EL BAR DE PEPE
“Una noche fui a un bar, conocí a una hermosa mujer, conversamos toda la noche, nos reímos, coqueteamos, la invite a varios tragos, a las 5 am llegó un tipo, la tomo del brazo y la llevó al baño, tuvieron sexo y luego ella se fue con él. Pero no importa yo tuve la posesión toda la noche”
Atentamente: Pep Guardiola.
Este comentario, que aparece en las redes sociales atribuido a Pep Guardiola, ha provocado un sinfín de opiniones tachando de machista al famoso entrenador de futbol internacional.
Conociendo la trayectoria deportiva de Pep Guardiola y su defensa a ultranza por la igualdad de género, se me antoja que es un símil sobre un partido de fútbol que perdió pero que durante los 90 minutos tuvo la “posesión del balón” y su equipo jugó un partido maravilloso, aunque al final el premio se lo llevó el otro equipo.
El colectivo feminista y personas afines a la defensa de la mujer arremetieron furiosamente contra un concursante masculino que cuando tuvo un error se justificó diciendo: “seguro me iba a venir la regla y estaba cabreado”. La presentadora, encolerizada, recriminó al desafortunado cocinero tachando su comentario de machista, sin tener en cuenta que se refería a esos días en que la irritabilidad y los cambios de humor suelen ser peor durante la semana o las dos semanas previas al inicio de la menstruación y desaparece en cuanto esta comienza. En ambos casos la reacción de las feministas está totalmente fuera del contexto.
Hablar de este tema es espinoso y delicado ya que no siempre es la mujer la única afectada, también existen hombres manipulados, agraviados e incluso agredidos por su pareja, en estos casos no hay denuncia por parte del hombre ya que ese supuesto ni siquiera se lo plantean. El machismo es una pandemia extendida por todo el mundo, no solo en España, pero si tenemos en cuenta los datos estadísticos el 70% de las denuncias presentadas corresponden a personas extranjeras residentes en España, Colombia, Ecuador, Marruecos, Rumania se llevan la mayor parte. Pero en datos objetivos en los Juzgados de lo Penal enjuician los delitos castigados con penas de hasta cinco años de cárcel. En esta instancia se dictaron 8.575 sentencias sobre violencia de género. En el 49,82% fueron condenatorias (4.272) y el 50,18% resultaron absolutorias (4.303); es una tendencia que se mantiene estable. Si esa tendencia se mantiene estable más del 50% de las denuncias son falsas.
El perfil del machista suele ser él de un individuo que proviene de hogares violentos, en donde el patriarcado dominante esclaviza a su mujer y por ende a las hijas habidas de la pareja. Estas personas pueden padecer trastornos psicológicos y, muchos de ellos, utilizan sustancias, como el alcohol, que ayudan a potenciar su agresividad. Tienen un perfil determinado de inmadurez, dependencia afectiva, inseguridad. Son emocionalmente inestables, impacientes e impulsivos que en la mayoría de los casos se convierten en maltratadores que trasladan habitualmente la agresividad que han acumulado en otros ámbitos hacia sus mujeres. Además, consideran a la mujer como algo de su propiedad. Dentro de su patología, está el arrepentimiento frecuente, y la mujer malinterpreta este arrepentimiento, que sólo es temporal, hasta el próximo golpe.
El machista tiende a ser una persona celosa hasta de su propia sombra, tiene baja autoestima. Esta es una característica que siempre tiene, una autoestima a raíz del suelo, que le ocasiona frustración y la frustración trae violencia. Además, tiene unas expectativas rígidas de su rol sexual como hombre. Este es el típico macho. Y el machismo lo que está tapando, es un complejo de inferioridad, la baja autoestima. Por eso trata de aparentar lo que no es. Generalmente los abusadores que golpean, que hieren, presentan un lado suave. Hay muchos muy educados, hasta religiosos. Este perfil sería inexacto si se aplica solo al hombre, la mujer agrede, pero psíquicamente, que incluso puede ser más peligroso y nocivo que la agresión física. La conducta de estas mujeres es siempre la misma: culpan de forma exclusiva, desproporcionada y permanente a sus maridos de los problemas inherentes a toda convivencia, presentándose ellas mismas como las «víctimas» ajenas e inocentes de los siempre «graves» defectos de su pareja. No hay diálogo, no hay autocrítica, no hay humildad, no hay disculpas; la percepción de la mujer siempre es inequívoca y furiosa: «¡es por tu culpa, eres un egoísta, eres un inútil, eres un idiota, eres un desagradecido!», etc.; y desfoga contra él toda su rabia y su desprecio. Si el marido se muestra cariñoso: «¡eres un pesado, eres un crío, siempre estás con el sexo, sólo piensas en ti!», etc. Si se defiende hostilmente: «¡a mí no me hables así, ¡qué te has creído, te denunciaré!», etc. Si se repliega para protegerse: «¡sólo vas a lo tuyo, me tienes abandonada, nunca me has querido», etc. Y si el hombre, demasiado inmaduro y dependiente de la figura femenina -su fantasía maternal y sexual-, renuncia definitivamente a sí mismo y se somete patológicamente a su mujer, entonces ella aún lo desprecia más: «¡eres un blando, un inepto, unos calzonazos, me das asco!» De modo que, haga él lo que haga, ella siempre encontrará la manera de deformar la realidad para justificar su compulsiva necesidad de agredirlo y humillarlo.
Monopolizar el tema del machismo solo en el hombre es un error, defender más y mejor a la mujer ante la fuerza del hombre es una prioridad, no podemos soportar un asesinato más, unas heridas o un desprecio continuo que afecte psicológicamente a la mujer o al hombre. La cárcel no arregla el problema por sí misma, hacen falta medidas alternativas que sirvan para que esa violencia de ambos sexos no se pueda volver a repetir.
Empezando por la educación en la infancia en los colegios fomentando el respeto mutuo entre niños y niñas, en los hogares con un comportamiento ejemplar de los padres,