Pedro M. González Cánovas
{mosimage}Hay un pensamiento idílico sobre la suposición de que los humanos hemos de pensar en la paz. Sin embargo, la violencia social es una constante en la historia de la humanidad aunque nos consten los efectos desastrosos y dañinos de ese estado.
España empieza a asomar la cabeza después de superar uno de los periodos más violentos de su historia y lo hace sin un golpe de estado ni venganzas políticas. Aun así predomina en ese estado el obrero masoquista o analfabeto políticamente, la cobardía conservadora, el clientelismo conformista o el ultranacionalismo español enmascarado.
En ese Estado no se cuentan los suicidios o la indigencia que resultan de una estrategia laboral que justifican como impuesta desde fuera, desde la patronal internacional, y son capaces de reconocer esa pérdida de soberanía los propios nacionalistas españoles más cerrados, a quienes no se les puede hablar del empobrecimiento de la población ni con números en la mano.
Hay muy poco voto de consciencia en el del cambio, más bien ese voto es una acción violenta y de castigo a quién tan mal ha gobernado y quiere seguir gobernando. Por eso no parece que en España estén preparados para cambios en el modelo de Estado, para elaborar una nueva Constitución que no les amarre al pasado franquista o que permita la evolución de las nacionalidades, reconocidas o no, que conforman ese monstruito. Pero ¿qué vamos a esperar cuando en sus más lejanas colonias los políticos electos son una apuesta colonialista y conservadora?
La mayoría de los españoles (y los propios colonizados) seguirán demonizando cualquier tipo de cambio, de evolución, aunque esto siga costando vidas y empobreciendo más a los habitantes; aunque esto sea un campo abonado para la corrupción vertical; aunque la sangre de los más inocentes corra por las calles y se siga ejerciendo tanta o más violencia social.
Lo peor es que nadie ignora que la violencia engendra violencia y cuanto más más será la de vuelta. Así que piensen la solución que les dejan a sus hijos y, quizás, mejor empezar a construir búnkeres subterráneos o acaparar pasaportes falsos. Porque ya las cuentas en Suiza no son una opción.