Entrevista al cantante uruguayo Daniel Viglietti
Por Fidel Díaz Fuente: El caimán BARBUDO
¿Quién dijo artista?
Yo soy un hombre apenas
que ataca el miedo
en su garganta.
Un malherido
país caminante,
madera y aire,
uno ni héroe ni cobarde.
Otro que sigue
lo que tantos iniciaron,
uno que encontró
la sobrevida.
Llevando estos versos, con sísmica voz, y como cabalgando en su guitarra, llegó desde el Uruguay un cantor a quien llamaría “leyenda”, de no ser porque él mismo se ha declarado “ni más ni menos que un humano”; prefiero entonces decirle “hermano mayor” no solo por ser Cuba también su casa, sino porque más que uruguayo, Daniel Viglietti es nuestroamericano.
Quiero aprovechar ese largo camino suyo en la canción “nuestroamericana” para hacer un poco de historia. Los años 60 traen el llamado movimiento de la Nueva Canción, pero en América desde los años 40, ya traen el germen de ese cantor comprometido socialmente…
Sí, pero hay que puntualizar que hay toda una tradición de canción popular en toda esa región sur de los que compartimos muchas formas musicales: Uruguay, Argentina, con Brasil… Nosotros como país somos un invento de la Historia, como toda América: todo era una inmensa pradera, a veces montañosa, no había fronteras, no había límites, con un inmenso caudal de músicas, de cantores anónimos, payadores, trashumantes, improvisadores, músicos anónimos, gente que luego de manejar un arado, carpir la tierra, con las manos duras del trabajo, sensibilizaban la vida con una guitarra. Eso antecede a todos los nombres propios; pero cuando entramos a hablar de los que, de alguna manera, absorbieron eso, lo bebieron, lo transcribieron, ahí aparece Atahualpa Yupanqui, (Héctor Roberto Chavero en realidad), hombre que supo poetizar su música y musicar su propia poesía, con una filosofía de la vida de gran calado, una lectura del paisaje muy hermosa y también con sentimientos de reclamo social. Me decía, el otro día, Vicente Feliú —que ha sido el gestor de este viaje mío a Cuba—, que pronto iba a Argentina, a actuar en la Pampa; y yo le decía: “la Pampa mata de abajo, el sol castiga de arriba”, frase de Yupanqui.
Siendo yo muy pequeño, él iba a mi casa en Montevideo —mi padre tocaba la guitarra, mi madre era una pianista conocida— y se armaban unas guitarreadas que yo conozco solamente por mentas, por referencias. Ya adolescente, me marcó mucho un concierto, en el teatro Solís de Montevideo, cuando Yupanqui cantó “Duerme negrito”, canción anónima del Caribe que él transformó, la puso en “sur” y significó que yo tomara conciencia sobre el racismo, la explotación, sin discursos ni manuales, sin banderas o partidos, sin familia que me lo dijera, porque mi familia era conservadora (el ala de mi madre era del Partido Colorado; la de mi padre era del Partido Nacional, los partidos antagónicos de la derecha tradicional). Entonces, aquella canción logró en mí lo que no llegó por otras vías.
Aquí en Cuba, recuerdo que se escuchaba mucho a finales de los 60…
Bueno, la grabé aquí, en el disco Canciones para el hombre nuevo; ya el nombre delata el momento, el Che todavía estaba vivo, era como el epílogo de su guerrilla. En esa misma estadía en Cuba, estuve incluso en la Velada Solemne de la Plaza de la Revolución cuando muere el Che.
Un violinista uruguayo que trabajaba con la Sinfónica aquí, el gordo Federico Brito, me llevó al club La Zorra y el Cuervo, en el Vedado, a escuchar a un cantor fantástico, de voz muy raspada, un clásico del bolero, José Antonio Méndez; lo conocí a él y a otros músicos. Cuando empecé a hacer Canciones para el hombre nuevo en la EGREM, con Medardo López, me fui acercando a otros instrumentistas: Brito, que haría el violín en un poema de Líber Falco: “Yo nací en Jacinto Vera”, otro músico de los hermanos Núñez, un cornista participó en una versión de cuando musicalicé poemas de Vallejo, como “Pedro Rojas” y “Masa”… Para “Duerme negrito” me vinculo a Ramiro Hernández, un percusionista que trajo a otros instrumentistas, recuerdo que había una marímbula, una quijada, elementos de la percusión caribeña, cubana y con eso grabamos; recuerdo que se hacían las tomas en vivo, no había pistas. Fue muy hermoso poder retomar aquel viejo recuerdo de Atahualpa, y replantearlo, digamos, lo que me había hecho él a mí, tratar de devolverlo a los demás. Por eso a veces caigo en la idea de que la canción puede ayudar a transformar la conciencia. Digo “caigo” porque no hago de eso una cosa omnipotente, de “¡vamos a cambiar el mundo con la canción!”, porque eso no es cierto, pero sí algo puede hacer la canción y ese poquitín yo lo viví en mí mismo.
