Florent Marcellesi. Portavoz EQUO Parlamento Europeo
{mosimage}El cambio climático es ya hoy la primera causa de migraciones en el mundo. Solo en 2011 más de 40 millones de personas dejaron sus hogares por fenómenos ambientales, una cifra que podría llegar a los 1.000 millones de personas en los próximos 50 años. Sin embargo, pese a estar frente a una realidad incontestable —las causas climáticas y sus víctimas—, los refugiados climáticos, parecen quedar a menudo fuera del debate sobre los factores que determinan los flujos migratorios.
La sobreexplotación de recursos, la deforestación, la desaparición de tierras fértiles y en general cualquier fenómeno climático o ambiental que altere las condiciones de vida y de acceso a los recursos básicos de la población pueden ser el detonante o el multiplicador de una crisis, en la que intervienen condicionantes políticos, sociales y productivos. Asimismo, tal como explica Robin Mearns, especialista en cambio climático del Banco Mundial, los factores climáticos “tienden a amplificar problemas existentes”.
Y esto es lo que ciertamente ha ocurrido en Siria. Como bien documentó Thomas L. Friedman, premio Pulitzer y columnista en el New York Times, en el caso sirio los factores medioambientales han sido causas de migraciones internas, que a su vez reforzaron la inestabilidad y conflictos en el país, que desembocaron en migraciones masivas a nivel regional y europeo. Más concretamente, entre 2006 y el 2011 una sequía desgraciadamente histórica en el noroeste de este país dejó a millones de personas en la extrema pobreza. Tal y como recuerda Luis González, el 75% del campesinado perdió sus cosechas, el 85% del ganado falleció afectando alrededor de 1’3 millones de personas y decenas de miles de personas tuvieron que migrar a núcleos urbanos empobrecidos, verdaderos caldos de cultivo para el conflicto.
De la misma manera, las Primaveras Árabes —o mejor dicho las revueltas del hambre— en Túnez, Egipto, o Libia no se pueden entender sin tener en cuenta la crisis alimentaria que azotó la zona y sus profundas raíces medioambientales, climáticas y energéticas.
El impacto del cambio climático sobre las migraciones ya se siente, pudiendo ser mucho más severo en los próximos años si las emisiones contaminantes continúan creciendo y sobre todo si no empiezan a decrecer de forma contundente. De ahí, que sea necesario, más que nunca, que la comunidad internacional de una respuesta amplia a este fenómeno: los refugiados climáticos. Es necesaria una solución coherente y vinculante, que incluya definiciones apropiadas, instrumentos legales, instituciones y financiación.
Propuestas para reconocer y visibilizar los refugiados climáticos
Es evidente que los marcos normativos y narrativos del siglo XX se han quedado desfasados en la era de la crisis ecológica. Tal como afirma la Organización Internacional para las Migraciones, es el momento de reconocer sin ambigüedades que existen 'migrantes medioambientales', es decir, "personas o grupos de personas que, por razones imperiosas de cambios repentinos o progresivos en el medio ambiente que afectan negativamente a la vida o las condiciones de vida, se ven obligados a abandonar sus hogares habituales".
Y un reconocimiento sería un primer paso para lograr su protección legal e institucional. En la actualidad, la Convención sobre el Estatuto de los Refugiados de 1951 (ONU), permite solicitar asilo a una persona por “fundados temores de ser perseguida por motivos de raza, religión, nacionalidad, pertenencia a determinado grupo social u opiniones políticas”, obviando claramente la crisis climática y sus efectos en los flujos migratorios.
La inclusión en la Convención de un protocolo específico sobre 'refugiados climáticos' así como la ampliación en este sentido de los Principios Rectores de Naciones Unidas sobre desplazamientos internos, serían pasos significativos. También la Unión Europea tendría que integrar a estos 'refugiados climáticos' en su legislación existente sobre protección temporal, internacional o trabajadores estacionales, y España incluir en sus políticas de migración y asilo el concepto de 'migrantes ambientales', tal como hacen otros países como Suecia y Finlandia.
Pero además del reconocimiento legal, es imprescindible actuar en el origen de las causas. La lucha contra el cambio climático es el gran reto del siglo XXI. En la senda del acuerdo de París alcanzado en la cumbre de COP21, es hora de salir de la era de la energía fósil y descarbonizar la economía. Si bien no reconoce los refugiados climáticos, este acuerdo allana el camino al recordar que la (mayor) responsabilidad del cambio climático es de los países del Norte (lo que incluye Europa y España), mientras los que principalmente lo sufren son los países del Sur. En base a este principio de diferenciación y utilizando el acuerdo de París como gancho, reducir a largo plazo las migraciones climáticas pasa por:
Una transición en los países del Norte hacia un modelo de producción y de consumo sostenible
Un apoyo económico a los países más empobrecidos en su lucha contra el cambio climático y las medidas de adaptación para la prevención de desplazamientos y migraciones. Esto supone una financiación adicional, por ejemplo a través del fondo verde del acuerdo de París.
Es hora de visibilizar la relación íntima entre migraciones y cambio climático. Y es urgente aportar una solución legal y social para los millones de refugiados climáticos. Además, a nivel estructural, es el momento de dar un salto cualitativo en el cambio de modelo social y económico hacia otro que respete a la vez el planeta y las personas. Si nos tomamos en serio las migraciones masivas no deseadas, es más que nunca el momento de luchar contra el cambio climático y sus responsables. Por tanto, significa poner la transición ecológica y justa en el centro de nuestras prioridades políticas y sociales.