Antonio Morales Méndez. Presidente del Cabildo de Gran Canaria
{mosimage}Después de la cita electoral del domingo pasado y tras una semana de declaraciones victoriosas desde todas las siglas, después de tantas tertulias y artículos periodísticos que intentan dibujar pactos de ciencia ficción o acuerdos posibles, después de tanto análisis sesudo sobre el nuevo escenario político, les supongo a ustedes saturados y prefiero dedicar este espacio para reflexionar en voz alta sobre las fechas en las que estamos: la Navidad.
Frente al consumismo de estas fechas y a la búsqueda del último artilugio tecnológico que suele importarse de potencias industriales, desde la Fundación para la Etnografía y la Artesanía Canaria (FEDAC) promocionamos los productos creados por nuestros artesanos y artesanas y apoyamos las ferias de artesanía que se celebran en diferentes municipios. Se trata de aprovechar esa costumbre navideña de regalar para poner en valor el trabajo de nuestros artesanos y artesanas.
Desgraciadamente a la Navidad le ocurre como a otras costumbres populares canarias, se van perdiendo tradiciones isleñas para dar paso a modas importadas. Hace años escribí sobre la pérdida de tradiciones como la de Los Finados (aunque en algunos pueblos se sigue rindiendo homenaje a nuestros muertos cada mes de noviembre) y la importación de tradiciones como la de Halloween que no tienen ninguna vinculación con nuestra cultura. No planteo que nos encerremos al mundo ni que levantemos muros a otras influencias culturales, pero sí creo que desde las instituciones públicas y desde la propia sociedad debemos apostar siempre por la cultura de aquí, que ya se encargarán en otros países de defender la suya.
Precisamente con esa filosofía de defensa de lo nuestro con una visión abierta al mundo hace unos días inauguramos la exposición “Nacimientos del mundo” en la Casa de Colón, 45 belenes de más de 30 países. Más allá de las creencias personales, la Navidad es un fenómeno universal que se vive de forma diferente en cada pueblo, eso se puede comprobar en esta exposición de belenes de varios continentes. Hay numerosos ejemplos de los efectos negativos de la Globalización que intenta imponer un modelo cultural importado. La Navidad no es ajena a esos problemas. Cada año cobra más importancia Papa Nöel frente a la tradición de los Reyes Magos. El personaje más popular entre los niños de Estados Unidos, Santa Claus, tiene los colores de la Coca Cola. No se trata de una casualidad. Hace años, en 1931, la famosa marca de refrescos encargó a su agencia publicitaria el diseño de un personaje entrañable que encarnara el espíritu de las fechas navideñas. El resultado fue una representación de Santa Claus vestido con los colores rojo y blanco, los colores del refresco que ha durado hasta nuestros días. Cada año vemos más esa figura de Papá Nöel con esos colores subiendo a nuestras azoteas o colgado de una ventana.
Junto al famoso refresco la otra gran referencia del modelo cultural norteamericano es la empresa McDonald. El escritor y periodista Vicente Verdú cuenta en su ensayo “El planeta americano” que “Desde los años sesenta McDonald requiere a sus establecimientos la exhibición de una bandera nacional y una placa con la figura de un águila que porta en su pico una cinta con la leyenda: McDonald,s The American Way. Ronald McDonald, un personaje que salía en la televisión interpretado por William Scott en 1967, era identificado por el 97% de los niños norteamericanos, en segundo lugar después de Santa Claus”.
Quizá en Canarias se imponen de forma más fácil que en otros lugares los modelos culturales que impone la Globalización. Manuel Alemán supo explicar muy bien las causas de esta especie de gusto por lo foráneo que suele desplazar a lo nuestro. En “Psicología del hombre canario” Manuel Alemán planteaba que “El Mimetismo es una postura imitativa de las formas exteriores. Es un mecanismo de defensa promovido desde la lucha por la existencia, desde la necesidad de sobrevivir. Todos los pueblos dominados han sufrido este fenómeno de ‘infancia psicológica’, convirtiéndose en pueblos imitadores para así, en la seguridad del ‘padre’, paliar la incertidumbre de su inconsistencia. Y este es el caso de Canarias. Parece como si el temor al padre, en nuestro caso Castilla-Europa, le impulsara a imitarlo para así evitar su enfado y su amenaza.” Alemán hablaba de la influencia de Castilla y Europa, pero 30 años después de la publicación de su obra está claro que Estados Unidos es uno de los principales orígenes de ese modelo cultural que se intenta imponer junto al pensamiento único.
