En la mañana de hoy he despertado con una nueva frustración por no poder acudir tampoco a la manifestación contra la “Ley del Suelo”, por asuntos de salud, a lo cual tuve que añadir el óbito de Fidel Castro.
Nací en el 65, nieto por rama paterna de una mujer cubana, Amalia Batista (abuelita Mima )* y de Justo Molina González ( Mipa )*, militante del Partido Comunista Cubano durante unos años, que también sufrió prisión en las cárceles batistianas, por lo que mi vida ha estado muy marcada por la revolución cubana, Fidel, el Che, Camilo Cienfuegos… y es obvio, que en mi forma de pensar y por lo tanto, en mi perfil, en mi forma de ser.
Tanto es así, que el único estado que he visitado al margen del español, es Cuba, acompañado por mi padre, y que al regreso volví aún más convencido, que la teoría marxista, se puede llevar a la práctica, aunque también, con la idea de que hay que ser sutiles en estos procesos, y lógicamente autocríticos para avanzar.
En momentos como estos, y a pesar que lo esperaba, tengo que reconocer que me siento triste, porque desde muy joven, comencé a saber de Cuba, de la revolución y de los revolucionarios.
“Y en eso llegó Fidel”, fue una de las canciones que escuchaba muy asiduamente – hasta tener yo mi propio cassette años más tarde – en Somosierra, en casa de mis abuelos, a un volumen prudencial para que no llegara a oídos de ciertos individuos. Hacía paralelismos con la situación colonial de Canarias, y cambiando alguna palabra, encajaba perfectamente. Esta y otras canciones, me motivaban y me hacían creer que la transformación social era posible, que los pueblos pueden tomar el poder y constuir un mundo más justo.
De Fidel aprendí que no hay que tener miedo al imperialismo, que hay que ser firme e intransigente con los principios en todo momento y circunstancia. De la revolución cubana también he concebido valores como la solidaridad y conceptos como la ternura guerrillera o la dignidad de un pueblo.
En estos instantes, me viene a la memoria inevitablemente aquella emotiva ocasión en que mi padre ondeó la bandera cubana en la plaza de toros al salir al escenario Carlos Puebla con sus tradicionales, acompañados por el cónsul cubano, y el público en su totalidad rompió en aplausos a aquella bandera que tanto representaba para los que allí estábamos presentes, pero tras esa bandera, estuvo también la labor de tres grandes mujeres, hermanas de mi padre ( Tata Rosa, Tata Anita y Tata Carmita ) que hicieron posible con su trabajo aquel “minuto de gloria” de mi padre, y que a su vez, también ellas, supieron transmitirme mucho de los valores revolucionarios del proceso cubano.
En estos instantes, me viene a la memoria inevitablemente aquella emotiva ocasión en que mi padre ondeó la bandera cubana en la plaza de toros al salir al escenario Carlos Puebla con sus tradicionales, acompañados por el cónsul cubano, y el público en su totalidad rompió en aplausos a aquella bandera que tanto representaba para los que allí estábamos presentes, pero tras esa bandera, estuvo también la labor de tres grandes mujeres, hermanas de mi padre ( Tata Rosa, Tata Anita y Tata Carmita ) que hicieron posible con su trabajo aquel “minuto de gloria” de mi padre, y que a su vez, también ellas, supieron transmitirme mucho de los valores revolucionarios del proceso cubano.
Siento que con el fallecimiento de Fidel, he perdido a un maestro, no de los de la EGB o el BUP, a los cuales agradezco todas sus enseñanzas, sino de los que han sido trascendentales en mi vida.
La lectura de algunos libros, entre ellos, “Un encuentro con Fidel”, “Fidel y la Religión”, “La prisión Fecunda”, “Música y descolonización” entre otros, también conformaron mucho en mi forma de pensar, por la calidad de análisis objetivo y humana que transmiten y que de ellos se puede aprehender.
También de Fidel y la revolución, asimilé la necesaria y esencial participación de la mujer en los procesos de emancipación, para el cambio estructural y educacional que permita la libertad de nuestras compañeras, mientras que en un estado “democrático” como éste, incluso en algunos medios de difusión, se permiten denigrarla y vituperarla impunemente, aunque ahora dirán algunos medios que murió “el dictador”, o un asesino.
Sin embargo, y me considero una persona pacífica, soy de los que he pensado –y lo seguiré haciendo– que un pueblo tiene derecho a defenderse también si es necesario, a través de las armas, o como diría Pablo Hasel: “No temen votos, temen a un pueblo armado”, que es siempre la última opción por la que se decide un pueblo, y que Fidel expresó con claridad: “El camino de la lucha armada no es el camino que hayan escogido los revolucionarios, sino es el camino que los opresores han impuesto a los pueblos. Y los pueblos entonces tienen dos alternativas: o doblegarse o luchar”, y que también Carlos Puebla en su “Enseñanzas de la Historia” refleja debidamente, con el estribillo “Si tú no acabas con ellos, ellos acaban contigo”.
Y aunque podría seguir extendiendo mi parecer al respecto, entiendo que, con lo que hasta aquí he manifestado, dejo suficientemente claro mi pesar por el deceso de Fidel Castro, mi apoyo a la revolución cubana, y por supuesto, mi más profundo agradecimiento por todo lo que me han aportado.