IDA Y VUELTA
Luis León Barreto
{mosimage}La designación del Día de las Letras Canarias 2016 en favor de Pedro Lezcano ha sido un acierto. Poeta de la generación de la poesía social, es la suya una primera firma en la literatura regional del XX junto con Pedro García Cabrera y Agustín Millares Sall. Desde aquella temprana Antología Cercada de 1947, la labor de este hombre fue integral como poeta, hombre de teatro, narrador, impresor, practicante del ajedrez, la recogida de setas y la pesca submarina, presidente del Cabildo, parlamentario regional, ideólogo en aquello que fue Asamblea Canaria, el ala izquierda crecida en ayuntamientos del sur que luego se integró en ICAN y en Coalición Canaria.
Trabajé con él como su Jefe de Prensa en el Cabildo, y contemplé muchas veces su tristeza al no poder resolver tantas peticiones de gente humilde, en plena desesperanza. Muchas veces escribí en favor de que le dieran el Premio Canarias de Literatura. En definitiva, un humanista, un estoico, un practicante de la vieja ética, un animador cultural en un tiempo y en un espacio de dificultad por la interminable postguerra franquista.
La calidad de Lezcano rompió barreras, en sus últimos años de su vida fue a Cuba, a Argentina y otros lugares de América Latina, donde tuvo ocasión de recitar sus versos, generalmente acompañado de Mestisay, Manuel González Ortega. Para conmemorar los aniversarios de su muerte suele haber cada septiembre un recorrido poético en Santa Brígida. Nicolás A. Díaz Benítez, el animador de estos encuentros que ha llevado a municipios dentro y fuera de la isla con su colectivo Aran Canarias, fue dando la voz a unos y otros. Lezcano es uno de los poetas fundamentales del siglo XX en Canarias, su voz fue cívica, su voz fue política, su voz fue estética y sin embargo es casi imposible encontrar un libro suyo en alguna librería de esta tierra. “ Dicho con sus propias palabras: “Vemos como la sociedad cotiza a precios altos la pintura, habita el interior de la arquitectura, rememora la música hasta en sueños, en tanto la poesía ha quedado sola como la cenienta de las artes, mustia de tanto contar sílabas en los desvanes del olvido…”
Esto quiere decir que aquel modelo de ética cívica y de humanismo crítico que predicaba incansablemente ha hecho mutis por el foro en estos tiempos de ligereza y evanescencia. Y, sin embargo, sus versos todavía están calientes como el pan recién hecho. ¿Cómo no emocionarse con aquel vigoroso comienzo del Consejo de Paz que provocó un consejo de guerra? Muchas veces elogié ante Pedro su humanismo, y respondía que no tiene mérito alguno, ya que sería tan absurdo como homenajear a los perros por ser perrunos. “Muchachos que soñáis con las proezas / y las glorias marciales. / Bajaos del corcel, tirad la espada; / los héroes ya no existen o están en cualquier parte. / Llegará la hora cero de ser héroes / cualquier día cruzando cualquier calle”. He aquí la maestría del autor de Consejo de Paz y de aquel inolvidable poema popular La Maleta. Porque ese fue Pedro: un juglar de masas, un esteta que sabía recoger el espíritu popular.
En realidad, aquella conciencia panteísta, aquella identificación con la naturaleza, aquella vena polifacética y creativa, aquella sintonía con la calle, aquella noción de practicar una literatura arraigada y a la vez comprometida con su tiempo ya no son actitudes que defiendan los autores de hoy. Muchas veces la poesía se ha vuelto abstracta, poesía del lenguaje, metapoesía que hay que abrir con un abrelatas, otras veces –cuántas autoediciones intrascendentes– se ha denigrado hasta el límite. Pero Pedro nos daba una voz clara y bella como el agua limpia, acento poderoso que enardecía a las masas. En cierto modo Agustín Millares y él fueron nuestros mitineros con corazón del pueblo. Lo que queríamos hacer notar es que resulta poco edificante que apenas haya libros suyos en las librerías, algo similar ocurre con Alonso Quesada y en menor medida con Tomás Morales. Las ediciones institucionales, en casos así, están más que justificadas.
Por otra parte, en días navideños, y quizá como contrapunto al almíbar de las fechas, hemos contemplado en el cine la nueva puesta en escena de una tragedia que resulta envolvente desde el primer minuto. Shakespeare domina la escena en su gran Macbeth, sangre, traición, culpa y caída en los infiernos. La perversidad humana hasta sus últimas consecuencias, la ambición que no conoce límites y que será truncada por el sentido de la culpa. Un australiano, Justin Kurzel, ha filmado una nueva versión que hemos podido ver en los formidables Multicines Monopol, donde a lo largo del año se mantiene una programación con bastante cine de autor y abundancia de películas poco comerciales. Si ya Kurosawa la llevó al Japón feudal en Trono de sangre, y también Orson Welles y Roman Polanski se habían enfrentado a esta obra magistral, Justin Kurzel ha dado una nueva vuelta de tuerca, y lo hace elevando al primer plano un paisaje tétrico, montañas nevadas, nieblas y por todas partes el tono rojizo de la sangre que impregna todo, esos combates crueles, esa violencia primaria.
Si Hamlet estaba infectado por el veneno de la venganza, Macbeth está tocado por la ambición. Personajes atormentados, que dudan de casi todo. En sesión de las diez y media de un fin de semana navideño, éramos cuatro parejas, ocho espectadores. Y dos de ellos abandonaron pronto, quizá desconocían lo que iban a ver, esta cinta brutal, estas imágenes oscuras, marcadas sin embargo con un gran esteticismo. Castillos desnudos, salones austeros, y esa capilla perdida en el campo de batalla. A destacar también la sombría esposa de Macbeth, que primero lo instiga a hacerse con el poder y luego lanza reproches. Cine clásico, cine de siempre, que intenta remover las neuronas de nuestro cerebro. Ahora que cuatro líderes políticos del Partido Popular, Partido Socialista, Ciudadanos y Podemos, practican sus cuchilladas sin ser aparentemente capaces de ofrecer consensos a la ciudadanía que les dio el voto, nada mejor que volver a los versos de Shakespeare, y a ver si alguno aprende alguna cosa.
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