Así pues, pasamos a comentar este “Plan B” siguiendo el método que ya hemos usado en otros análisis, y que no se limita a prestar atención a la “literalidad” de lo que se dice sino que trata de entender su inserción histórica real (en qué se traduce realmente en la práctica y qué papel juega o está llamado a jugar en la lucha de clases) para, finalmente, visualizar a qué responde organizativamente tanto revuelo mediático.
* Pomos conscientes de que el eventual apoyo que esta propuesta pudiera recabar no respondería a “lo que dicen”, sino, más bien, a la predisposición de apoyarlo que tenga una parte de la movilización contra la austeridad, en buena medida por la inexistencia de una alternativa sólida desde planteamientos claramente revolucionarios (algo que nos interpela directamente y que pone sobre el tapete también nuestra responsabilidad ante una situación de aguda crisis social que no empezó precisamente ayer).
No obstante, con respecto a lo que la propuesta dice -y sin menoscabo de que en ulteriores posicionamientos entremos en un análisis más detallado-, lo primero que se remarca es la dificultad para efectuar dicho análisis, empezando por las constantes contradicciones del “llamamiento”. Y ello, efectivamente, desde el mismo punto de partida: ¿a quién llama el “llamamiento”, cuando Varoufakis propone en un vídeo la unidad de “progresistas y conservadores, marxistas y liberales para salvar Europa”? Como si las diversas clases antagónicas compartieran o pudieran compartir una misma visión de lo que es o debe ser “Europa”. Una cosa es que la línea revolucionaria esté obligada, sobre todo en tiempos de agudización de crisis sistémicas, a utilizar las contradicciones ciertas que surgen entre diferentes grupos de poder y abra una brecha entre diferentes clases y sectores y sus expresiones políticas, y otra cosa es que, en nombre de que “hay que ser más”, dejemos simplemente de ser.
Por otro lado, el documento publicado propone “democratizar radicalmente las Instituciones Europeas, poniéndolas al servicio de la ciudadanía”. ¿No se supone que Varoufakis rompió con Tsipras precisamente porque el primero estaba dispuesto a romper con la UE y el euro, mientras que el segundo, que había contraído ese compromiso, se acobardó a última hora? ¿Cómo explicar entonces este paso atrás del economista griego?
Realmente, esto no tiene nada de “Plan B”, sino que es lo mismo que lleva proponiendo el PIE (Partido de la izquierda europea) en el Parlamento Europeo desde hace años. Y lo mismo que ya fracasó en Grecia: intentar poner cara suplicante a Bruselas, sin estar dispuesta a romper con ella. ¿Es un Plan con B mayúscula, o más bien el plan bis de Alexis Tsipras y Syriza?
Por eso, ante todo, Red Roja declara que este no es el Plan B que necesitamos. El Plan B que necesitamos es de lucha de clases, de su reconocimiento, y no de ilusión electoral. Frente a las especulaciones, hay que decir alto y claro que sin proyección revolucionaria, el Plan A seguirá al timón de Europa y del mundo.
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Pero hay que insistir en la realidad de que no son los discursos, sino la crudeza de la lucha de clases (aunque no se reconozca), la que ha hecho surgir este “Plan B”. Y, como venimos diciendo, la situación real es de grave crisis sistémica y de guerra social por parte de la burguesía, que amenaza con prolongar unos recortes sociales que hacen caer todo el peso de la situación sobre la espalda de la clase trabajadora.
Ante ello, hay que poner el acento en que no estamos ante una “guerra de frases” o programática, sino ante algo mucho más elemental: la cuestión del poder. Este proyecto redunda en la confusión, puesto que plantea, sí, la cuestión del poder; pero de un modo engañoso y, una vez más, electoralista.
En cierto sentido, este “Plan B” nos da la razón: los responsables de las agresiones que hemos vivido residen en Bruselas y Berlín. Pero solo para quitárnosla estratégicamente, puesto que, finalmente, todo su desarrollo se queda en un eterno devaneo que alarga eternamente el error central sobre la cuestión del poder.
Y ello dificulta la tarea de la línea revolucionaria de intervención, puesto que prolonga las ilusiones y genera pasividad: ahora se trata de esperar a que ganen las elecciones “fuerzas de cambio” en todos los países de la Unión Europea y modifiquen, pacíficamente, los tratados europeos por vía ordinaria.
En la práctica esto supondría posponer “ad calendas graecas” (nunca mejor dicho) un cambio que urge y para el que ya vamos tarde desde hace mucho. Y que exige, en primer lugar, plantear claramente la ruptura con la UE y el euro y el no al pago de la deuda; a partir de lo cual, trabajar duro para conseguirlo, para hacer posible lo necesario, pero no utilizar las dificultades para defender rebajas “facilonas” que, paradójicamente, son aún más imposibles generando ilusiones que anticipan la desesperación y la derrota de las movilizaciones. En eso cae el cálculo electoralista cuando viene a plantear que hay verdades que no pueden defenderse porque “quitan votos”.