La Navidad es un buen momento para rebelarse contra esas imposiciones y el consumo puede ser uno de los caminos. Si los Reyes Magos (o, cada vez más, el Papa Noel), traen a nuestros hijos regalos que tienen que ver con nuestra cultura como libros de literatura infantil de Pepa Aurora o Isabel Medina, juguetes didácticos que hablan de nuestra historia, juguetes hechos con material reciclado en lugar de productos “made in China”, si aprovechamos esa costumbre de regalar y le damos la vuelta, podemos contribuir a tener unas navidades más respetuosas con nuestra cultura. Si además son juguetes no bélicos y no sexistas, contribuimos a realizar una educación en valores.
Ahora que estamos hablando de la Navidad y la identidad es bueno recordar que fue precisamente el día de Navidad de 1937 cuando se estrenó “Sombra del Nublo”, el himno de Gran Canaria. La canción creada por Néstor Álamo (que firmó con el seudónimo Fulken) fue interpretada por Josefina de la Torre durante la celebración de la Fiesta Pascual de Gran Canaria en el teatro Pérez Galdós. El espectáculo “Estampas canarias” incluía una representación de un belén canario. Las ropas de los artistas fueron diseñadas por Néstor Martín Fernández de la Torre, que no dudó en impregnar su trabajo de elementos de la identidad canaria. Durante las funciones que llenaron el Pérez Galdós las fechas navideñas de 1937 se escucharon canciones como “La Peregrina”, “el Arrorró” o “Santo Domingo”. La prensa de la época recogía que a una de las representaciones acudieron casi todos los 500 turistas del vapor alemán Milwaukee que esos días estaba en puerto de la capital.
En 1968, cuando defender la identidad canaria podía costar la prisión, Agustín Millares escribió el poema “La tierra que me llama”. Decía el poeta grancanario: “No para verme enterrado/ eché raíces aquí/ la tierra donde nací/ sino para ser árbol/ que, sin dejar su raíz/ se beba el aire más alto./ Hoy me tiene sin cuidado/ lo lejos que pueda ir/ la luz del día buscando./Aun con los ojos cerrados,/aquí vendría a morir./(La isla me estará llamando)./Eché raíces aquí”. Defender nuestra cultura frente a modelos importados no es renunciar, como dicen los versos del poeta, a “beber el aire más alto”. Se trata de eso que también decía una canción de Pedro Guerra: “Soy de un país, soy de aquí, de donde el mar llega al final de cualquier calle. Soy del mundo desde aquí”.
Con el belén de Arena en Las Canteras, los Autos de los Reyes Magos en Agüimes, Gáldar o La Aldea, con los mazapanes, almendras y turrones de Tejeda, la feria de artesanía y el belén en San Telmo y muchísimos más en distintos rincones de Gran Canaria o la noche mágica de Reyes cada 5 de enero, así vamos viviendo tradiciones y nuevas costumbres. Y seguramente miles de turistas que prefieren pasar las navidades aquí antes que en sus fríos países, disfrutan estos días de todas esas estampas de la navidad canaria que les podemos ofrecer, igual que hicieron aquellos 500 alemanes que en 1937 fueron al teatro Pérez Galdós a ver el espectáculo “Estampas canarias”. Se trata de nuestra aportación a una Globalización en positivo, donde cada pueblo tiene su cultura y su identidad sin necesidad de ser asimilados por un modelo único impuesto desde el exterior.
Antonio Morales Méndez. Presidente del Cabildo de Gran Canaria
Primero fueron los clásicos los que se referían a nuestras islas como un lugar idílico, de una naturaleza tan especial y única que servía de descanso a los héroes. Canarias era el lugar donde se acababa el mundo conocido: las Islas Afortunadas, los Campos Elíseos, el Jardín de las Hespérides o el mito de la Atlántida.
