EL BAR DE PEPE (a puerta cerrada)
Manolo alias el Che, ha muerto en Madrid víctima de la pandemia del virus covid-19.
El Che, al que yo llamaba, amigablemente, Manolo “el boludo”, otras veces “pendejo”, era el clásico argentino simpático y ligón. Vivía a caballo entre Córdoba (Argentina) y Madrid, era representante para la Unión Europea de una importante empresa multinacional argentina.
Vivió la guerra de las Malvinas y me confesó, en más de una ocasión, que había visto a la de la guadaña a su lado y con ganas de llevárselo a no sabe donde. Fue uno de los miles de soldaditos, bisoños argentinos, que se enfrentaron a los ingleses en las playas de la Falkland Islands (Islas Malvinas) y que se enfrentaron a los Gurkas de las fuerzas especiales del ejercito del Reino Unido, que con sus cuchillos kukris degollando a aquellos jóvenes novatos que formaban las fuerzas del ejercito argentino hicieron que muchos de ellos se rindieran de rodillas y pidiendo piedad ante tamaña escoria de la naturaleza.
El Che la vino a palmar por un bichito invisible que, de momento, ha causado más muertos que la guerra de las Malvinas y seguramente, caso de no encontrar el misil adecuado capaz de neutralizarlo, acabará con media humanidad.
Mucha muerte a nuestro alrededor, más de la que estamos acostumbrados a soportar, mucho trabajo extra para el Angel de la Muerte. Abbaddon (el destructor) o el Angel del Abismo están haciendo macabras horas extras para enterrar a tanta victima del covid-19.
Solo morimos una vez, nadie ha querido regresar para repetir la hazaña de morir otra vez.
No nos damos cuenta que la vida que vivimos es tan turbulenta, tan rápida, tan egoísta que pasa inadvertida para nuestra conciencia. Cuando menos lo esperamos aparece por nuestra puerta la Parca para llevarnos al más allá.
Somos tan frágiles, tan diminutos, tan estúpidos que nos pasamos media vida intentando ganar para vivir y la otra media la empleamos en vivir para ganar. ¿qué sentido tiene la vida si no sabemos vivirla?
La pandemia llamada del coronavirus, es posible que no sea la mayor pandemia vivida por la humanidad, pero sin ningún margen de error es, hasta hoy, la más mediática por lo tanto la que más repercusión tiene en la conciencia de los humanos.
La muerte la vemos cerca, oímos sus pasos llegar, a lo lejos se percibe la sombra oscura de tan siniestro personaje. La sensación de impotencia es real y las crisis de ansiedad comienza a convertirse en otra pandemia mundial.
Sin embargo cuando se produce en estas circunstancias, cuando la muerte es provocada por un virus de laboratorio, creado o “importado” desde el espacio exterior, y provoca el pánico de 7.000 millones de seres humanos es algo para lo que no estamos preparado.
Ningún gobierno del mundo estaba preparado para una pandemia de esta magnitud, nadie es culpable, excepto la República Popular China que son los verdaderos responsables de tanta angustia, de tanto llanto, de tanta cabronada, y de las consecuencias que nos traerá el macabro invento chino.
Los médicos de medio mundo, ante la saturación de infectados en los hospitales, están aplicando la llamada “sanidad de catástrofe”, un sistema macabro de “solución final” para aligerar las unidades de vigilancia o cuidados intensivos. Se trata de las tristemente famosas “etiquetas”, “pulseras”, “marcas” para distinguir aquellos afectados por el coronavirus que tienen, a criterio médico, más posibilidades de sobrevivir. Se supone que los más vulnerables son aquellas personas con el sistema inmunitario bajo, mayores de 60 años, personas afectadas de diabetes tipo1, problemas cardiovasculares, etc pueden pertenecer al grupo “rojo”, o sea, de los que no vale la pena hacer un esfuerzo debido a que cualquier tratamiento sobre la enfermedad se considera nulo, solo un milagro puede salvarle. Otro sector es el amarillo, las personas integrantes a este grupo tienen más atención médica que los anteriores y menos que los del verde. Es la sanidad colapsada la que provoca esta injusticia, que choca directamente con el juramento hipocrático de médicos y personal sanitario.
Aquí, en estos momentos de la historia de la humanidad, se pierden los valores morales, el sálvese el que pueda se impone en los grandes tsunamis…
Pero debemos estar moderadamente tranquilos, la muerte no es tan fea como nos la pintan, algunos creemos en el famoso túnel azul plateado y la paz infinita, al fin y al cabo solo morimos una vez.