En aquellos años 50, en que comienza a buscarse en las canciones, ¿a quiénes escuchaba del ambiente musical uruguayo?
Primero Yupanqui, que es de Argentina, del otro lado del río. También Gardel, y más tarde Alfredo Zitarrosa, de la misma impronta. Ahí rescato la figura de Antonio Tormo, siendo niño ya trataba de imitarlo. Si Yupanqui me llevó a pensar la canción, Tormo me llevó al acto físico de cantar. Mucho venía de Argentina, pero ya había búsquedas en Uruguay importantes, como Los Olimareños, dúo que formó parte de aquella amplísima delegación que vino a Cuba en 1967 al Primer Encuentro de la Canción Protesta. También el aporte junto a ellos de Víctor Lima, originario de Salto, pero afincado en la Comarca de 33; y de un payador formidable, Carlos Molina, que participó en aquel Primer Encuentro y tuvo un contrapunto memorable en Casa de las Américas con el poeta-improvisador peruano Nicomedes Santa Cruz. Yo nunca hubiera escrito una canción como “A desalambrar” sin la influencia de ese pulgar mágico, del toque de guitarra del payador, en el Mi Menor.
Dale tu mano al indio / Dale que te hará bien… “Canción para mi América”, pieza antológica que muchos han cantado, la que Mercedes Sosa convirtió en todo un himno, ¿cómo surge?
La compongo en 1961. En Uruguay nos produjo una gran indignación la invasión de Playa Girón. Ahora, yo no escribí la canción sobre esa agresión, pero aquello me conmovió toda la armazón de pensamiento, de la toma de conciencia que se venía gestando, y compongo esto en un país donde los indígenas habían sido duramente exterminados y esa era una manera como de abrazar a los pueblos originarios de América Latina. Es un intento de aproximación, yo diría que la idea es: hombre blanco del sur que canta a los indígenas y asume esa importantísima presencia continental de los pueblos de origen.
1967, Primer Encuentro de la Canción Protesta, convocado por Haydée Santamaría desde Casa de las Américas.
Haydée, una persona con magnetismo, alguien que sostenerle la mirada era tener en el medio una idea muy firme del cambio, de la necesidad de la Revolución, y una mezcla con una cosa muy humana, muy tierna, muy cómplice a la vez. Ella fue un factor fundamental para todos los cantores que vinimos a ese encuentro, y para lo que sería más tarde la Nueva Trova… y no quiero olvidar a Alfredo Guevara, como otro de los sostenedores cardinales para la trova y todo nuestro canto; ni a Leo Brouwer, Federico Smith, el cineasta Santiago Álvarez… Aquel encuentro de 1967 fue como una revolución íntima, que vivimos los que llegamos hasta acá. Veníamos de América del Sur, de toda América Latina; no de toda, pues de muchas partes no se podía venir por las dictaduras o gobiernos represivos. De Argentina, por ejemplo, vinieron uno o dos solamente, pues estaban bajo la dictadura de Onganía; en cambio de Uruguay vinimos diez, pues estábamos en democracia y los regresos eran posibles. Nosotros dimos la vuelta al mundo, pasamos por Praga, por Gander; dos días de viaje en aviones Britannia, de hélices, para llegar hasta aquí. Pero cuando vimos “Territorio libre de América”, creo que lloramos todos, fue impresionante.
Por varias vías fueron llegando otros; por México entraron Isabel y Ángel Parra también, un par de días después que yo, y los fui a esperar al aeropuerto; acababa prácticamente de morir Violeta (Parra), la madre de ellos (era 1967, ella muere el 5 de febrero y estábamos a finales de julio). Yo había conocido a Violeta, había vivido un tiempo en casa de ellos, y fue un fuerte y largo abrazo con ellos en el aeropuerto, que significó todo ese duelo; cosas que no se dicen con palabras.