Necesitamos un proyecto de cambio no limitado por el tacticismo y ese cálculo electoralista, que inicie desde ya la pedagogía necesaria para desenmascarar el carácter de clase oligárquico del proyecto europeo, que no sufrió ninguna “perversión posterior” sino que ya era esto en origen. Y que inicie desde ya un formato de movilización no subordinado a lo electoral y que construya los gérmenes del poder popular en cada barrio, en cada puesto de trabajo, en cada centro de estudio, como elementos que acompañen la disputa central del poder en toda regla.
* Precisamente está relacionado con esto último el tercero de los aspectos que debemos analizar, puesto que la particular versión del “Plan B” en el Estado español no se entiende sin constatar las disputas internas en el seno de Podemos y en el ámbito de sus confluencia habidas y por venir. Y es que hay sectores que no salieron bien parados en las primarias previas a las últimas elecciones generales y que ahora, ante la posibilidad de unas nuevas elecciones, intentan ganar posiciones.
En ese sentido, necesitan tener algo que poner sobre la mesa en negociaciones intrapartidistas y de marcas electorales. De ahí que gente como Miguel Urbán se haya postulado para estar en primera línea de esta nueva teatralización política, sin entrar en visualizar una confrontación con la actual dirección de Podemos; es más, sabiendo que esto de decir que hace falta una correlación de gobiernos progresistas es algo que hasta conviene para el “relato” (como ahora gustan de decir) de los dirigentes de “La Tuerka”. Sin ir más lejos (más bien, yendo aún más lejos) Iñigo Errejón (que no cuenta con muchas simpatías entre los Urbán y c-IA), en una entrevista televisiva, llegó a contar con los gobiernos actuales (¡) de Francia e Italia para doblegar a la Merkel. En fin, que a todos les interesa eso de que la ruta del cambio tampoco acaba en Madrid, con lo cual se curan en salud. Por lo demás, dado que el “Plan B” no tiene muy claro que pueda crear movilización propia (ahí está el precedente de las Euromarchas), necesita instrumentalizar la previamente existente. Ello explica su convocatoria para el 28 de mayo, el mismo día que las Marchas 22 M habían convocado una jornada de movilización.
Desde Red Roja, que sí participó en las Marchas desde el principio, llamamos a que estas movilizaciones no se confundan con tácticas electoralistas ajenas a ellas. Siempre hemos defendido la mayor unidad posible en la movilización. Sea como sea intervendremos en estas movilizaciones. Pero lo haremos con planteamientos propios y claros, tanto en lo referente a la línea de demarcación (el no al pago de la deuda) como en lo referente a la necesidad de establecer una estrategia de disputa real del poder… real, y no meramente del gobierno en unas elecciones.
La experiencia histórica demuestra que la vía electoral no sería posible ni siquiera rellenándola de “contenido programático revolucionario”. Por eso fueron tan importantes e históricas las Marchas. El 22 M no fue una opción electoral, sino la “pata no electoral” de la protesta social. Así pues, no negamos que este sea un “Plan B”, solo que no con respecto al enemigo, sino con respecto a nuestra movilización del 22 M como marco no electoralista de lucha en la calle. Y ello, además de ser, como decimos arriba el “plan bis” de Tsipras y Syriza; un “plan bis” que, aunque no tenga más remedio que desmarcarse del Syriza particular griego, nos condena a la syrización universal.
Así pues, este “Plan B” resulta, finalmente, un empeño en tropezar otra vez en la misma piedra en la que tropezó Tsipras, siendo, por tanto, un proyecto incluso más engañoso que el de Syriza. Lo único que propone son devaneos glamourosos que alargan el error de no afrontar lo que realmente nos hace falta. Y ello resultaría cómico, de no ser por el drama social que vivimos y que amenaza con más recortes, más reformas laborales, más desahucios, más ataques contra la clase trabajadora.
Lo decía Lenin: salvo el poder, todo es ilusión. La lucha de clases está abierta, y no puede esperar durante años para ver si en algún momento coinciden en Europa suficientes “gobiernos del cambio” para cambiar la Unión desde dentro. Y menos cuando, en mitad de esta eterna y vana espera, muchos están haciendo “del cambio” su medio de vida, colocándose en ayuntamientos, diputaciones, asesorías, etc: suele ser el “beneficio colateral” que termina por imponerse cuando se instala el pragmatismo y la politiquería y, encima, es que “no podemos ir más lejos porque la gente está muy atrás”.
En suma, el “Plan B” supone otra variante más dentro de la apuesta por una “canalización electoralista” de la protesta social. Red Roja, por contra, sigue proponiendo la necesidad de un referente político de masas que unifique, organice y dé proyección a las protestas antirrecortes, partiendo del rechazo al institucionalismo europeo y al pago de la deuda y a los rescates imperialistas. Y que no ceda a la tentación de “rebaja electoralista” de estos objetivos, máxime cuando, dentro del sistema, en estos tiempos de real crisis capitalista, ni siquiera un programa rebajado es posible.
En Europa, como en el propio Estado español, no se puede separar la casta del sistema. El punto débil de este “Plan B” (y también el de Podemos) es que rehuye la realidad, soñando con un plan para cambiar el Eurogrupo… desde dentro. El punto fuerte de la revolución será hacer que el enfrentamiento con la política de recortes de Bruselas y Berlín empuje inevitablemente a la movilización hacia un cuestionamiento del sistema oligárquico capitalista en su conjunto.