Que la señora Calviño era algo más que la Ministra de Economía, lo sabíamos todos.
Pedro Sánchez la escogió cuidadosamente para tener cerca a los poderes europeos, conocer de antemano sus opiniones e intentar influir sobre ellos. La Ministra de Economía es la representación más genuina de una eurócrata, de una funcionaria de alto nivel que conoce todos los entresijos del poder y que mira a los Estados como si fuesen comunidades autónomas. Los eurócratas se sienten por encima de los Estados y los miran con una enorme desconfianza; están imbuidos de la idea de que, de una u otra forma, todo pasa por el Estado alemán y su doctrina oficial, el ordoliberalismo.
Conforme pasa el tiempo, el papel de Nadia Calviño es más importante. Los poderes económicos y sus periodistas favoritos la identifican con la ortodoxia económica, como la representante de la UE en España y como el contrapoder a Pablo Iglesias y a aquellos miembros del Gobierno que pretenden ir más allá de las reglas básicas que la UE ha constitucionalizado en casi todos los países. La “señora de negro”, como se le ha llamado, ha jugado también el papel de posible alternativa a Pedro Sánchez ante el supuesto de una ruptura del Gobierno en el marco de un agravamiento de la crisis.
La posible elección de la señora Calviño como presidenta del Eurogrupo supone un salto de cualidad y, a mi juicio, cambia la naturaleza del Gobierno. Todos sabemos que el Eurogrupo es un órgano informal pero decisivo. Los que hayan leído el libro o visto la película de Varoufakis, Comportarse como adultos, tomarán nota del papel canallesco del señor Dijsselbloem, ministro socialista holandés. Insisto, cambia la naturaleza del Gobierno; si antes la señora era la representante de la UE en el Gobierno, ahora, con su elección como presidenta del Eurogrupo, se va a convertir en una autoridad europea en el Gobierno. Es decir, España estará siendo intervenida por la UE desde su Gobierno mismo con un poder en las grandes cuestiones, similar o mayor al de Pedro Sánchez.
Que los acusados celebren el triunfo de su fiscal, emociona. Ante lo inevitable, parece bueno situarse del lado del vencedor y esperar, nada más humano, su benevolencia. Es lo bueno que tiene estar entre gente culta y educada. Nada refleja más el lenguaje del odio que los informes neutrales y científicos sobre la realidad económica y el futuro de la reconstrucción nacional. ¿Cabe esperar que este nuevo Gobierno vaya a resolver los gravísimos problemas del país desde el punto de vista de las mayorías sociales? Creo que no, que lo que viene será un debate y un conflicto continuo por cada medida progresiva. El ataque feroz contra Unidas Podemos continuará y la Ministra Presidenta será la bandera de enganche.
Se está acabando lo que podríamos llamar la fase “buenista” de la pandemia. La patronal ya ha presentado su decálogo. El trasfondo, evidente: recibir el máximo de medios públicos para sanear sus empresas y negocios, y oponerse a cualquier intento de reformas que cuestionen el modelo económico y de poder dominante en España. Ellos lo saben, un Gobierno vale si es capaz de intervenir en la correlación real de fuerzas, de -en este caso- dar mayor capacidad contractual, política y sindical a los asalariados y a las clases trabajadoras; fortalecer nuestro maltrecho Estado de bienestar y asegurar los derechos sociales para todas y todos. En definitiva, construir un nuevo modelo económico, ecológicamente sostenible, capaz de satisfacer las necesidades básicas de las personas. El viaje al centro del Gobierno es algo más que buscar los votos de Ciudadanos. La historia se acelera.