EL BAR DE PEPE
No se dieron cuenta hasta el día que una enfermera cayó en la cuenta que los niños de su planta de oncología no lloraban.
Estuvo un buen rato pensando si era cierto que ningún niño lloraba y decidió comprobarlo.
Efectivamente, por muy fuerte que fuera el tratamiento de quimio, incluida la cirugía, a nadie se le escapaba una sola gota de lágrimas. Si, si sufrían, claro que sí, pero no lo manifestaban llorando, con lágrimas. Hacían gestos, muecas de dolor, pero nada más. El dolor existía no se había erradicado, solo el lagrimal parecía haber dejado de funcionar.
El problema se planteó a nivel científico y los informes se extendieron a toda la población. Lo más longevos no recordaban la última vez que lloraron, ni siquiera en el entierro de sus más allegados se les había escapado una sola lágrima.
El mundo entero había dejado de llorar. La pena, la lástima, se demostraba con un sonido gutural parecido al aullar del viento en una noche gélida de invierno, como las oraciones de los lamas tibetanos.
Se dice que las últimos que gimieron, que lloraron con fuerza, con lagrimas que cayeron al suelo de Turquía, de Siria, de Macedonia fueron derramadas por millones de personas que en las fronteras de esos países pedían la compasión de otros seres humanos, iguales a ellos, sin más diferencia que el haber nacido en uno u otro lado del telón del drama de la comedia de la vida. Se dice que algún espectador de las escenas televisadas de la muerte en masa de miles de refugiados sirios, llegó a sentir como alguna lagrima le demarraba por la mejilla.
Otros hablan que la última vez fue cuando se hicieron públicas las estadísticas sobre el hambre en el planeta tierra donde alrededor de 2.795 millones de personas en el mundo mueren de hambre. Eso significa casi tres de cada nueve personas en la tierra.
La población mundial ha dejado de llorar, los científicos que investigan el tema dicen que todo lo que sucede se debe a un deterioro del sistema límbico de nuestro cerebro que a costa de observar a lo largo de los siglos tanta matanza inútil, tanta crueldad gratuita se ha insensibilizado hasta tal punto que han dejado de sentir una serie de emociones entre ellas el llanto. La capacidad de sufrimiento se ha multiplicado por 1000 y aun no pueden adivinar hasta qué punto puede llegar la humanidad a sufrir para recuperar las lágrimas, por otro lado se han multiplicado las consultas oftalmológicas debido a la deshidratación de las membranas mucosas de los ojos.
Se cree que algunas tribus de la selva amazónica puede que sigan llorando, en este caso se dice que el motivo del llanto pueda ser de felicidad. Al carecer de televisión, radio, prensa, internet, electricidad, etc., su capacidad de sentir les hace liberar las hormonas del “bienestar”. Llorar hace fluir la adrenalina, una hormona que segregamos en situaciones de estrés. Cuando lloran, eliminan las hormonas contrarias a la adrenalina, lo que les produce una sensación de desahogo y tranquilidad.
Reunidas las naciones del mundo en la sede de la ONU, decidieron instalar electricidad en esos poblados indígenas al objeto que puedan estar informados, al igual que el resto de la humanidad, de los grandes avances tecnológicos conseguidos a través de los siglos y que esta pobre gente no habían podido disfrutar.