Entrevista a Miguel Martinón. Poeta tinerfeño
Yurena Díaz/Diario de Avisos
Miguel Martinón está considerado uno de los grandes poetas de habla hispana del último medio siglo. Ha dedicado su vida profesional a la enseñanza y a la investigación sobre la historia de la literatura y ha escrito fundamentalmente sobre poetas de Canarias. Pero también su actividad crítica ha estado dedicada a la literatura hispánica moderna y contemporánea.
Aunque nació en Santa Cruz de Tenerife, el mismo año de su nacimiento su familia se traslada a La Laguna donde transcurrió su infancia y adolescencia. Desde 1984 es miembro del Instituto de Estudios Canarios. Hasta 2011 fue profesor de literatura española en la Universidad de La Laguna, donde también dirigió la Revista de Filología y coordinó el programa de recitales poéticos «Lecturas en Guajara». Fue coeditor del suplemento Jornada Literaria del diario Jornada (Tenerife: 1981-1985), cofundador de la colección literaria «Espacio El Mar» (1982-1983) y secretario de redacción de la revista Syntaxis entre 1983 y 1993, que jugó un papel muy importante en la historia cultural del Archipiélago.
Como poeta ha publicado más de una decena de libros. Del año 1975 es su primer poemario Común Historia, al que se sumarían los libros: Sitio (1986), Actos (1988), Por esta claridad (1990), Límites (1995), A la sombra de tu nombre (1997; traducido al francés en 2000), Lugar de trasluz (2004), Desde este otoño (2008), Penúltimo mar (2011) y Curso natural (2014). En el volumen Lecture à Brest (2001) se reunían versiones de sus poemas realizadas por distintos poetas franceses. En 2018 apareció una antología de su obra poética con el título La casa sobre el mar (con prólogo de Alejandro Krawietz). Esa obra se ha continuado luego con los libros Estación sucesiva (2018) y Esta es la hora (en prensa).
Su labor como crítico abarca desde el ámbito de la poesía canaria del mediosiglo hasta el amplio territorio de la literatura hispánica moderna y contemporánea, pasando por la reflexión y la investigación en torno a la vanguardia insular, además de la atención dedicada a la poesía joven actual. Es autor de tres Antologías sucesivas de la poesía canaria, que abarcan desde 1868 hasta la actualidad, que constituyen una aportación fundamental a la historiografía literaria de las islas y son obras fundamentales para conocer no solo la obra y los autores, sino el contexto en el que se han desarrollado. Cada una corresponde a una época histórica: la moderna, la contemporánea y la actual.
Otros títulos publicados como crítico son: La poesía canaria del mediosiglo (1986), La isla sin sombra (1987), La escena del sol (1996)… Con Espejo del aire (2000), Novela española de fin de siglo (2001), Círculo de esta luz (2003) y en 2017 Era obra de su tiempo. Texto y contexto de La regenta, su labor crítica se abre a la literatura hispánica de los siglos XIX y XX. En 2013 el Instituto de Estudios Canarios editó el libro colectivo titulado Desde el fondo del aire: Homenaje a Miguel Martinón y en 2017 recibió el Premio del Círculo de Bellas Artes de Tenerife.
Cuéntenos cuáles fueron las circunstancias que le llevaron a escribir.
En 1962 empecé a estudiar la Licenciatura de Filosofía y Letras en la Universidad de La Laguna, y allí coincidí, afortunadamente, con varios compañeros de estudios interesados por la Literatura. En esa especie de universidad paralela que siempre forman los jóvenes al agruparse espontáneamente por sus afinidades, tuve entonces la suerte de contar con la amistad del poeta Eugenio Padorno, compañero de estudios en la Facultad y residente en el Colegio Mayor San Agustín. Eugenio era un par de años mayor que yo y tenía no sólo más formación sino también la experiencia de haber vivido en Las Palmas unos años difíciles pero intensos, junto a su hermano Manuel y muchos otros poetas e intelectuales. Cuando estudiaba en La Laguna, Eugenio creó la colección «Mafasca», y en ella publicó su primer libro de poemas. A través de Eugenio tuve la oportunidad de conocer a Carlos Pinto Grote, que generosamente me invitó a participar en su casa en las Tertulias del Horno. Allí pude conocer entonces a otros poetas, y, en fin, animado por aquel ambiente, empecé a escribir poemas y llegué a publicar alguno en la prensa.
¿Qué supuso la edición del suplemento Jornada Literaria, del diario Jornada, que usted coordinó durante cierto tiempo?
