Franci Xavier Muñoz. Diplomado en Humanidades y en Gestión Empresarial
{mosimage}Como decía el bolero tan bien cantado por La Lupe (“teatro, lo tuyo es puro teatro”), las negociaciones que ahora se lleven a cabo para la formación del Gobierno van a estar dominadas por ese carácter teatral que siempre ha tenido la política y que tanto le gustaba al exvicepresidente Alfonso Guerra. El resultado electoral ha configurado un Congreso de los Diputados caprichoso, pero es el Congreso que hemos decidido los españoles con nuestro voto y los partidos políticos a los que hemos votado tienen la obligación de respetarlo y, más aún, de traducirlo en una legislatura productiva con las palabras diálogo, pacto y consenso encima de la mesa.
La rotunda negativa del líder del PSOE, Pedro Sánchez, a facilitar en primera votación la investidura del candidato del PP, Mariano Rajoy, entra dentro de la lógica partidista y de lo que se espera del primer partido de la oposición. Nada nuevo bajo el sol. Ahora bien, ¿soportará Sánchez las presiones que le lleguen para abstenerse en la segunda votación o intentará lograr él la investidura para un Gobierno en minoría de amplio y variado respaldo en el Congreso? El líder de Ciudadanos, Albert Rivera, ya ha propuesto la gran coalición que demanda el poder económico, un pacto a tres (PP-PSOE-C’S) para un Gobierno estable que afronte una serie de reformas estratégicas, y Podemos ya ha planteado también la posibilidad de un jefe de Gobierno independiente y de prestigio, si es que a Pedro Sánchez no le dejan intentarlo ni el PSOE ni el IBEX-35. Albert Rivera ya ha traicionado su promesa electoral de no apoyar ni a Rajoy ni a Sánchez, escudándose ahora en la enrevesada aritmética parlamentaria que han arrojado las urnas y en el conflicto planteado por los partidos independentistas catalanes. Podemos, por su parte, no puede iniciar esta nueva etapa política echándose en los brazos del PSOE a la primera de cambio, de ahí su apuesta por una figura independiente para la presidencia del Gobierno. Todos juegan sus cartas al comienzo de la partida, de cara a sus votantes y a los colectivos sociales que representan. Pero el juego no está tan enrevesado como quieren darnos a entender, aunque si lo complican sobremanera no habrá más remedio que ir a unas nuevas elecciones, que sólo pueden favorecer a los dos grandes partidos, PP y PSOE, pues en ese hipotético escenario los indecisos de última hora que optaron el 20-D por la nueva política, visto el fracaso de las negociaciones para un Gobierno estable, retraerían otra vez su voto a la vieja política que, al fin y al cabo, pensarían es la única que seguiría garantizando la gobernabilidad de España. Así que cuidado con dejarse llevar por los cantos de sirena de un nuevo proceso electoral, pues gran parte del voto nuevo (joven y urbano) es un voto volátil y prestado que, a la primera decepción, puede irse a la abstención o a lo viejo conocido.
Tal y como yo lo veo, lamentablemente PSOE y Podemos no han obtenido los escaños suficientes como para protagonizar un rotundo cambio político. Es un buen resultado, pero no óptimo para encabezar un Gobierno de centro-izquierda, pues enfrente tendría un sólido bloque de centro-derecha (PP-C’S) que puede obstaculizar muchos proyectos de ley en el Congreso, y a su lado tendría un bloque nacionalista ideológicamente no homogéneo que no puede garantizar un apoyo estable para toda la legislatura, sobre todo cuando dos fuerzas políticas (ERC y DYL) tienen decidido conducir a Cataluña a la independencia y otro partido, Podemos, quiere celebrar un referéndum vinculante sobre la cuestión en dicho territorio. ¿Cómo va a presidir Pedro Sánchez un Gobierno en minoría con el apoyo de esos partidos, si le exigen la convocatoria de la consulta soberanista? Sería el fin de Sánchez como líder del PSOE… y lo sabe. ¿Sería Sánchez capaz, sin embargo, de lograr el apoyo de esos partidos para su investidura, sin comprometer de momento el manido referéndum? Habría que verlo…
Tal y como yo lo veo, el líder del PSOE necesita, antes que nada, asegurar su liderazgo como secretario general del partido y continuar siendo el candidato a La Moncloa y el líder de la oposición, cargo institucional este último de máxima importancia para él y cuyo protagonismo en el centro-izquierda no puede ceder a Pablo Iglesias. ¿De verdad le interesa gobernar a Pedro Sánchez con un Congreso tan enrevesado? Yo creo que no. ¿Qué es lo más inteligente para él en esta endiablada situación que augura una legislatura más corta de lo habitual? Asegurar las tres figuras arriba mencionadas, consolidando especialmente su candidatura a La Moncloa y la visualización del PSOE como alternativa de Gobierno. Para ello, ¿cuáles serían los pasos a seguir (pasos que podría tener ya más o menos hilvanados con Albert Rivera, pues no me parece casual que el mismo día de la negativa de Sánchez a Rajoy surja la propuesta a tres de Rivera)?
