Francisco González Tejera
{mosimage}El comandante Corrales dejó la bolsa con treinta gramos de heroína en la vivienda del camello conocido como el “El Chinchilla”. Era una droga desconocida hasta ese momento en la Canarias de los años 70. El narco de poca monta recogió un gran fleje de billetes de 1.000 pesetas, entregados en mano por el guardia civil. No habían pasado cinco años de la muerte de Franco, la pseudomemocracia española daba sus primeros pasos, la consigna del nuevo régimen era clara: Enganchar a la droga a millones de jóvenes en Euskadi, Catalunya, Madrid, Galicia, Valencia, Andalucía, Asturias y las islas, anular su capacidad de lucha, cualquier iniciativa revolucionaria.
Nada que ver con los efectos de la coca, el hachís, la mariguana, las anfetaminas que se conseguían con receta en farmacias. Aquello era distinto, destruía familias, los afectados, chicos y chicas, les robaban a sus propias familias para drogarse cada día.
Una verdadera plaga de papelinas y alucinaciones colectivas convirtió las islas en un verdadero territorio comanche: atracos, muertes con la jeringuilla en el brazo en cualquier portal, en los parques de la ciudad de Las Palmas, en barrios como Schamann, Escaleritas, El Batán, Pedro Hidalgo, Guanarteme, no había un lugar donde no se vieran las víctimas de la premeditada estrategia del estado, siguiendo instrucciones de los cerebros de los servicios secretos norteamericanos, tal como ya venían haciendo en otros países, sobre todo de Latinoamérica, que prepararon a conciencia con la dictadura fascista el necesario recambio de régimen, la conversión de un sistema totalitario en un montaje monárquico con los mismos franquistas cambiados de chaqueta, con parte de una izquierda PSOE-PCE cómplice directa de este escarnio a la memoria, a la dignidad de quienes pagaron con su vida o la cárcel su lucha por la democracia, argumentando que era para evitar que los sectores más involucionistas dieran un nuevo golpe de estado, que la “reconciliación” de las dos Españas era necesaria, abonando el terreno para solo una de sus Españas, la del saqueo, la corrupción y el terrorismo de estado.
Firmaron los “Pactos de la Moncloa”, elaboraron una Constitución a la medida del poder financiero, de la banca, una Carta Magna de la que no se ha cumplido casi nada, impusieron un nuevo formato de dictadura, con los mismos ladrones y criminales en el poder, construyendo un nuevo país sobre los huesos de las fosas comunes y cunetas de más de medio millón de demócratas y antifascistas asesinados, masacrados en 40 años de terror, torturas y crímenes de lesa humanidad.
“El Chinchilla” se hizo millonario en pocos años como otros de su misma calaña, algunos se reciclaron en constructores, otros hicieron sus pinitos en política como concejales o consejeros de los Ayuntamientos y Cabildos, destruyeron las vidas de cientos de miles de familias canarias, vascas, catalanas, valencianas…, la muerte inundó los barrios humildes, arrasó por la pacífica vida de millones personas honradas, de jóvenes que habían corrido muchas veces delante de los grises, que tenían la esperanza de una sociedad mejor, más justa, democrática, participativa, donde los valores de la República se recuperaran para un pueblo con inmensas ansias de libertad, pero todo fue una mentira, muchos acabaron sus días inyectándose la última dosis en cualquier basurero, viendo lo borroso del mundo, una especie de sueño, de pesadilla irreal antes de cerrar los ojos para siempre.
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