En el siglo XIX científicos europeos, sobre todo ingleses, visitaron Canarias para profundizar en sus trabajos sobre Geología, Astronomía o Medicina. Figuras como Charles Lyel, autor de Principios de Geología, citan en sus obras las investigaciones que hicieron en esta tierra. Otro de los científicos más célebres de la historia, Charles Darwin, vino a las islas, pero las autoridades no lo dejaron entrar por temor a que los pasajeros del barco estuvieran contaminados del cólera. Lo contó el propio Darwin en su Diario del viaje de un naturalista alrededor del mundo: “El 6 de enero llegamos a Tenerife, pero se nos prohibió desembarcar, por temor de que lleváramos el cólera; a la mañana siguiente vimos el sol tras el escarpado perfil de la isla de Gran Canaria e iluminar súbitamente el pico de Teide, en tanto las regiones más bajas parecían velas en nubes aborregadas”.
En 1915 se constituyó en Las Palmas de Gran Canaria la “Sociedad Fomento y Turismo”. Sus objetivos eran: “propagar las excelencias del clima de nuestra isla y sus imponderables bellezas, procurar la atracción de forasteros y transformar a Las Palmas de Gran Canaria en una gran población, culta y entretenida”. La Sociedad Fomento y Turismo fue disuelta en 1928, pero en julio de 1934 se creó el Sindicato de Iniciativas y Turismo.
Domingo Doreste (‘Fray Lesco’), Federico León, Domingo Cárdenes y los hermanos Néstor y Miguel Martín Fernández de la Torre fueron los impulsores de lo que hoy se llama Centro de Iniciativas y Turismo de Gran Canaria. Las aportaciones de Néstor al Sindicato de Iniciativas y Turismo de Gran Canaria fueron fundamentales en sus primeros años y seguramente lo hubieran seguido siendo si no llega a ser por la temprana muerte del artista en 1938. Escribió Néstor Martín Fernández de la Torre: “El turismo lo entiendo como una grande y compleja industria que ha de desarrollar el país entero. Si no recobramos y acentuamos nuestra personalidad, nada podremos ofrecer al turista que le halague y satisfaga. Dentro de un estilo netamente canario, tenemos que revalorizar todo lo nuestro, sea moderno o tradicional. De otro modo seremos suplantados por el industrial o por el comerciante de fuera, como hoy pasa a nuestros ojos”.
El periodista Michel Jorge Millares ha publicado varios trabajos en los que reivindica la figura de Néstor Martín Fernández de la Torre como la del primer artista que supo ver la isla de Gran Canaria como un producto turístico y que, además, puso en valor la cultura, la identidad, el paisaje y la naturaleza como elementos fundamentales que había que cuidar si queríamos apostar por la industria turística. Coincidimos con Michel Jorge en que Néstor Martín Fernández de la Torre se adelantó en Gran Canaria al papel que unas décadas después jugó en Lanzarote otro artista universal: César Manrique. El artista lanzaroteño escribió en 1979: “hay que defender a toda costa a este fascinante planeta en donde nos ha tocado vivir. Si les puede servir de enseñanza las obras realizadas por mí, respetando profundamente cada latitud de la tierra, con sus propios materiales, con sus tradiciones y agregando lo más sabio del progreso, sin romper la armonía del ambiente”.
Cuando en mayo de este año presentamos ante los ciudadanos nuestro proyecto para gobernar el Cabildo de Gran Canaria, ya hablamos de nuestra apuesta por un turismo ecológico. El pasado mes de octubre celebramos los 40 años de la fundación del Patronato de Turismo de Las Palmas (nació como un organismo de Gran Canaria, Lanzarote y Fuerteventura). En el acto de reconocimiento a las muchas personas que durante estas cuatro décadas trabajaron y colaboraron con el Patronato recordé nuestra apuesta por un turismo sostenible. Decía entonces que los turistas que nos visitan son cada vez más estrictos a la hora de demandar calidad medioambiental. Por eso defendemos una propuesta de ecoisla, donde el desarrollo esté íntimamente ligado al respeto a la naturaleza. Debemos tomar conciencia del territorio como un recurso frágil y plantear su protección estratégica como un valor ecológico. La planificación urbanística debe adaptarse a la realidad climática, paisajística y cultural. No puede ser el instrumento para la especulación pura y dura al que se ha recurrido tantas veces.
