Los que piensan que la historia no cuenta y que estamos ante un debate puramente económico imagino que habrán descubierto su error. En unos casos para evitar otros debates y en otros porque parece que en ello les va la vida, el uso político de la historia está en el centro de la política; sin ese uso no hay ningún proyecto de país que se pueda mantener.
Si antes de comenzar la sesión del martes las imágenes de Otegui saliendo de la cárcel presidían los periódicos, el sábado las palabras de Gabriel Rufián llenaban muchos comentarios. Perez Reverte se apresuró a escribir que ante un discurso de esas características España se merecía ir al carajo; Rufián le contestó que no se preocupara que ya se marchaban ellos. Ellos eran los miles de catalanes que optaban por la independencia. Para acabar de remachar el clavo Otegui desde Anoeta, en un mitin a rebosar, recomendaba a las fuerzas políticas emergentes que fueran honestos y cuando comprobaran que España era irreformable se sumaran a los procesos independentistas.
Comprobará el lector que todavía no he hecho referencia a las menciones que Joan Tardá hizo de Adolfo Suarez y de Tarradellas ni a los recuerdos de Pablo Iglesias a José Antonio Labordeta, Gerardo Iglesias o Julio Anguita ni tampoco a la pelea acerca de Felipe González entre Iglesias y Pedro Sanchez. Era como si los nuevos líderes tuvieran que hacerse cargo del pasado y ser fieles a sus ancestros. El único que no parecía afectado era Rajoy que no necesitaba hacerse cargo del pasado porque, a diferencia de Sánchez, de Iglesias, de Garzón, de Rufián o de Rivera, el mismo era pasado. Es como si la nueva hornada de jóvenes políticos tuvieran como cometido ser dignos sucesores de Adolfo Suarez, de Felipe González o de Julio Anguita, mientras Rajoy remitía a otro tiempo, cuando reinaba el hoy rey emérito y lideraba la oposición Rubalcaba. Un mundo que ya pasó y que parece hoy muy lejano; hoy estamos en la época de Felipe VI y nada parece sólido. Los Papas renuncian, Los Reyes abdican, y solo Rajoy permanece a la espera de que el Partido Popular decida proceder a la inexorable renovación generacional.
Porque de eso se trata. Mucho de lo que hemos vivido responde a la llegada de una nueva generación; no solo al hemiciclo sino a la vida política española. Ya no están Cayo Lara ni Rosa Díez ni Duran i Lleida. ¿Qué habrá pensado el eterno portavoz del catalanismo de la intervención del nuevo líder de Esquerra? Nos lo podemos imaginar pero el hecho es que él no ha obtenido representación y Esquerra ha tenido su mejor resultado. Al igual que UPyD ha desaparecido y Ciudadanos tiene nada menos que cuarenta diputados.
Estamos ante la llegada de una nueva generación y el primer hecho a constatar es que existen generaciones acumulativas y generaciones disruptivas como nos enseño Ortega. Generaciones que tratan de matizar el cuadro, de completar el edificio y generaciones que pretenden romper y poner un sello propio. En las situaciones de crisis impera lo segundo hasta el punto de que asustados ante lo imprevisto algunos demandan la necesidad de imponer la cordura y de exigir la continuidad. Le pasó al propio Ortega y de ahí su admiración por la monarquía británica que en momentos de fuertes convulsiones en los años treinta lograba, a pesar de todo, mantenerse a flote.
¿Qué ocurrirá en España? Tenemos al menos dos opciones encima de la mesa. La primera trata de preservar el modelo del 78 realizando las reformas que sean imprescindibles. El que ha defendido con más claridad este modelo hasta el punto de aparecer como sucesor de aquella transición es Albert Rivera. Rivera reivindica apasionadamente la monarquía parlamentaria, la unidad nacional y la Europa del euro. Por reivindicar llega a reivindicar la figura de Felipe VI como un aliado imprescindible para realizar estas reformas; trata pues de recoger con orgullo lo realizado por la generación de la transición. La historia de España no tiene que terminar mal como pensaba Jaime Gil de Biedma si somos capaces de ceder y de pactar, de renunciar y de acordar. Lo hicieron nuestros mayores y ésta es la misión de la nueva generación: ser dignos de ese legado.
Rivera viene de una dura experiencia frente al nacionalismo catalán y tiene a sus espaldas más de diez años de vida política. No es un advenedizo. Sabe que ha cometido errores pero sabe también que son muchos los intelectuales que le apoyaron en sus inicios y muchos los que están dispuestos a echar una mano una vez que UPyD ha desaparecido. El mundo del centrismo reformista, del laicismo liberal, del europeismo ha encontrado a su hombre. Rivera quiere ser el Adolfo Suarez de Felipe VI. Con la diferencia sustancial de que no puede ser designado por el monarca sino que tiene que ganarse el apoyo de los electores, de los populares y de los socialistas. La afrenta al PP es dura porque les pide que jubilen a Rajoy y que se sumen al cambio. El mensaje dirigido al PP es demoledor. Quien ha sido incapaz de limpiar su propia casa no puede pretender regenerar la democracia española.