Vino de Chile Rolando Alarcón, un cantor que reivindicó el repertorio de canciones de la Guerra Civil Española; Óscar Chávez, de México. De Europa vinieron también; de Asia recuerdo unos vietnamitas, que dieron un recital con un piano de cola en el que hacían efectos de bombardeos, ellos estaban todavía en el proceso de la guerra… Vinieron gente de África, del Congo; de Australia la cantora Jean Lewis; y de Estados Unidos vino Bárbara Dane, la madre de Pablo Menéndez. Fue impresionante cómo se formó esa vinculación de tantos mundos.
En la delegación uruguaya: Los Olimareños, Alfredo Zitarrosa, Quintín Cabrera, Carlos Molina, Marcos Velázquez. Otro que olvidaba: Llamandú Palacios, y qué decir de Anibal Zampayo, fundamental. Algunos de ellos sufrirían años más tarde el exilio y en el caso de Zampayo fue preso político, por la dictadura, durante muchos años… Se trataba de cantores “comprometidos”, esa palabra tan gastada pero que quizás no hay otra, con un compromiso ético, a veces político… Quiero nombrar también a Estela Bravo, periodista estadounidense que fue derivando en cineasta, que vive en Cuba y fue un factor fundamental en ese encuentro
En el disco que hace Casa de las Américas con los participantes en aquel Encuentro del 67, solo aparece por Cuba Carlos Puebla, pero ¿a qué otros cubanos recuerda que participaron?
No puedo precisar los que eran parte del evento, porque también nos invitan a escuchar a otros artistas en diversos teatros y centros nocturnos y se me mezclan. Recuerdo a Elena Bourke, especialmente, porque un tiempo después cantó una canción mía dedicada al Che, una canción muy directa, de esas que salen de golpe tras una noticia, y me emocionó mucho que la versionara alguien de su estilo… En el andar de los ríos,/ desde el dialecto aymará/ por altiplanos y selvas/ el guerrillero hablará. Tenía un título que hoy yo no se lo pondría, pero, bueno, está bien así: “Canción del guerrillero heroico”, también la han llamado “Mi comandante Guevara”.
Otro que nos acompaña en aquello del 67, es Joseíto Fernández y su “Guajira guantanamera”. Uno de aquellos días salgo del Hotel Nacional y veo Restaurante Monseñor y un cartel que anunciaba a Bola de Nieve, que había sido amigo de una tía mía que trabajaba en la Radio Carber, de Francia; pues entro, saludo al Bola, le cuento todo eso, me tomo un ron y…¡Maravilla, Bola de Nieve! Un artista tremendo, un intérprete increíble.
Y la canción que compuso a Camilo Torres, el sacerdote salvadoreño: Donde cayó Camilo/ nació una cruz,/ pero no de madera/ sino de luz.
Nació en Cuba esa canción. Soy ateo, pero me había estremecido mucho la noticia de la muerte de Camilo, y cuando llego aquí, me sacude ver la imagen de Camilo Torres en gran cantidad de murales y afiches en diversos lugares de aquella Habana del 67. Ese impacto me venía rondando cuando nos llevan de excursión a conocer Guamá, una ciénaga con cocodrilos; un altísimo calor, ahí se me enciende la célula de la canción, tomo un papelito y anoto los primeros versos de “Cruz de luz”.
Una vez me escribe Víctor Jara una carta para pedirme autorización para cantar “A desalambrar” y “Cruz de luz”. Le contesté que, perfecto, que no precisa autorización. Después lo conocería, un ser entrañable. Pues esa canción a Camilo ha tenido varias versiones, entre ellas la de un puertorriqueño, Frank Ferrer, muy curiosa, algo así como pre salsa, bailable; bueno, el Caribe es así, se puede pensar bailando. Se puede invocar a alguien desde la alegría, a pesar de que haya un drama en el medio; porque la letra está respetada en todo.
Aquel Primer Encuentro de la Canción Protesta fue inolvidable. Ya en los días finales, no estaban todas las delegaciones completas, nos llevan a conocer la Isla de Pinos, y, de pronto, aquel fenómeno típico, como de torbellino, de cuando aparecía Fidel… Pues apareció, y tuvimos la oportunidad de cantarle algunas canciones, y yo le canté “Canción para mi América”:
Su segunda visita a Cuba es en 1972, había estado preso en fecha reciente.
