Se nos fue un revolucionario de los principios.
Nos ha dejado el poeta y el último romántico político de los sueños. Sus ideas eran un canto a la utopía y a la inocencia. Creyó en un proyecto Ilusionado e ilusionante para alcanzar la democratización de los aparatos ideológicos del estado. Soñó con un país donde la lucha de clases entre los poderes fácticos y la clase obrera alcanzara un clima de entendimiento para distribuir con justicia el aire fresco y libertario del Estado del Bienestar.
Las clases dominantes temblaban cuando Julio Anguita insistía en que había que normalizar las relaciones humanas y sociales entre los trabajadores y los grupos gremiales avasalladores que los utilizaba contra sus propios derechos fundamentales. Las convicciones de un comunista de raza como lo era Anguita, cuyo objetivo era modernizar el viejo aparato del Estado español, no podía tolerar que los empresarios fueran por un camino a su manera, y que el Estado, supuestamente democrático, fuera por otros vericuetos defendiendo antes los intereses patronales, que los derechos de las clases medias y pobres.
Anguita luchó la mayoría de las veces desde su propia soledad en transformar España para que los poderes económicos y políticos no se situaran con su arrogancia por encima de la sociedad. Hoy, desde mi punto de vista como observador tratando de ser objetivo, nada ha cambiado. El Congreso de los Diputados y el Senado parecen dos parques zoológicos con personajes extravagantes a los que solo les falta que luzcan collares exóticos y se pinten como los caníbales en el acto previo a la elección de sus víctimas. Nada que ver con el excelente diputado y admirado orador Julio Anguita cuya clase y elegancia política y personal seducía a sus propios adversarios. Pues Julio representaba el arte y la magia de un político combativo, incisivo, sarcástico y de fina ironía con aires de gentleman británico.
Anguita era un político culto, habilidoso e inteligente. Fue fajador y valiente encajador sin perder nunca la sonrisa. Cuando subía al estrado con paso sereno, seguro y firme, me recordaba a un honorable miembro de la Cámara de los Comunes o Cámara de los Lores del Reino Unido.
Los ideólogos y viejos profesores del marxismo se referían a dos ciclos o fases en la construcción del comunismo: la fase del socialismo clásico que era “a cada cual según su trabajo”; y la fase del comunismo y su ambiguo esquema teórico, es decir, “a cada cual según sus necesidades”.
Fue en su última etapa como líder de Izquierda Unida, cuando Julio Anguita empezó a asumir que, en la práctica, sus sueños eran cada vez más inalcanzables. Comprobó que los esquemas teóricos e ideológicos se suelen distanciar de la realidad. Y en ese irreversible mercantilismo político de la realidad que representan todos los gobiernos integrados en la Unión Europea, Julio Anguita entendió que España y los partidos políticos como el PSOE, Partido Popular, nacionalistas y otras extrañas alianzas representaban y representan los intereses de la burguesía de los ricos. Es decir, la política neoliberal capitalista que es la que ordena y manda. Ya no hay ideologías. Solo manda el poder del dinero.
Se nos ha ido un poeta de la política. Julio Anguita dio a España lo que España le exigía: aportar a nuestra democracia su amor por consolidar un estado democrático donde todos fuéramos iguales. Lo consiguió a medias. Pues, en la actualidad, hay más desigualdades que nunca. Los novillos “patriotas” que buscan perforar nuestra Constitución -los llamados populistas, nacionalistas burgueses y los disconformes con el orden político y social establecido-, intentan dividir España. Los demás partidos parece que otorgan y callan. Este vergonzoso panorama lo vivió y lo padeció últimamente Julio Anguita. Sé que no pudo soportar la frustración y el dolor de ver perder a España parte de la dignidad que entre todos conquistamos después de la muerte del dictador.
Anguita ha muerto rodeado de lirios y girasoles siendo hasta el último suspiro un apasionado y fiel defensor de sus principios. Se cierra una página de un referente político que defendió sus ideales hasta que se le apagó su debilitado corazón. ¡Adiós, querido Califa Rojo. Hasta siempre, profesor!