Pero la coincidencia temporal de las vistas orales de tres de los procesos más importantes de este tipo en Tenerife –Arona, areneras de Güímar y Las Teresitas–, nos da una visión de conjunto inexplorada hasta el momento y desechada por los medios informativos del régimen. No es una sorpresa que en ellos se den simultáneamente los delitos tipificados como prevaricación, malversación de caudales públicos, cohecho o tráfico de influencias, a los que se añade la infracción medioambiental en el de las areneras y, como algo colateral, el intento de enchufar en el Ayuntamiento de Arona a una sobrina de Paulino Rivero, anterior presidente del Gobierno de Canarias, lo que no es un delito en sí mismo, pero sí un obsceno ejemplo de cómo se ha gobernado en estas Islas.
TAMBIÉN SUS CÓMPLICES INSTITUCIONALES.- Ya hemos señalado que junto a los corruptores, una pléyade de alcaldes, concejales, secretarios municipales y funcionarios varios, han caído como bombas de racimo sobre las ayuntamientos convirtiéndolos en una especie de oenegés dedicadas al lucro personal, partidario y de sus amigos empresarios. Entre ellos brillan con luz propia el ex alcalde de Santa Cruz de Tenerife, Miguel Zerolo, ya condenado a ocho años de inhabilitación por el caso García Cabrera, y el anterior primer edil de Arona, José Alberto González Reverón, ambos militantes de Coalición Canaria. Son los más significativos exponentes de las alcaldadas –malversación de caudales públicos, prevaricación continuada, tráfico de influencias, cohecho, etcétera– que se han hecho demasiado habituales en las corporaciones municipales tinerfeñas. Tanto, que más de la mitad de los alcaldes de CC han estado o están imputados por algunos de los delitos citados.
DOS CLASES DE CORRUPCIÓN.- Junto a la corrupción ilegal, convive otra corrupción “legal”, que se produce cuando el poder público se pervierte configurándose como una plataforma de defensa de intereses privados. En Canarias no se entendería que tanto el Estatuto de Autonomía como el Régimen Económico y Fiscal –las grandes leyes "constituyentes" de nuestra convivencia–, así como las normas que las complementan y/o desarrollan –Ley Electoral, la Reserva de Inversiones de Canarias (RIC), el REA, LA ZEC, ETC.- respondieran tan claramente a las exigencias de los poderosos grupos económicos, si éstos no gozaran de capacidad para capturar voluntades, tanto individuales como colectivas, capaces de traducir en normas legales sus intereses.
El caso de la desprotección de los sebadales de Granadilla, para propiciar la construcción de un puerto industrial –inútil pero muy acorde a los beneficios de un empresariado voraz–, constituye un ejemplo difícilmente superable de esa corrupción "legal" e institucionalizada, a cuya sombra y durante casi cuarenta años ha prosperado una oligarquía política y económica, a la que no han importado nada las secuelas de desempleo, pobreza y marginación social que sus rapaces actuaciones han ocasionado y siguen ocasionando en amplias capas de la población trabajadora de las islas.