La prisión mía fue breve, nada comparable a la de tanta gente en Uruguay, gracias especialmente a las campañas internacionales; una muy importante en Francia que encabezó la periodista Sofi Magariño, y recogió firmas como las de Oscar Niemeyer, Julio Cortazar, Jean Paul Sartre, entre otros, que yo ni conocía. Había pasado por Francia muy fugazmente; volviendo de Cuba en el primer viaje, fui a ver a mi madre, pianista instalada allí y no hice muchas amistades. Se hicieron también manifestaciones en Uruguay, donde se había corrido la voz de que me habían roto las manos. Yo estaba encerrado y no sabía nada de eso. Muchas protestas en las que no ponían nombres, decían “se torturan compatriotas”, y eso estuvo bien, pues realmente a mí no me torturaron, pero a muchos sí y hasta asesinaron; se dijo entonces lo de las manos, hicieron una conferencia de prensa sorpresiva, me fotografiaron las manos, y las publicaron como para irradiar la falsa conclusión de que no se torturaba en Uruguay. Claro, que en pocas semanas iba a aparecer incluso mucha gente muerta, por lo que ese argumento se iba a desarmar rápidamente. Yo dije entonces: “A mí no me torturaron, pero nadie me ha dicho por qué estoy preso”.
Cuando salgo en libertad me quedo a vivir en Uruguay. Doy un concierto en El Galpón que comparto con alguien que venía de gira, un entrañable amigo que luego perdí, el cantautor chileno Payo Grondona. Ahora me doy cuenta de que no teníamos idea de la medida en que se intensificaba la represión. Sabíamos de las detenciones, de los castigos, de todo eso, pero de alguna manera éramos ingenuos.
Me llega la invitación para venir a Cuba a un Encuentro de Música Latinoamericana. ¿Cuál fue mi razonamiento? Bueno, yo encantado de ir a Cuba, pero ¿cómo vuelvo? Después de todo lo que iba pasando, que yo había estado preso, y en este caso el viaje sería por vía Chile, el Chile de Allende. Al final decido ir. Y vuelvo. Hago el cruce por la cordillera con un auto roto, remolcado, demoramos muchísimo en el regreso, llegamos a la frontera en Mendoza, me abren el cofre del auto, yo traía gran cantidad de libros de Casa de las Américas, y el guardián de la frontera agarra uno, para mi suerte “Poemas de amor” de Delmira Agustini, lo coloca nuevamente en la montaña de libros: respiré profundo. Entonces llego a Buenos Aires, sondeo cómo está el panorama, para volver a Uruguay, hice alguna llamada antes por si acaso y regreso a mi país. Allí pienso prolongar mi vida, voy a cantar nuevamente a Argentina, en ese ir y venir fundamental para los músicos; y cruzando prácticamente, me llama una tía y me dice por teléfono: “Qué guitarra más querés que te llevemos, y qué otras cosas para tus vacaciones…” Era la señal de que en Uruguay otra vez me habían ido a buscar. Una segunda ocasión, ya no iba a haber campaña ni nada que me sacara de la prisión. Entonces comienza mi exilio en Argentina, comarca natural para exiliarme. En ese momento me llega una invitación de Perú, estaba el gobierno de Velazco Alvarado, gobierno militar de signo progresista; en la duda, me demoro, me perdí conocer Machu Pichu, pues por ahí empezaba la invitación al evento. Me decidí porque me enteré que había pasado Víctor Jara, y que la Secretaría de Cultura de ese gobierno, donde estaba el poeta Arturo Corcuera, había sido muy cálida con él, había funcionado todo bien. Entonces fui, en el primer concierto nombro a Javier Heraud, poeta guerrillero, nombré ciertos símbolos y el público enseguida entendió, como que “marqué la cancha”. Y me llega a la vez la invitación para la Fest de la Humanité, y voy y es allí donde me encuentro con Carlos Puebla y comienza mi exilio en Francia.
