Tras la indigestión de los resultados electorales del 26-J, se pueden hacer dos análisis políticos, uno más diplomático que otro.
El análisis “políticamente correcto” nos llevaría a determinar que el PP, con su campaña del miedo, ha conseguido robarle votos tanto a Ciudadanos como al PSOE. Del contraste de los resultados se deduce claramente que el número de votos que gana ahora el PP lo pierden, exactamente, PSOE y Ciudadanos. Es decir, ha habido un claro trasvase de votos moderados de centro-izquierda y de centro-derecha al partido más alejado del centro por la derecha que es, precisamente, el PP. Y eso, ¿por qué?, podríamos preguntarnos.
Porque caló el mensaje del miedo a lo desconocido, el miedo a desandar lo ya andado, el miedo a desarmar lo ya enfundado… ocultando desvergonzadamente las intenciones que tiene el Presidente en funciones, Mariano Rajoy, en cuanto tome posesión de nuevo en La Moncloa, y que dejó descubiertas en la carta que le escribió al presidente de la Comisión Europea, Jean-Claude Juncker: hacer más recortes, pues España ha incumplido el déficit en los últimos años y será necesario hacer más ajustes, según la Comisión. Es decir, más pobreza para esas clases populares y medias a las que el PP maltrata, aunque incomprensiblemente reciba también de ellas un apoyo electoral considerable y eso, sin duda alguna, por desconocimiento real del origen de muchas políticas que afectan a la vida cotidiana y porque, también, siempre ha habido quien formando parte de una clase social se ha creído parte de otra.
También ha influido el descuento que se hace de la corrupción en el voto, ya que hay una mayoría de españoles que la comprende humanamente, tanto en los suyos como en los ajenos. Hay en el “ser” español una tendencia a la corruptela que viene de largo. El español parece ser pícaro por naturaleza, ya lo retrató un escritor anónimo en el Lazarillo de Tormes, y la picaresca forma parte de nuestra idiosincrasia como nación, lamentablemente. Ahora se lleva mucho decir “como los de arriba roban, los de abajo no vamos a pagar para que sigan robando”, aunque en realidad, desde que tengo uso de razón, siempre he observado que sortear la ley es un deporte nacional. Ya lo dijo Karl Marx: “España es el país que más leyes tiene y donde más se incumplen”. Sólo la tolerancia con la corrupción explica todavía un voto tan mayoritario al partido político que más corrupción ha amparado en los últimos años, y sólo esa tolerancia puede explicar el aumento del voto a ese partido en circunscripciones especialmente abatidas por la corrupción.
También ha influido en ese trasvase de votos de PSOE y Ciudadanos al PP el intento fracasado de aquellos partidos de formar Gobierno en la pasada y cortísima legislatura. Unos votantes han optado ahora por el PP porque quizá no entendieron que PSOE y Ciudadanos no facilitaran el Gobierno al partido más votado, que fue el PP, sobre todo cuando la opción de investir a Pedro Sánchez fracasó. Y otros votantes quizá no entendieron que estos partidos no se avinieran a una gran coalición con el PP. Claro está, como el agua, que en estas elecciones medio millón de votantes centristas, más o menos, se ha decantado por el partido de Rajoy porque ha visto en esa opción la más segura para formar un Gobierno estable cuanto antes.
Y también ha influido a última hora el Brexit, que ha transmitido el mensaje del miedo a lo desconocido y a la inestabilidad económica y política a la que podrían conducirnos opciones políticas más distanciadas del bloque monolítico de centro-derecha que gobierna mayoritariamente en la Unión Europea. Miedo a que ciertas decisiones políticas, aunque no radicales, fueran contestadas desde las instituciones comunitarias con firmeza, causando más estragos en las ya sensibles e hiperendeudadas cuentas públicas españolas. La polarización de la campaña electoral del PP ha sido un éxito, especialmente con esos anuncios en los que minusvaloraba al PSOE como un partido que “sólo estaba en contra del PP”, o con esos anuncios en que identificaba falsamente a Podemos con el comunismo autoritario, o con esos anuncios en que apelaba a agrupar en torno a Rajoy el voto útil del centro-derecha en sus diatribas contra Albert Rivera. Hay que reconocer que sus mensajes de situar a todos los demás rivales políticos en la inconsistencia, en la radicalidad o en la división, han calado en, por lo menos, ese medio millón de electores que ha virado su voto de PSOE y Ciudadanos a PP.