Pero Rivera también puede ganar muchos apoyos en el campo del socialismo. No es nada extraño que muchos de los antiguos referentes políticos del socialismo español de los años ochenta estén encantados con su preyecto. Algunos le apoyan explícitamente y otros consideran que es el aliado deseable ¡Cuanto hubiera querido Felipe González que el CDS hubiera sobrevivido en 1.993 evitando así tener que elegir entre Pujol o Anguita! No pudo ser entonces pero ahora es el momento de intentar que esa opción centrista, liberal y reformista, perdure y lidere los nuevos tiempos. Hay que convencer a los conservadores de que tienen que renunciar a algunas cosas si quieren mantener lo esencial.
El problema es que ha surgido otro referente generacional. Un referente que ha nacido del 15M y que ha vivido estos cinco años con tal intensidad que le tiene que parecer imposible todo lo ocurrido. Este nuevo referente se ha tenido que hacer cargo del malestar social, de los efectos de la crisis, de la perdida de credibilidad de la política institucional y además se encuentra con la paradoja de que es decisivo para lograr la pervivencia de España como nación; los independentistas le están esperando porque saben que compiten por la misma base electoral. Podemos y sus aliados constituyen la primera fuerza en Cataluña y en Euskadi pero tanto Rufián como Otegui están convencidos de que acabarán por convencerse de que España es irreformable y ellos o sus huestes se incorporarán a las redes del independentismo; se sumarán a las nuevas plataformas, como ha hecho Gabriel Rufián el “charnego independentista”. Después de escuchar al nuevo portavoz de Esquerra y de ver lo ocurrido en Anoeta si alguien piensa que se puede vertebrar la nación sin contar con Podemos no sabe en que mundo vive. Es justamente lo contrario. Sin ellos es imposible mantener la unidad nacional.
De ahí el profundo error de los padres del sistema de pensar que esto se arregla con un pacto entre el PSOE y Ciudadanos, incluyendo al Partido Popular, y dejando toda la labor de oposición a Podemos para que se haga cargo del malestar social y de las demandas de los grupos nacionalistas. Esta es la propuesta de Rivera que ha defendido antes del 20 de diciembre tibiamente y después con ardor. Una propuesta que ha ido calando en muchos hasta encontrar el apoyo del PSOE, incluyendo a la mayoría de sus militantes.
El error es inmenso porque los cuadros del PSOE que llevan meses abominando de Podemos han insistido en un argumento que se puede aplicar en sentido contrario. El argumento reza de la siguiente manera: si jugamos a Podemos gana Podemos y se visualiza con el apoyo a la nueva fuerza política en distintos ayuntamientos en mayo y a su victoria sobre el PSOE en las grandes ciudades en diciembre.
Aceptemos como hipótesis que pueda ser así, que un partido viejo como el PSOE no sea capaz de resistir el empuje juvenil de una nueva formación que esté dispuesta a ocupar su espacio. La pregunta es si este deseo es monopolio de Podemos. Cabe plantearse la interrogante en sentido inverso: si jugamos a Ciudadanos ¿no acabará ganando Ciudadanos?
Es cierto que n Inglaterra y en Alemania los liberales desaparecieron en beneficio de los conservadores. En la famosa serie danesa Borgen son, sin embargo, los liberales los que logran formar un gobierno frente a los conservadores, con el apoyo de los laboristas. La presidenta del gobierno es liberal aunque sea la tercera fuerza. Es el modelo con el que probablemente sueña Rivera.
¿Sirve el pasado para entender las encrucijadas del presente? Nunca mecánicamente. Nada es igual. Suárez no pudo articular la UCD ni fue capaz de liderar un partido liberal con presencia duradera en la vida política española. Fue, sin embargo, decisivo en la transición. Teniendo más votos que ningún líder comunista Anguita no llegó nunca a alcanzar el techo electoral que ha logrado Pablo Iglesias que, con razón, piensa que puede hablar de tú a tú (tiene cinco millones de votos) al PSOE. Mientras Iglesias ha duplicado los apoyos electorales de Anguita, Sánchez ni siquiera ha conseguido la mitad de los escaños que logró Felipe González y no puede pretender que la relación sea la misma que había en aquellos años. No es sólo que no sea deseable es que no es posible. Estamos en otro tiempo.
Los tres líderes tienen que hacerse cargo del pasado y estar a la altura de sus ancestros pero el que lo tiene más difícil es Sánchez porque parece condenado a equivocarse haga lo que haga. En las dos opciones que tiene delante se puede encontrar con electores que prefieran el original a la copia. Es una situación diametralmente opuesta a la vivida en los años ochenta. Entonces el socialismo tenía un espacio inmenso a su disposición dada la crisis del PCE y de la UCD. Hoy, la emergencia de Podemos y de Ciudadanos va estrechando poco a poco su espacio. Si opta por Podemos gana Podemos y si opta por Ciudadanos gana Ciudadanos.
(*) Antonio García Santesmases es catedrático de Filosofía Política de la UNED.