Primero, dejarse rogar y forzar su negativa a Rajoy hasta el punto de que, en aras de la gobernabilidad y con una presión in crescendo de los mercados, Sánchez pueda aceptar la propuesta de Rivera, “por responsabilidad y sentido de Estado”. El PSOE, así, no llevaría a España al desgobierno ni a unas nuevas elecciones, pero su líder salvaría la cara frente a sus votantes, pues no habría cedido a la primera de cambio a las presiones dentro y fuera de su partido. En esa tesitura, Rivera y Sánchez podrían vender caro el apoyo al PP y exigir la retirada de Rajoy, pues entenderían que para la nueva etapa política que han mandatado los españoles, su figura no sólo es prescindible sino, además, contraproducente. Se necesitaría -podrían argumentar- un jefe (o una jefa) de Gobierno más joven y más curtido (o curtida) para la negociación y el pacto. Además, podrían incluir en sus exigencias la formación de un Gobierno con varios ministros independientes, incluso de la órbita del PSOE y C’S, lo que vendería muchísimo mejor su abstención a la investidura de un/a candidato/a del PP. En esas condiciones, además, los tres partidos podrían pactar una agenda de reformas y contrarreformas, así como una revisión integral de la Constitución en la que sólo esas tres formaciones políticas pueden asegurar la no inclusión del derecho de autodeterminación ni de consultas o referendos independentistas. Los tres partidos pactarían, así, una legislatura constituyente de corta duración y que no les comprometiera en el tiempo para no desgastar sus respectivos apoyos electorales.
En este hipotético escenario, a las formaciones emergentes, Podemos y Ciudadanos, sólo les cabe hacerlo muy bien en la oposición, pues saben que su voto, mayoritariamente joven y urbano, les va a exigir más que al PP y al PSOE, cuyo voto, predominantemente mayor y rural, sólo puede ir a menos si aquéllos se crecen como partidos serios y responsables, fieles a sus representados y con mayor experiencia para presentarse a las próximas elecciones como fiables alternativas de gobierno. Ahora bien, todo este hipotético escenario se iría al traste si Pedro Sánchez se empeña, contra viento y marea, en presidir un Gobierno para el que va a contar con muchos enemigos, o si finalmente decide abocar al país a unas nuevas elecciones, en las que creo que Podemos y Ciudadanos serían los más perjudicados, aunque el líder del PSOE no creo que saliera tampoco bien parado, pues habría dinamitado en pocas semanas su perfil de estadista, incapaz de llegar a los acuerdos que, aparentemente, los electores españoles hemos demandado con el voto a nuestros representantes políticos. Todo se verá en breve, aunque mi intuición, repito, apunta a un Gobierno en minoría del PP, no presidido por Rajoy, con ministros independientes y con el apoyo abstencionista de PSOE y C’S en la segunda votación de investidura; un Gobierno para una breve legislatura constituyente en la que se aborde de manera urgente una reforma constitucional y de leyes importantes derivadas. Y de ahí a unas nuevas elecciones en dos o tres años como mucho.