Luis León Barreto
{mosimage}En tiempos de globalización creciente, cuando los medios de comunicación tienden a uniformizar usos y costumbres de la aldea global, Canarias celebra cada verano docenas de romerías en cada una de las islas, una especie de reencuentro nostálgico con usos del pasado rural, carrozas y carretas con productos de la tierra que van desde una piña de plátanos a pescado recién apresado, grupos de tocadores y cantadores y una legión de mujeres y hombres ataviados con los trajes típicos de cada lugar.
En La Palma este verano se celebró una de las que tienen más predicamento: la de El Paso, por la Virgen del Pino. Se produce, entonces, una aparente explosión del culto a la tierra chica que nos vio nacer, a las tradiciones reales o incorporadas en el último minuto. Desde los tiempos en que se instauró la democracia, tenemos un cierto empacho de folklore pero en realidad desde los años 60 comenzó el aluvión que protagonizaron los primeros grupos que dieron otra dimensión a lo que la gente tocaba y cantaba en las parrandas: Los Sabandeños en Tenerife, Los Gofiones en Gran Canaria, Los Arrieros en la isla de La Palma. Ver a un rubicundo alemán formando parte de un grupo de tocadores de timple o a una china en medio de un grupo de baile de cualquier agrupación de cualquier isla demuestra que estamos en tiempos de fusión, de mezcla, de intercambio de identidades. Inmigrantes que proceden de la Unión Europea, América Latina, Asia y la cercana pero casi siempre distante África.
Como bien dijeron hace muchos años los ensayistas Domingo Pérez Minik y Juan Rodríguez Doreste, nuestras islas son un puerto de entrada y salida de viajeros, puertos abiertos a barcos de cien banderas como anticipó el poeta Tomás Morales, pues desde siempre las capitales canarias han tenido un sesgo cosmopolita. Y también habría que añadir que, si bien estamos en tiempo de emigración de gente joven en busca de trabajo, para importantes núcleos de población extranjera este archipiélago continúa siendo un imán por su calidad de vida, por su clima, su naturaleza, su importancia turística y su capacidad de integración para segmentos de población foránea. Con todo esto, la identidad de un pueblo va modificándose en el transcurso del tiempo, está en evolución constante, ya que además de la recuperación de usos del pasado siempre se añaden elementos procedentes del exterior, que al cabo de unos años adquieren carta de naturaleza. Por otra parte, hoy en día la identidad es un hecho totalmente permeable en los distintos lugares del mundo, ya que un notable flujo de población viene y va de un lado para otro y además internet nos acerca el espectáculo de la globalidad, sin olvidar la enorme importancia de la solidaridad que debemos mostrar con respecto a los grandes flujos de refugiados, de expulsados de su tierra por las incesantes guerras, las persecuciones políticas, la falta de Derechos Humanos, etcétera. Pues esta vieja Europa, a fin de cuentas un club de ricos, no tiene otro remedio que dejar de mirar para otro lado cuando hay cientos de miles de hombres, mujeres y niños en camino.
A medida que uno se va haciendo mayor, se identifica con aquellos elementos distintivos de la tierra en que nació. Valoras lo que anteriores generaciones fueron construyendo, ese cimiento de la historia que no tiene que ver necesariamente con insularismos, isloteñismos, pleitos insulares, etcétera. Ese patrimonio histórico y espiritual está mucho más allá de las pugnas locales, las rivalidades, las interferencias de los políticos. Porque cuando uno está lejos de las islas sin duda le pone los pelos de punta escuchar una isa, una folía, el tópico pero funcional pasodoble Islas Canarias, cualquier cosa que sea auténticamente popular.
Hizo mucho por la recuperación del folklore Nanino Díaz Cutillas y su programa Tenderete, de audiencia masiva en sus inicios. Hoy la audiencia está fragmentada, puesto que hay programas similares en TVE en Canarias y en la RTV Canaria. Las transmisiones de lucha canaria por fortuna no se han extendido a las riñas de gallos, que deberían ser suprimidas pese a ser tradicionales en ciertos municipios debido a que la sociedad cada vez está más mentalizada en cuanto a la necesidad de proteger el mundo animal, evitando todo tipo de violencia o maltrato. Obviamente, las peleas de perros, de carneros o de cualquier otra especie animal también habrán de ser perseguidas con rigor; tienen mucha presencia en determinados barrios marginales y dan pie a jugosas apuestas.
Distinguir identidad y folklore requiere manejar importantes matices que no siempre son bien entendidos. La identidad puede ser manipulable con cierta facilidad, a veces los medios de comunicación, y sobre todo la radio y la TV, generan una tendencia a estandarizar la identidad. El folklore, al contrario, tiene un concepto más amplio ya que puede estimarse que hace referencia al conjunto de prácticas, creencias y costumbres que son tradicionales de un pueblo. De este modo, hay que incluir no solo la música tradicional sino también los bailes, las leyendas, los cuentos, la artesanía y las supersticiones. En el caso de Canarias ya sabemos la importante presencia de las músicas latinoamericanas, especialmente de la zona del Caribe, así como la similitud en el uso del idioma, la gastronomía, etcétera. Con especial referencia al punto cubano, el arte de los verseadores que con tanta energía se aclimató en la isla de La Palma, donde se cuida en municipios como Tijarafe y otros lugares del norte de la isla a lo largo de sus fiestas patronales. Los repentizadores, los romances tan arcaicos que también se conservan en personas de mucha edad en algunos lugares de las islas, el gusto por la música mexicana, la aclimatación aquí de tantas canciones que nacieron al otro lado del océano y han cobrado carta de naturaleza, la cercanía sentimental con Venezuela: todos ellos son ingredientes que alimentan a nuestra gente, que desde siempre tuvo que coger las maletas para fundar ciudades al otro lado del mar, para superar el hambre, para hallar nuevos horizontes más allá de la estrechez de este suelo.
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