Francisco Morote.- En cualquier parte del mundo los inmigrantes y los refugiados, allá donde vayan, llevan consigo el bagaje de su cultura. Su aspecto, su idioma, sus costumbres, sus creencias pueden provocar el rechazo al diferente en una parte de la población del país de llegada, y a ese rechazo se le puede tildar, muchas veces, de racista y xenófobo.
En efecto, la xenofobia y el racismo existen en muchos países del mundo y solo se pueden superar con una mezcla de adaptación , por parte de los que llegan, y de tolerancia, por parte de quienes reciben. Los unos y los otros deben hacer el esfuerzo de aceptarse mutuamente en un proceso de integración que puede llevar más de una generación.
Sin embargo, el rechazo al inmigrante y al refugiado puede responder también a razones de aporofobia, es decir, de miedo y aversión al pobre. Es el caso, por ejemplo, de una parte de la población europea respecto a los inmigrantes primero y ahora a los refugiados procedentes de los países árabes y musulmanes del Próximo Oriente, de Afganistán y del norte de África, aunque también los últimos actos de terrorismo yihadista sumen la arabofobia y la islamofobia a ese rechazo.
Ahora bien, a mi juicio no es esencialmente el racismo y la xenofobia, ni siquiera la arabofobia y la islamofobia – los árabes y musulmanes ricos y sus petrodólares son muy bien recibidos – , la primera razón de ese sentimiento de rechazo de una parte, la más pobre y empobrecida de la población europea. Esa parte, me refiero a esos 123 millones de personas ( 2015 ), la cuarta parte de la población total, que han sido las principales víctimas de la Gran Recesión económica de 2008 a 2016, que carecen de un empleo, que tienen un empleo precario y mal pagado, que sufren la pobreza laboral e incluso energética ( 50 millones de personas, 2014 ), o que padecen períodos de desempleo sin prestaciones, que tienen dificultades para alquilar una vivienda y no digamos para acceder a su propiedad… Esos europeos pueden percibir a los inmigrantes y a los refugiados más pobres y empobrecidos aún por las invasiones y guerras de ocupación de Occidente y por las guerras civiles del Próximo Oriente, de Afganistán y del norte de África, como unos rivales, como competidores que pueden poner en peligro lo poco que todavía conservan o a lo que pueden aspirar, los puestos de trabajo menos cualificados y peor remunerados y las cada vez menores prestaciones sociales, educativas y sanitarias que los poderes públicos dispensan.
Desde la xenofobia y el racismo de los grupos de extrema derecha es fácil alimentar la aporofobia de los pobres y empobrecidos en la Unión Europea por la crisis económica, contra los más pobres y empobrecidos aún por las guerras de ocupación y las guerras civiles del Próximo Oriente, del norte de África y de Afganistán, y a partir de ahí cosechar unos estimables y crecientes resultados electorales que tampoco los partidos de derechas desdeñan.
Políticamente hablando los damnificados de esta situación son los partidos de izquierdas, que fieles a unos valores de equidad y solidaridad abogan por ayudar a los inmigrantes y a los refugiados, acogiéndolos e integrándolos en Europa. Su sentido de la justicia y de la solidaridad se convierte así en su principal desventaja en la contienda electoral. ¿ Cuál es el error que cometen ? Sin duda, el no poner el énfasis de su discurso en la necesidad de combinar la lucha contra el empobrecimiento y la exclusión de sus propios compatriotas, con la solidaridad y la mayor acogida posible hacia los pobres y empobrecidos inmigrantes y refugiados que huyen de la miseria y de las guerras de Asia y África. De no hacerlo así, decenas de millones de europeos empobrecidos y excluidos, que se sienten abandonados y hasta postergados por los poderes públicos, se echarán en los brazos de la extrema derecha y de la derecha más oportunista, que demagógicamente desviarán su atención hacia el rechazo de los inmigrantes y refugiados como la fuente de todos los conflictos.
Por usar una metáfora que ayude a comprender el problema. Podría decirse que el europeo empobrecido y en riesgo de exclusión social se siente como un náufrago agarrado a una tabla que ve como otro náufrago, el inmigrante, el refugiado, es el primero en recibir el auxilio del barco salvador, el Estado, los poderes públicos, que le lanza el salvavidas que le rescata de la muerte y, a continuación, se olvida del náufrago, ” su náufrago “, que queda indefenso a merced del proceloso mar.
Por incierta y subjetiva que pueda ser esa percepción, la extrema derecha e, incluso, la derecha oportunista usará ese sentimiento de desamparo y abandono, para atraer el voto de las personas empobrecidas y excluidas por el sistema. La izquierda social y política no puede dar la impresión, por lo tanto, de que en su afán por socorrer a las víctimas del naufragio internacional, se olvida de ayudar a las víctimas del naufragio europeo