Sordidez, pecados y cintas de video. 1
Catalina Morgan y Eufrasio Monleón.
La primera cinta que introdujimos al alzar en el reproductor de VHS, fue la que contenía grabaciones en la sala en la que los testigos de Jehová realizaban sus eventos. Los días que había congregación, el que parecía ser el líder espiritual instruía a los allí presentes en el modo de actuar cuando se dirigieran a las puertas de las casas de sus futuros clientes. La etiqueta masculina debe ajustarse al conocido pantalón de tergal, camisa de manga corta, corbata y zapatos bien lustrados, si es posible por ellas. La forma de vestir femenina debe ser discreta, nada de canalillos al aire y faldas siempre por debajo de la rodilla. Educación, castidad, buena presencia. Y no se olviden de cobrar los folletos que entreguen. Y si no se los pagan, ya tienen una excusa para volver a reclamar o el folleto o los cuatro euros que deben de cobrar.
– No olviden, hermanos, que, aunque el dinero es pernicioso, es fundamental para el mantenimiento de la congregación y nuestros locales.
– Sí, hermano – contestaban al unísono los allí presentes.
Al final de todas y cada una de las reuniones, se veía pasar un imputado personaje de la vida pública insular, saludando efusivamente a todos los presentes, portando una especie de bolsa en la que dichos presentes introducían sus presentes. Y valga la redundancia.
Esta sala era también utilizada los lunes, miércoles y viernes por un grupo de rock alternativo, afín a Coalición Canaria que, entre ensayo y ensayo, le escribía los discursos a Fernando Clavijo. Según se puede escuchar en una de las cintas, su líder, conocido camarero en un conocido restaurante de Playa de las Américas, se declara de izquierda radical, igual que el grupo de rock. Estos chicos saben que los domingos alternos se reúne en ese mismo local el grupo de los jehovitas, como ellos los llaman y antes de marcharse, pintan las paredes con grafitis alusivos al gran satán, creador de cielos y tierras y también mares. “Qué bien nos lo pasamos, ¿eh, colegas?”. Grafitis que los testigos borran nada más llegar.
En una sala que no habíamos visto la noche de autos que estaba decorada con carteles alusivos al conocido cuadro de las meninas, vimos entrar a la ex alcaldesa Ana Oramas, además de a unos cuantos personajes mucho más bajos que ella, a los que increpaba, uno por uno, de una manera airada algo así como “enano, enano, eres bajo que Mariano”. En una de las cintas, se la ve que conversa por su teléfono móvil con el que podría ser su psiquiatra de cabecera y después de colgar, obliga a los mencionados enanos ponerse sendos corpiños de cuero, medias que debían ser de mala calidad pues a cada momento se les hacían carreras y a la mencionada ex alcaldesa blandir un látigo y perseguir a sus víctimas por toda la habitación. Está claro que esto forma parte de la terapia recetada por su psiquiatra.
Hay una cinta en la que se ven imágenes de la zona de aparcamientos. Primero pensamos que Luciano, con ella, intentaría hacernos chantaje a nosotros, pero viendo la citada cinta a mayor velocidad, no aparecemos. Quien sí aparece es el señor Melchior, ex presidente del Cabildo Insular portando siempre una caja grande y saliendo del Mamontreto sin la citada caja. Comenzamos a buscar la cinta correspondiente al cubículo en el que vimos entrar a don Melchior y cual fue nuestra sorpresa que también se encontraba allí varios días la señora Tavío en bragas. Todo hace suponer que fueron las que cargó a las arcas públicas, porque aún se veía que llevaban la etiqueta puesta. Ambos, el señor Melchior en gayumbos de corazones rojos y la señora Tavío ataviada de la guisa ya descrita, montaban unas vías de tranvía. Al fondo, se podía entrever, en el interior de lo que parecía ser un spa, la construcción de un muelle para buques de alto cabotaje. Se supone que debe ser para que el Señor Melchior vaya entrenando su nuevo desempeño como Presidente de la Autoridad Portuaria de Tenerife. Algunos días se podía ver también en el mismo cubículo a don José Manuel Soria vestido de recibo de la luz, comunicándoles a viva voz que la energía que utilizaban para sus jueguitos de tranvía subiría el próximo día que él pasara por el Mamontreto, a lo que los dos juguetones proferían jadeos de satisfacción plena o casi plena. “¡Que se jodan!”, se oyó a la señora Tavío parafrasear a su adlátere de partido la señora Fabra.
¿Quién ensayaba en el cuchitril pegado al del grupo de rock alternativo? Nada más y nada menos que Pepe Benavente. En el reducido cubículo se amontonaba una orquesta compuesta por un batería, un contrabajo de palo, una guitarra eléctrica, un teclado, tres vientos y cuatro go-gós girls que no paraban de mover las caderas, hubiera o no hubiera música, cantara o no cantara don Pepe. Los amplificadores se subían a tope para compensar el rock alternativo que venía de la habitación de al lado. Y, dicho desde el desconocimiento, el sonido que se oía proporcionaba una fusión sonora espeluznante. En varios de los días que componían la colección de cintas de video, se unía a los ensayos el señor Miguel Zerolo; se le veía acercarse a saludar a todos los músicos, bailaba discretamente, siempre al ritmo del afamado éxito de Benavente, “el Polverete” y, cuando abandonaba la sala, se veía al cantante acercarse al ex político dándole algo. Estamos a la espera de contratar (a muy bajo precio) a algún experto que pueda descubrir el contenido del presente.