En octubre de 2010 escribí un artículo que titulé “Crisis, miedo y ultraderecha”.
Ya me preocupaba en aquel entonces la situación y afirmaba: “Cada vez más el mapa político europeo aparece ocupado por organizaciones de extrema derecha que, en muchos casos, condicionan la gobernabilidad de su país”. En marzo de 2013 insistí en este mensaje en el artículo “Europa y la peste parda”. Advertía que “el mal se extiende por toda Europa que ve como la antipolítica se va adueñando del sentir colectivo. En la mayoría de los países europeos los ultra-radicales y populistas van ganando cada día más espacio y en muchísimos estados ya ocupan lugares preponderantes en sus parlamentos. El discurso contra los partidos y los políticos se hace cada día más virulento y se afianza más entre las capas populares”.
En los últimos años son muchos los pensadores que nos vienen advirtiendo acerca de la peligrosa deriva de la democracia en el Viejo Continente. Eruditos de distintos lugares como Vidal-Beneyto, Guy Hermet, Emmanuel Tood, Hilary Wainwright, Luigi Ferrajoli o Tony Judt, entre otros, han profundizado recientemente en la pérdida de los valores democráticos y en la degeneración de la democracia nacida de las cenizas de la Segunda Guerra Mundial. Lo señala muy bien Tony Judt: “Sospecho que estamos adentrándonos en un tiempo problemático. Las identidades se resolverán mal, mientras que los desarraigados golpean en los cada vez más altos muros de las comunidades cerradas. En este espléndido siglo nuevo echaremos de menos a los tolerantes, a los de los márgenes: a la gente fronteriza. Mi gente”.
Timothy Snyder ha estado presentando estos días en España su nuevo libro (El camino hacia la no libertad). En una entrevista de Irene Hernández en El Mundo fue muy contundente: “Y lo que la historia europea nos enseña es que las sociedades pueden resquebrajarse, las democracias pueden caer y la gente puede verse abocada a situaciones inimaginables”.
En un artículo que titulé “Los miedos de Europa” y que escribí hace poco más de dos años (en junio de 2016) expresé que nos cuesta reconocer a esta Europa, aunque el Viejo Continente haya sido siempre un territorio de luces y de sombras. En Europa han convivido a lo largo de los siglos la civilización y la barbarie. Ha sido cuna de la democracia y de las grandes civilizaciones cretense, griega y romana y también de bárbaros sanguinarios, feudalismos y guerras santas. Del Renacimiento y de las reformas y de cruentas guerras político-religiosas. De la Ilustración y los descubrimientos. De la Revolución francesa y la Revolución Industrial, pero también de nacionalismos excluyentes y de guerras mundiales devastadoras. De revoluciones y de involuciones. De dictaduras y de democracias. De nazismos y fascismos y de ejemplares democracias sociales. De absolutismos y de libertades…
Hoy esa bipolaridad nos está devolviendo a una etapa oscura y peligrosa. Por la extensa geografía europea crece cada año el viejo monstruo del fascismo o el nazismo transmutado en una extrema derecha populista peligrosamente excluyente. Hoy esta peste parda que se extiende por el mundo, gobierna, sostiene gobiernos o se sienta en la mayoría de los parlamentos de los países de Europa y su presencia crece en cada plebiscito electoral. Con La Liga Norte italiana y el checo Libertad y Democracia Directas como vanguardia, destacan por su populismo ultraderechista y, en muchos casos, por sus connotaciones fascistas o neonazis, el Partido Popular Danés (DF), Alternativa para Alemania, Frente Nacional de Francia, Partido del Pueblo Suizo (SUP), Partido por la Independencia del Reino Unido (UKIP) – en este país además existen el Britain Firts, el National Action o la Liga de Defensa Inglesa-, Demócratas Suecos (SD), Ley y Justicia (PiS) de Polonia, Verdad y Vida o Movimiento por una Hungría Mejor, Partido Liberal de Austria (FPÖ), Vlaams Bezang, de Bélgica…
Han conseguido incluso conformar en el Parlamento de Europa un grupo propio (Identidad, Tradición, Soberanía) y Steve Bannon, ex estratega de Donald Trump, anda en estos momentos por Europa intentando aglutinar bajo el nombre de El Movimiento a todos los partidos de extrema derecha de este continente. Se trata de crear un movimiento mundial al que se suman EEUU, Brasil, Rusia, Québec… Y es que como dice Snyder a la periodista antes citada “cuando un partido de extrema derecha irrumpe en la escena política siempre se describe a sí mismo como nacional, pero la realidad es que la extrema derecha ahora es mucho más internacional que la izquierda. Pensamos en la izquierda como internacional, pero hoy en día los partidos de izquierdas funcionan a nivel nacional mientras que los de extrema derecha están muy bien coordinados a nivel internacional”.