¿Y qué pasa con el millón de votos que, aparentemente, se ha volatilizado de la candidatura Unidos Podemos? Son muchos votos… demasiados. Parece que se han ido a la abstención, que el 20-D afectó más a los partidos tradicionales y, ahora, habría afectado más al partido emergente. Quizás una parte de los anteriores votantes de IU y Podemos habrían optado por quedarse en casa, mostrando así su disconformidad con la alianza entre estas dos fuerzas políticas. Quizás otra parte, asustada a última hora por el Brexit británico, habría preferido abstenerse aun teniendo el voto decidido a Podemos para no facilitar, así, un excesivo triunfo a dicha formación que la situara en segundo lugar y en condiciones de formar un Gobiero progresista con el PSOE pero dirigido por Pablo Iglesias, lo que habría situado a la Unión Europea y a los mercados en posición de “¡apunten… fuego!”. Y quizás otra parte de esos anteriores votantes de Podemos no habrían ido a votar para castigar a dicho partido por no facilitar en la anterior legislatura ese supuesto Gobierno de progreso al que aspiraba en solitario el PSOE con Pedro Sánchez al frente. Algunos dijimos entonces que, dada la negativa de este partido a formar Gobierno con Podemos y dada, también, la negativa de Albert Rivera a colaborar con Pablo Iglesias, lo mejor era que la formación morada dejara gobernar al PSOE con el apoyo de Ciudadanos y, así, rentabilizar la primacía de la oposición de izquierdas. Algunos también expresamos nuestras dudas acerca del beneficio que podría obtener Podemos en unas próximas elecciones, que poníamos en duda abiertamente. No contábamos, entonces, con la alianza que luego se fraguó con Izquierda Unida pero, incluso con ella, yo particularmente expresé en otro artículo la reserva que muchos “socialistas de corazón” tienen ante cualquier candidatura electoral en la que se incluya al Partido Comunista de España, por las históricas divergencias irreconciliables entre PSOE y PCE a cuenta de la II República y la Guerra Civil. Ahora, a Podemos le queda un largo camino para descifrar ese supuesto millón de abstenciones y reinventarse ante una legislatura en la que habrá, previsiblemente, dos partidos que se disputarán la hegemonía en la izquierda española.
Lo que sí ha causado estragos y ha dejado a la ciudadanía en estado de shock ha sido el batacazo que se han dado todas las empresas demoscópicas, que han fallado en el anunciado sorpasso de Podemos al PSOE y que hasta las encuestas a pie de urna vaticinaban en la jornada electoral. ¿Mienten los españoles cuando les encuestan? ¿Todo el voto indeciso era de Podemos? ¿Se manipularon las encuestas para activar el voto útil a PP y PSOE e, incluso, para desincentivar a los posibles abstencionistas de esas formaciones? Anunciar un segundo puesto a Podemos suponía barajar la posibilidad de un Gobierno de progreso Podemos-PSOE con Pablo Iglesias al frente y eso, quizás, era intolerable para los poderes fácticos, temiendo la reacción de éstos muchos electores. ¿Quién sabe? En estas democracias telemáticas cada vez se nos escapan más datos.
Otro análisis “políticamente incorrecto” es el que comienza a circular por las redes, acusando al Gobierno de alteración de los resultados electorales, algo que por otra parte fue muy habitual en la España del siglo XIX, tanto cuando gobernaban los liberales conservadores como cuando gobernaban los liberales progresistas. Se desconfía del ministro del Interior, Fernández Díaz, y se desconfía de la empresa asignada para el recuento electoral, a la que al parecer se asignó dicha tarea sin concurso público. Ya hay un par de peticiones de firmas en curso para llevar a cabo una auditoría del recuento electoral, así como testimonios de apoderados e interventores en mesas electorales que están contando ciertas irregularidades en el proceso. En cualquier caso, más allá de las dudas razonables que estas informaciones puedan inspirarnos, habrá que esperar a ver si algún partido impugna las elecciones, lo que sería novedoso en nuestra reciente democracia recuperada.