Francisca Seguí Cano. Integrante de la Plataforma por el derecho al aborto de Tenerife y de la Plataforma Feminista Canaria.
{mosimage}Disculpen si les interrumpimos su conversación sobre la liga de fútbol, disculpen si distraemos su atención sobre asuntos de alta política, disculpen si ponemos sobre la mesa una cuestión de la vida cotidiana. Disculpen las molestias, pero nos están asesinando.
Y quienes nos asesinan, a nosotras, a nuestras madres y a nuestras hijas e hijos no son unos locos, no lo hacen en un arrebato de insensatez. 1378 mujeres asesinadas por sus parejas o exparejas desde 1995, 48 mujeres asesinadas durante 2015, cuatro más hace dos días, 8 menores a manos de sus padres o de las parejas o exparejas de sus madres.
Son cifras que pondrían en estado de alerta a toda la sociedad y a los gobiernos si se tratase de muertes por terrorismo. Pero las violencias machistas aún son percibidas por la sociedad como violencias que pertenecen al ámbito de lo privado. Y la inacción por parte de la justicia y de los gobiernos ha ido en aumento en los últimos años.
Quien ama no mata, ni humilla ni maltrata.
El asesinato es la expresión más brutal de la violencia machista pero es sólo la punta del iceberg. Por debajo están las múltiples manifestaciones de esta violencia que van conformando el gran bloque de la cultura patriarcal, cultura en la que nos educan desde que nacemos. El machismo llega hasta el asesinato pero antes nos ha ninguneado, nos ha cosificado, minusvalorado, culpabilizado… En general nos pagan salarios más bajos, nos asignan por ser mujeres las tareas del cuidado, en los períodos de crisis nos empujan de nuevo al hogar, en el ámbito laboral somos objeto de acoso sexual y nos desechan si decidimos ser madres.
El machismo impregna de romanticismo el concepto del amor y nos convence de que “sin ti no soy nada”, nos hace creer que el amor todo lo puede, hasta parar los golpes y el maltrato, que es mejor estar con alguien que sola, que si me controla –lo normal- es porque me quiere… Pero el amor es incompatible con el machismo.
No estamos locas, sabemos lo que queremos.
El pasado 7 de noviembre el Movimiento Feminista demostró en las calles de Madrid que es un movimiento vivo y combativo, y que sabemos de sobra lo que queremos.
Queremos que la violencia machista sea considerada una cuestión de Estado que permita combatirla desde diversos frentes. Que se tomen medidas contundentes y se pongan los medios necesarios. Porque las políticas de recortes están poniendo en riesgo la vida y la salud de miles de mujeres que sufren la violencia machista por parte de sus parejas o exparejas, así como la de sus madres, y la de sus hijas e hijos.
Pero también hay que cuestionar la base del iceberg, la ideología patriarcal justificadora y sustentadora de todas las violencias machistas. Para ello, los gobiernos, las instituciones públicas deben impulsar políticas de prevención y toma de conciencia, desarrollar programas de formación especializada en este tipo de violencia dirigidos a todos los sectores implicados (educativo, sanitario, jurídico, laboral), incorporar una educación no sexista y no excluyente, democrática, en todos los ciclos del sistema educativo. Y los medios de comunicación deben tener un código ético que les comprometa a visibilizar y a tratar como tales las manifestaciones de violencia machista, a utilizar un lenguaje no sexista y a no difundir la publicidad que sigue manteniendo los estereotipos de género.
El machismo nos hace víctimas, el feminismo nos da las riendas de nuestra vida.
No estamos locas, sabemos lo que queremos.
El pasado 7 de noviembre el Movimiento Feminista demostró en las calles de Madrid que es un movimiento vivo y combativo, y que sabemos de sobra lo que queremos.
Queremos que la violencia machista sea considerada una cuestión de Estado que permita combatirla desde diversos frentes. Que se tomen medidas contundentes y se pongan los medios necesarios. Porque las políticas de recortes están poniendo en riesgo la vida y la salud de miles de mujeres que sufren la violencia machista por parte de sus parejas o exparejas, así como la de sus madres, y la de sus hijas e hijos.
Pero también hay que cuestionar la base del iceberg, la ideología patriarcal justificadora y sustentadora de todas las violencias machistas. Para ello, los gobiernos, las instituciones públicas deben impulsar políticas de prevención y toma de conciencia, desarrollar programas de formación especializada en este tipo de violencia dirigidos a todos los sectores implicados (educativo, sanitario, jurídico, laboral), incorporar una educación no sexista y no excluyente, democrática, en todos los ciclos del sistema educativo. Y los medios de comunicación deben tener un código ético que les comprometa a visibilizar y a tratar como tales las manifestaciones de violencia machista, a utilizar un lenguaje no sexista y a no difundir la publicidad que sigue manteniendo los estereotipos de género.
El machismo nos hace víctimas, el feminismo nos da las riendas de nuestra vida.