A este entramado populista de ultraderecha, en muchos casos con una profunda presencia del fascismo y el nazismo en sus entrañas, se suma ahora Vox en España, al que se pretende edulcorar e integrar por la derecha convencional, porque, como señalan los expertos, terminan contaminadas por el miedo a perder a parte de su electorado más atraído por esta ola ultraderechista.
Pero la realidad es otra. Y preocupante. En enero de 2017, Vox participó en Coblenza (Alemania), en una cumbre de la extrema derecha europea junto a Le Pen, AfD, Geert Wilder, FPÖ. Unión Cívica Húngara, Partido Conservador Popular de Polonia… Abascal explicó su participación en esta cumbre afirmando que “VOX está hoy en el epicentro de la gran reacción que se avecina en todo el mundo y que será un punto de inflexión para la victoria de nuestras ideas, y para la salvación de Occidente, de su libertad y de su identidad” (…) “Ha llegado nuestro momento. La deriva de la vieja política, la deriva de los viejos dinosaurios socialdemócratas y populares en Europa está teniendo respuesta contundente en toda Europa. Y tenemos el deber de contribuir a que esa respuesta también se produzca en España”. Y advirtió “Estad preparados para el aguacero de pedradas que nos propinará el asustado establishment, pero manteneos firmes y seguros de lo que hacemos. La esencia del gran movimiento que se avecina, —el FN francés, Alternativa por Alemania, el FPO austriaco, el Partido por la Libertad de Holanda, V0x— es que no todos pensamos igual. ¡Y eso es justamente lo que nos une! Porque cada uno cree en la soberanía de su Patria, y cada uno respeta la soberanía de las demás Patrias. Y porque aquí ninguno pasamos por el trágala del pensamiento único de los burócratas europeos y de los globalistas”.
La preocupación se extiende por Europa y el mundo sin que apenas se tomen medidas para evitarlo. Por citar solo a unos pocos, Glyn Ford, eurodiputado laborista, afirmó no hace mucho que “los que antes eran partidos puramente fascistas son ahora partidos populistas de derechas cuyos adeptos constituyen una variada grey que engloba desde personas de ideología fascista hasta racistas, xenófobos y los blancos alienados de clase trabajadora. Ahora se expresan en términos de nación, tradición, soberanía y comunidad, en vez de eugenesia, exterminio y patria”; Pierre Moscovici, Comisario Europeo de Asuntos Económicos, ha lanzado una fuerte advertencia sobre el avance del fascismo en Europa; Macron ha llamado a la unidad europea para “evitar que el mundo descienda hacia el caos”; tanto el Presidente del Parlamento Europeo como el del Consejo Europeo han lanzado mensajes de alerta…
Los estudios de opinión de los últimos años en Europa vienen advirtiéndonos de que cada vez aparecen más personas a las que les da lo mismo vivir o no en democracia. Ya escribí en su día que la mentira, la desesperanza, el miedo, el aumento de la pobreza y la precariedad social, la lejanía de las instituciones, el “divorcio entre el poder y la política” (Zygmunt Bauman), la cesión de la soberanía de los Estados a los sistemas financieros, la percepción de que la corrupción se ha convertido en estructural y una partitocracia autoritaria -con prácticas clientelistas, listas electorales cerradas, políticas internas opacas, que ha sustituido las ideas por palabras (José María Maravall, “Las promesas políticas”)- se han convertido en un arriesgado caldo de cultivo para la antidemocracia populista, neonazi o fascista.
El fascismo, ahora tintado de populismo, está de nuevo entre nosotros y mirando para otro lado no lo vamos a frenar. Se nos echa encima y no reaccionamos. Ofrece alternativas a los que peor lo están pasando que no garantizan los partidos convencionales de derechas o de izquierdas. Setenta años después de la Segunda Guerra Mundial y de las derrotas del fascismo y el nazismo, la crisis económica, política y social se ha vuelto a instalar en Europa. El descrédito de la política y las instituciones no deja de aumentar. Y nadie parece querer enterarse. Se mantienen las políticas de ajustes y recortes, se alimenta la xenofobia con las políticas migratorias; se agrandan las brechas sociales… La antipolítica se hace dueña de las calles. Europa hace aguas. La democracia europea también y es que, como plantea la periodista, escritora y filósofa alemana Carolin Emcke, las demandas de los movimientos sociales reclaman que los valores democráticos de libertad y solidaridad, de igualdad y pluralidad no solo se afirmen y prometan, sino que también sean tangibles.
Antonio Morales Méndez
Presidente del Cabildo de Gran Canaria