Esa misma pregunta nos la podríamos hacer con respecto a cualquiera de los muchos políticos que poblaron y pueblan el estado español. Y no sólo el estado español.
“La falta de varón no es un problema médico”, de la ex Ministra de Sanidad del PP, Ana Mato. “En el PSOE ni hay bandos ni hay una banda, es un gran partido”, de Susana Díaz, Presidenta del Gobierno de Andalucía. “La Virgen del Rocío nos ha hecho un regalo en nuestra salida de la crisis y en la búsqueda del bienestar todos los días de los ciudadanos”, de Fátima Báñez, Ministra de Empleo y Seguridad Social, del PP. “Algunos se han acordado de su padre cuando había subvenciones para encontrarlo”, de Rafael Hernando, del PP, sobre la Memoria Histórica. “El PSOE es la izquierda que trata de reformar, no la que se contenta sólo con protestar”, de Pedro Sánchez, candidato a la presidencia del Gobierno, del PSOE. “Frente a Podemos que propone una ruptura con todo, nosotros queremos un pacto constitucional, con la economía de mercado regulada y con un Estado de bienestar”, de Albert Rivera, presidente de Ciudadanos. “Rajoy y su gobierno no han tenido ninguna sombra de la corrupción en estos cuatro años”, de Andrea Levy, Vicesecretaria de estudios y programas del PP. “España es un gran país y tiene españoles”, de Mariano Rajoy, Presidente del Gobierno del PP. “Un acuerdo para estimular, para favorecer, para follar”, de José Luis Rodríguez Zapatero, Presidente del Gobierno, del PSOE. Sin contar las frases de Esperanza Aguirre o George Bush…
Frases como estas y otras muchas, deberían de abochornar primero a quien las pronuncia, al conjunto de ciudadanos y luego a los votantes de estos partidos. Al contrario, parece que los votantes se sienten orgullosos de los representantes a los que dan su confianza. Claro que frases como “Podría disparar a gente en la Quinta Avenida y no perdería votos”, o “Un muro en la frontera con México nos ahorraría muchísimo dinero”, lanzada a los cuatro vientos por el recién presidente de los EEUU, quizá no se puedan comparar con las de más arriba.
Pero la pregunta de fondo no debería de ser si estos individuos son tontos o no. La pregunta es más bien si esta gente está ahí por otras cuestiones menos “graciosas”, en según qué casos o “cabreantes”, en otras. ¿Sirven bien a los que los han puesto ahí? Y no me refiero a los votantes solamente. Más bien habría que pensar si esa servidumbre tiene que ver con los intereses con los que los grandes poderes económicos son capaces de manipular e incidir en los resultados de las elecciones, si éstas no les resultan favorables. No podemos olvidar los golpes de estado de Chile, Grenada, Argentina, los intentos de cambiar Cuba, el golpe blando de Brasil, Venezuela…
No. No son tan imbéciles como parece. Porque esa supuesta imbecilidad, provocada o no, es capaz de tenernos hablando y riéndonos de las tonterías que dicen unos y otros, consiguiendo, de esta manera, tapar casos y hechos que en momentos determinados no es conveniente que conozca la ciudadanía.
Claro, que también existe la posibilidad real de que estos individuos consideren imbécil a la ciudadanía… En ese caso, parte de responsable es también la ciudadanía.