Luis Gonzalo Segura
{mosimage}En cualquier país avanzado del mundo, ya sea una república o una monarquía, ejercer la crítica sobre el Jefe del Estado o sus decisiones en materia de defensa, política exterior, discursos o cualquier otra cuestión está aceptado por completo. En España esto no ocurre y se detecta fácilmente porque existe un cierto temor en los periodistas o políticos a tratar algunos temas (Monarquía, Fuerzas Armadas, Seguridad Nacional, Guardia Civil, OTAN, etc.) y los que ejercen la crítica son catalogados de forma inmediata como radicales, antipatriotas y traidores.
Por ejemplo, en Estados Unidos cualquiera que criticase la gestión realizada por Obama, Bush (padre e hijo), Clinton, Reagan o cualquier otro presidente no sería descalificado por el mero hecho de hacerlo, primero sería escuchado. De los últimos presidentes norteamericanos han sido pocos los que han logrado la reelección y entre los que lo consiguieron hubo dimisiones, reprobaciones y en el caso de Reagan siempre le acompañó el caso “Irán Contra”, una historia bastante sucia. Por tanto, su exposición a las críticas fue extrema sin que nadie plantease que los críticos fuesen antiamericanos, incluso por encima de un presidente que a veces parece más un emperador. No tuvieron reparo en retirar el apoyo de aquel que no había hecho lo correcto. La abundancia de artículos, películas, libros o documentales críticos así lo prueban, de la misma forma que la carencia de los mismos o las dificultades a las que se enfrentan en España revelan el alto déficit democrático existente.
En contraste, durante esos criticados gobiernos nuestro monarca, Juan Carlos I, se comportó como un semidiós que hizo y deshizo a su antojo mientras los periodistas parecían escribientes y los medios de comunicación el gabinete de prensa de la Casa Real. La historia puede que tarde en juzgarnos pero lo hace y lo cierto es que el nivel de engaño mediático durante casi cuarenta años atendiendo a lo que ahora sabemos llegó a un nivel terrorífico.
Nuestro país se encuentra a medio camino entre la dictadura que fuimos y que todavía llevamos en nuestras entrañas y la democracia moderna que aspiramos a ser y de la que nos encontramos muy lejos, por lo que plantearse criticar de forma abierta al Rey, a las Fuerzas Armadas o a las empresas o personas más poderosas te sitúa poco menos que en el lugar de los alucinados, trastornados, paranoicos y esquizofrénicos, a parte de convertirte en la diana de todo tipo de insultos y ataques, sin olvidar perder el trabajo o ser condenado al ostracismo mediático. Todo ello sin atender a la solidez de los argumentos exhibidos.
Bien, por ello mismo, creo necesario aclarar lo que en otros países más desarrollados y con democracias más maduras no sería necesario, por obvio. No soy un traidor ni me considero menos español o patriota que nadie, si acaso soy demócrata, especie que parece ser más endémica en este país de lo que los libros, la formalidad y las encuestas podrían dar a entender.
Critico abiertamente al Rey por volver a viajar a Arabia Saudí (segundo viaje en menos de dos años de reinado), país que está entre los sospechosos de financiar o permitir a sus ciudadanos financiar el Estado Islámico, haber ejecutado a más de 150 personas el año pasado y comenzar este año con otras casi 50 (muchos de ellos por “delitos” que no lo serían aquí), tener una legislación muy parecida al ISIS (cortan las manos y los pies a los que roban, lapidan, decapitan, crucifican, etc.) o haber asesinado a casi 6.000 civiles con bombardeos en Yemen. En principio, yo diría que no es tan terrible que prefiera que nuestro Rey tenga amistades “menos peligrosas” pero si los patriotas consideran esta crítica como una traición y un ataque a la monarquía y a la nación…
Critico abiertamente al Rey por haber ignorado la corrupción existente en las Fuerzas Armadas y en la sociedad; el trato que se dispensa a la tropa, la falta de conciliación familiar o la precariedad laboral que tienen; las negligencias en el mantenimiento de aeronaves, minas u otros aspectos o la necesidad de auditar las cuentas o independizar la justicia militar. En principio, yo diría que no es tan terrible que nuestro Jefe de las Fuerzas Armadas de la cara por sus militares y pretenda un ejército moderno que no sea noticia en Transparencia Internacional por los elevados riesgos de corrupción que mantiene pero si los patriotas consideran esta crítica como una traición y un ataque a la monarquía y a la nación…
Critico abiertamente al Rey por tener un régimen jurídico que le deja exento de ser juzgado cometa el delito que cometa porque creo que ante la ley todos debemos ser iguales, reyes incluidos. En principio, yo diría que no es tan terrible que si nuestro Rey roba, mata o viola sea juzgado como cualquier ciudadano pero si los patriotas consideran esta crítica como una traición y un ataque a la monarquía y a la nación…
Critico abiertamente al Rey por no condenar la paella del 23F del teniente coronel Tejero (padre e hijo), por no pedir que se desentierren a los muertos de las cunetas, por no condenar con dureza el franquismo y a los que lo siguen practicando, por su pasividad con los desmanes de su padre, por su indiferencia en cuanto a la corrupción política o la crisis social… Es evidente que en cualquier país avanzado del mundo algo así no sucedería sin consecuencias para el responsable. En principio, yo diría que no es tan terrible que nuestro Rey se exprese como demócrata, critique la corrupción, censure los autoritarismos o llame al orden de los políticos pero si los patriotas consideran esta crítica como una traición y un ataque a la monarquía y a la nación…
En una ocasión, uno de esos altos oficiales autoritarios y patriotas que todavía pululan por las Fuerzas Armadas afirmó que la patria está por encima de la democracia. Se equivocaba y lo hizo con el mismo exceso con el que se emplean los que piensan que el Rey es algo así como una deidad que goza de una suerte de infalibilidad. Tanto el Rey como la patria están muy por debajo de la democracia y muy por debajo de los ciudadanos. El primero es un servidor de la democracia y la segunda es la materialización de una serie de complejas variables. Tanto Rey como patria pueden cambiar, tanto que el primero ni siquiera es necesario en muchos países modernos. No solo eso, sino que es absolutamente necesario y saludable que cambien, pero la democracia es innegociable y está muy por encima tanto de la patria como del Rey. No entender esto, pensar de otra manera, aunque respetable, que nadie dude que nos sitúa más en el terreno de la dictadura que en el de la democracia, en el mito más que en la razón, en el temor más que en la libertad y en el pasado más que en el futuro.
Por tanto, criticar al Rey, criticar la política exterior o de defensa y criticar a la patria no sólo es un derecho, sino que en democracia es una obligación. No hacerlo, precisamente, es un acto profundamente antidemocrático que convierte a los periodistas en escribientes, a los ciudadanos en una especie de siervos fanáticos y al país en una pseudodictadura. Puede que algunos no se hayan percatado pero nos debemos cuidar mucho de las nuevas formas de autoritarismos que están subyacentes bajo muchas urnas.
No criticar es ser cómplice de los próximos asesinatos de españoles o europeos que se cometerán de forma vil y mezquina por los terroristas, es ser cómplice del terrorismo, es ser cómplice de los que financian el terrorismo, es ser cómplice del fanático que se inmola o vacía un cargador en una discoteca o un tren… Y yo no pienso serlo.
*Ex teniente del Ejército de Tierra y autor de las novelas “Código rojo” (2015) y “Un paso al frente” (2014).