Mientras en Francia se desarrollaban los primeros actos de la cumbre del Clima de París, en mi intervención en el III Foro Internacional de Turismo Maspalomas Costa Canaria, en la mesa redonda: “El equilibrio ambiental, económico y social en las islas turísticas” planteé en voz alta algunas preguntas. Una de ellas fue si el sol, las playas, la seguridad…son suficientes garantías para el futuro del turismo en Gran Canaria. Yo creo que no.
En el debate en Maspalomas recordé que, desgraciadamente, los indicadores medioambientales, sociales y económicos de Gran Canaria no son como para tirar voladores. Somos los primeros en emisiones de CO2, en consumo de territorio y en cifras de paro y pobreza. Esta isla demanda urgentemente alternativas económicas viables y fiables: propuestas de desarrollo social y económico innovadoras. Y de obligaciones morales. Estamos agotando los recursos naturales a un ritmo endiablado. Y se nota más en un territorio insular limitado. Cada español necesita actualmente para satisfacer sus necesidades unas 5,3 hectáreas y solo dispone de 1,8 Ha; en Gran Canaria mucho menos: apenas llegamos a 0,1 Ha por habitante. Crecer ilimitadamente es imposible y por lo tanto tenemos que mirar a nuestra naturaleza más cercana para generar energía, para comer, para beber, para respirar… para vivir.
Por ello insistí en que debemos avanzar hacia un modelo de desarrollo más sostenible tal y como nos lo advierte la comunidad científica internacional (y la nuestra, también). Tenemos que trazarnos objetivos que nos lleven a conseguir una isla ecohabitable, sustentada en el equilibrio entre la sociedad, la economía y el medio ambiente. No podemos volver a caer en el desarrollismo. No podemos volver a la senda de la desregulación sin más. No podemos demonizar a la moratoria como la causante de los males que nos aquejan.
Igual que la economía internacional se diversifica y los sectores se van especializando, debemos ir más allá del tradicional turismo de masas que busca sol y playa (o, para ser más exactos, sol, piscina y restaurantes con el estandarizado modelo del todo incluido en el que el visitante ve exactamente lo mismo si está en Canarias, en el Caribe o en el norte de África). Frente a ese modelo apostamos por uno propio, estamos hablando del turismo ecológico, el turismo verde, el turismo cultural, el agroturismo, el astroturismo y muchas otras variables sustentables que deben ser un reclamo para un público potencial cada vez más exigente con la preservación del medio. Sin renunciar, por supuesto, al atractivo de nuestras playas.
Nuestra postura no es una defensa numantina y solitaria. Estamos en la línea en la que va la comunidad internacional. Afortunadamente, más allá de la satisfacción de algunos o las críticas de otros, la cumbre de París vuelve a traer a la agenda política la preocupación por los efectos del Cambio Climático. Antes del acuerdo que se logró el pasado fin de semana en la capital francesa, en este mismo medio yo anunciaba que el Cabildo diseñaría un Plan Insular de Adaptación y Mitigación del Cambio Climático 2016-2050 que se encargaría de coordinar políticas en la isla y en los municipios para aminorar los efectos del calentamiento global.
Esa apuesta por el máximo respeto a la naturaleza es un envite por el futuro, pero también es un reconocimiento a los que defendieron ya esta idea en el pasado. Porque tanto Néstor Martín Fernández de la Torre como César Manrique supieron ver con algunas décadas de antelación, los peligros de apostar por un turismo que no valore nuestro paisaje, nuestra cultura y nuestra identidad. En eso estamos desde el gobierno del Cabildo de Gran Canaria.