectual –y el prólogo– del catedrático de la Universidad de La Laguna Pedro Nolasco Leal Cruz, autor entre otros, de “El español tradicional de La Palma”, el mayor estudio que se haya publicado sobre esta materia.
En la afable conversación con Juana Bienes surgen de modo natural palabras como aguapié; ajecho; almorzada; cantaleta, chuculún; cogioca; engaso; norno…
Muchas de estas palabras, que ya no se usan, han caído en el olvido por cuanto estaban asociadas a determinadas realidades que hoy ya forman parte del pasado: actividades agrícolas, pesqueras, ganaderas, modos de vida…
Probablemente ocurre lo mismo con estos refranes que pronuncia Juana cotidianamente: “De mañana en mañana, muda el carnero la lana”; “En abril llega la vieja al cantil”; “Treinta días trae noviembre con abril, junio y septiembre. Veintiocho, veintinueve, febrero (uno) y los demás, treinta y uno”.
Juana recuerda con cierto humor esta frase que ella escuchó de niña y que acabó siendo reproducida durante años en el barrio: “Hoy, primero de octubre, y amaneció el diablo corriendo caliente”. En Las Indias existía la convicción de que el tiempo que hiciera en los primeros días de octubre, persistiría durante todo el invierno; la expresión de enfado de la vecina atribuyendo al tiempo atmosférico la figura de “el diablo” era porque había amanecido a comienzos de octubre con viento seco, presagio de un invierno sin lluvias.
He aquí otros refranes localizados en Las Indias, vestigios de riqueza cultural y de sabiduría popular: “Mar en calma y azul oscuro, temporal seguro”; “En agosto escurre el mosto”; “El buey suelto, bien se lambe”; “No basta dado, sino remangado”; “Tanto arregló el diablo al hijo hasta que le reventó los ojos”…
Y estas expresiones, auténticas señas de identidad en la comunicación oral del sur de La Palma: ¿Pos y luego? / ¡Buena va! / ¡No me opiles! / ¡Dios te libre! / ¡Sapordiós! / ¡Diojelantre! / ¡Ay mi madrita!…
Cada vocablo, cada expresión guarda para Juana su pequeño universo de circunstancias, anécdotas, particularidades, sucesos que ella va hilvanando en su humilde y lúcido hablar. Son pasajes que van configurando el mosaico etnográfico de un pueblo y su tiempo; y que serán plasmados en otra publicación del CCPC, para cuyo equipo “no deja de ser un privilegio –y una responsabilidad– el recopilar ese bagaje; ojalá afloren proyectos similares a lo largo y ancho de nuestras geografías insulares, allí donde estén nuestras personas mayores, nuestros maestros de la tierra como los califica el profesor Lorenzo Perera”.
Cuando Juana mira al pasado, recuerda a su sacrificada familia de la que hoy es única superviviente. Su padre Luis Bienes murió a los 56 años. De sus cinco hermanos, Ángel murió a los 9 años; Mateo, a los 21, a consecuencia de la tuberculosis y de la crueldad de los mandos militares, a los que pedía en vano atención médica al comienzo de la enfermedad. Luisa, a los 61 y León, a los 87.
Le resulta fácil recordar algunos hitos: cuando en verano de 1947 el dictador fue a Fuencaliente a inaugurar la Cooperativa vinícola. La mañana del día 24 de junio de 1949, “cuando reventó el Volcán de San Juan”; la tarde del 26 de octubre de 1971, “cuando reventó el volcán Teneguía”, ambos con sus pavorosos prolegómenos sísmicos… Vivió alguna de las temibles plagas de langosta.
De adolescente conoció en carne propia la dureza de dos enfermedades: una la postró en cama durante meses y la otra, una grave afección pulmonar de la que no pensó escapar. Sin embargo tuvo una especial alegría de vivir, santo y seña de su generación; participó en cuantas celebraciones juveniles se organizaban en Fuencaliente, a donde cada vez que puede, se acerca para afianzar sus recuerdos y el mapa de un pueblo cargado de pasado y de cultura.