En ese viaje a Cuba de 1972 graba un disco con el Grupo de Experimentación Sonora del ICAIC
Quedó registrado un disco de Casa de las Américas con los invitados al Encuentro de la Canción Latinoamericana, y comienza con la pieza “Corisco”, precisamente de Glauber Rocha y Sergio Ricardo, tema de la película Dios y el diablo en la tierra del sol. Recuerdo también a Judith Reyes, trovadora mexicana, fantástico ejemplo de humanidad y canto a la vez; estuvieron Isabel Parra, Canto Libre con la pieza “La pala” de Víctor Jara…y está el Grupo de Experimentación Sonora del ICAIC con “Los caminos”, que canta Pablo Milanés… En esa experiencia aquí, se me empieza a cuajar la idea de hacer un disco con una cara de música brasilera, especialmente canciones de Chico Buarque, y la otra con trova cubana. Yo no era bilingüe, pero trabajé con mucho detenimiento y las dudas tuve el lujo de resolverlas con Glauber Rocha, el gran cineasta brasileño. Él estaba aquí, en el mismo hotel, le hablé del proyecto, pulí las traducciones de las canciones de Chico; hay una que es un poema de Berltolt Brecht, que musicalizó el brasilero Edu Lobo, “Yo vivo en un tiempo de guerra”. Quiero señalar el amor solidario con que los cantores cubanos colaboraron con ese disco. De no haber sido por esa entrega plena, no habría sido posible. Intervinieron: vamos a nombrar primero a Noel Nicola, porque no está, y además, tiene un valor enorme como creador originalísimo; elegí una de sus primeras canciones “Comienzo el día”; de Pablo hice “Pobre del cantor”; Sara González estuvo muy presente como intérprete, ayudándome mucho en los coros; de Silvio hice “Canción del elegido”, “Un hombre se levanta” y “Todo el mundo tiene su Moncada”… Estuvo el maestro Leo Brouwer, que retomó los arreglos de las canciones de Chico y fue fundamental.
Así se produjo el disco que aquí se llamó Daniel Viglietti y el Grupo de Experimentación Sonora del ICAIC, pero en Uruguay, Argentina y en Europa, se retituló como Trópicos. En los créditos del disco están los integrantes del GES que intervienen: Sergio Vitier, Carlos Averoff, Genaro García, Ana Besa, Luca de la Guardia, Félix Chapotín, Pablo Menéndez, Emiliano Salvador, Eduardo Ramos, Leo Pimentel, Norberto en la percusión; y conjunto vocal del grupo: Noel Nicola, Pablo Milanés y Sara González, ¡qué coro!
Otro detalle, cuando el disco sale en Uruguay, en 1973, en medio de todas esas turbulencias de las dictaduras, tuve que hacer ciertas modificaciones en los títulos. Por ejemplo, “Un hombre se levanta”, una canción que hizo Silvio para un serial televisivo Los comandos del silencio sobre la lucha de los Tupamaros en Uruguay, la guerrilla urbana contra la dictadura. He perseguido a ver si encuentro aunque sea un pedazo de capítulo de aquel serial, porque no lo pude ver. Pues el programa empezaba con la canción que, en principio, se llamó “Antesala de un Tupamaro”, y si yo publicaba ese título, ¡imagínate!, ese disco no salía. Otra que tampoco era fácil que saliera así fue “Todo el mundo tiene su Moncada”. Mencionar el Moncada era suicidio; entonces la rebauticé como “Existen”.
En esta oportunidad, su visita a Cuba está relacionada con el Premio de Honor Noel Nicola que lo otorgan Casa de las Américas, el Festival Barnasants y el Instituto Cubano de la Música.
Yo digo, un poco con humor, que los premios vienen con los años de funcionamiento de uno, con la edad; pero creo que este premio es como si uno tuviera un espejito, pero en vez de mirarse uno en el espejito, podemos hacer como cuando jugábamos de niños, proyectar con él la luz del sol para iluminar otras cosas… Es lo que trataré de hacer con este premio, que es muy particular y me emocionó mucho cuando vi la figura de Noel en el afiche.
En todos estos recuerdos, quiero señalar que ya he vivido dos momentos en que me han homenajeado en Cuba; aquel primer momento lo quiero señalar; y fue cuando se me otorgó la Medalla Haydee Santamaría y me la dio el compañero Fidel. Estaban conmigo dos coterráneos, Mario Benedetti y Eduardo Galeano. Con ese reconocimiento creo que en realidad, en lugar de un espejo, tengo que conseguir un faro para ayudar a iluminar toda la humanidad.