Igual que otros suplementos culturales de periódicos canarios, Jornada Literaria, que no era más que una hoja semanal, vino a cumplir, a partir de 1980 y durante cinco cursos, una función equivalente a la de una revista. El suplemento, fundado por poetas mayores, pasó pronto a ser dirigido de hecho por Andrés Sánchez Robayna, que lo convirtió en un espacio de convergencia de escritores y artistas jóvenes. Y así Jornada Literaria supuso un gran estímulo a la crítica de arte y de literatura, y jóvenes profesores publicaron allí valiosos estudios, sobre todo de la historia de las vanguardias históricas en Canarias. Jornada Literaria significó un estupendo estímulo también a la creación, y tengo que decir que para mí fue decisivo. Yo había publicado un primer libro breve en 1975 y una plaquette en 1977. Y entonces, empecé a publicar mis nuevos poemas en Jornada Literaria, que recogí en la primera salida de «Espacio El Mar», colección de plaquettes ideada por Andrés Sánchez Robayna en paralelo al suplemento del periódico. Y el caso fue que, integrando aquellas entregas previas, llegué a publicar en 1986 Sitio, que considero ya mi primer libro de poemas propiamente dicho. Desde entonces mi dedicación a la poesía ha sido regular, y he escrito diez libros más.
Como crítico se ha ocupado de manera especial por abordar y casi reconstruir la obra de buena parte de poetas canarios, en especial de la denominada generación del mediosiglo. ¿Qué lo llevó a abordar esta tarea?
En aquellos años antes recordados en que empezaba mis estudios universitarios en La Laguna, tuve ocasión, a través de Eugenio Padorno, de tratar y conocer la obra de poetas canarios de la generación del mediosiglo, tales como Fernando García-Ramos y Arturo Maccanti. Luego, cuando cursaba en Madrid la especialidad de Filosofía, pude conocer a dos poetas insulares de la misma promoción: Luis Feria y Manuel Padorno, cuyos libros de la colección «Adonáis» yo había leído y valoraba mucho. Años después, ya en la nueva era democrática, en la primavera de 1976, participé en el Primer Congreso de Poesía, en el Ateneo de La Laguna, justamente con una ponencia sobre el excelente libro de Manuel Padorno A la sombra del mar. Y lo hice con una actitud, si se puede decir así, un poco reivindicativa del valor de aquel libro de poemas que me parecía no había sido reconocido como se merecía. Y, en fin, esa misma actitud fue la que me llevó, en la época del suplemento Jornada Literaria, a realizar un estudio de conjunto sobre aquellos poetas canarios medioseculares, que yo veía poco valorados. Ese estudio lo presenté como tesis doctoral en La Laguna en 1984, y, al ser luego editado por CajaCanarias en 1986, con el título La poesía canaria del mediosiglo, fue quizás reconocido, claro que muy poco a poco, y llegó a cumplir en cierta medida aquel propósito reivindicativo que yo me había planteado.
Su Antología de la poesía canaria contemporánea (1940-2000) está considerada una de las obras fundamentales de la historiografía literaria contemporánea de las Islas.
En los años de mi doctorado, que fueron los mismos del suplemento de Jornada, yo trabajaba como profesor en un Instituto de La Laguna. Luego, en 1990, pude reincorporarme a la Universidad, para colaborar con Sánchez Robayna en el mismo Departamento en que profesaban también otros amigos de Jornada Literaria. Y en aquella década de 1990, mientras colaboraba en unos y otros trabajos, me fue pareciendo que, además de los poetas canarios del mediosiglo, era necesario un estudio de conjunto sobre los poetas de la posguerra, y también sobre los posteriores, los de Poesía canaria última, y también sobre los más jóvenes que habían quedado vinculados, entre otras colecciones, a la citada colección «Espacio El Mar». Pero tal estudio sobre la poesía insular de la segunda mitad del siglo XX no se podía realizar adecuadamente sin tener en cuenta en todo momento el contexto político, social y cultural de Canarias. Y el caso fue que terminé escribiendo un estudio introductorio para mi Antología que se convirtió en una especie de extensa reseña de todo el proceso de la creación cultural durante sesenta años: de 1940 a 2000. Y, al redactarlo, fui teniendo cada vez más claro que la historia de la cultura en Canarias había estado identificada con la de la poesía, y que por eso mismo la comunidad insular debía un acto de justicia y reconocimiento especial a quienes habían logrado escribir y publicar poemas en las difíciles circunstancias del franquismo.
Los críticos diferencian dos etapas en su obra poética. Háblenos de las mismas.
Es natural que, en estos treinta y cinco años transcurridos desde la aparición de Sitio, se hayan producido cambios más o menos significativos en mi escritura poética. En los primeros libros se puede observar una actitud de celebración del mundo, de la vida. Quizá luego, al ir realizando su itinerario, la escritura ha desarrollado una dimensión más meditativa. Y luego hay que tener en cuenta que el sentimiento del tiempo, aunque estaba presente desde los primeros libros, parece que se ha ido ensanchando a medida que la escritura alcanzaba nuevos estadios. Y así, a partir de mi séptimo libro de poemas, titulado Desde este otoño, los poemas quizá se muestran menos celebratorios y más elegíacos. Al agudizarse el sentimiento del tiempo, se diría que gana espacio la poesía de la memoria y lo narrativo también extiende su presencia en los poemas. Y junto con esto se da un cambio, digamos formal, pues empiezo a escribir poemas largos, dentro de la modalidad moderna del monólogo lírico. Y el caso fue que en cada uno de los tres libros siguientes (Penúltimo mar, Curso natural y Estación sucesiva) incluí varios de estos extensos soliloquios, que surgieron como necesidad expresiva a determinada altura de la edad.