Dirk Laabs. Periodista de investigación
{mosimage}Todo drama necesita un estupendo “malo” y, en el ultimo acto de la crisis griega, Wolfgang Schäuble, el ministro de Finanzas alemán de 72 años, da la impresión de ser un notorio villano: sus críticos le consideran un tecnócrata despiadado que intimidó a un país entero y ahora planea despojarle de sus activos.
Fue hace 25 años, durante el verano de 1990, cuando Schäuble encabezaba la delegación de Alemania Occidental que negoció las condiciones de unificación con la Alemania del Este anteriormente comunista. Doctor en leyes, ministro del Interior de Alemania Occidental y uno de los asesores más cercanos al entonces canciller Helmut Kohl, era el tío al que se mandaba cuando las cosas se ponían complicadas.
La situación de la Antigua RDA no difería demasiado de la de Grecia cuando Syriza saltó al poder. Los alemanes orientales acababan de celebrar las primeras elecciones libres de su historia, solo meses después de que cayera el Muro de Berlín, y algunos delegados de Berlín Este soñaban con un nuevo sistema político, una “tercera vía” entre la economía de mercado occidental y el sistema socialista del Este, sin tener a la vez ni idea ya de cómo pagar las facturas.
Los alemanes occidentales, al otro lado de la mesa, tenían el empuje, el dinero y un plan: todo lo que poseía el Estado de Alemania Oriental sería absorbido por el sistema de Alemania Occidental y vendido rápidamente a inversores privados para recuperar algo del dinero que Alemania Oriental precisaría en años venideros. Dicho de otro modo: Schäuble y su equipo querían garantías.
En ese momento, todas las antiguas empresas, tiendas o gasolineras antes comunistas eran propiedad de la Treuhand, o fideicomiso, una institución originalmente ideada por un puñado de disidentes alemanes del Este para impedir que las empresas dirigidas por el Estado las vendieran cuadros comunistas corruptos a bancos y empresas de Alemania Occidental. Misión de la Treuhand era convertir todos los grandes conglomerados, las compañías y las tiendecitas en empresas privadas para que pudieran integrarse en la economía de mercado.
A Schäuble y su equipo no les importaba que los disidentes hubieran planeado repartir acciones de las empresas a los alemanes orientales emitidas por la Treuhand (concepto, por cierto, que llevó al ascenso de los oligarcas en Rusia). Pero les gustaba la idea de un fideicomiso porque operaba fuera del gobierno: si bien técnicamente lo supervisaba el Ministerio de Finanzas, públicamente se veía como una agencia independiente. Antes incluso de que Alemania se fusionara en un solo Estado en octubre de 1990, la Treuhand se encontraba firmemente en manos germano-occidentales.
Su objetivo consistía en privatizar cuanto antes todas las empresas posibles y, si se preguntara hoy a la mayoría de los alemanes acerca de la Treuhand, dirían que logró el objetivo. No lo hizo de manera que fuese popular entre la gente de Alemania Oriental, donde la Treuhand se convirtió rápidamente en la cara fea del capitalismo. Hizo un trabajo horrible a la hora de explicar la transformación a los conmocionados germano-orientales, que se sintieron desbordados por esta extraña agencia nueva. Para empeorar las cosas, la Treuhand se convirtió en un vivero de corrupción.
Sobre la agencia recayeron todas las culpas de la desoladora situación de Alemania Oriental. El partido de Kohl y Schäuble, la conservadora CDU, fue reelegido en los años siguientes, en tanto que el precio lo pagaron otros: uno de los presidentes de la Treuhand, Detlev Karsten Rohwedder, fue tiroteado y muerto por terroristas de izquierda (también Schäuble fue víctima de un atentado que le dejó de modo permanente en silla de ruedas sólo días después de la reunificación alemana, pero los motives del paranoide que atentó contra él no tenían relación con los acontecimientos políticos).
Pero la realidad de lo que hizo la Treuhand resulta diferente de la percepción popular, y eso debería constituir una advertencia tanto para Schäuble como para el resto de Europa. Vender los activos de Alemania Oriental con beneficio máximo resultó más difícil de lo que se había imaginado. Casi todos los activos de valor real – los bancos, el sector energético – se habían vendido como rosquillas a empresas occidentales. A los pocos días de la introducción del marco occidental, la economía del Este se vino completamente abajo. Igual que Grecia, requirió un programa de rescate masivo organizado por el gobierno de Schäuble, sólo que en secreto: se reservaron 100.000 millones de marcos para mantener a flote la vieja economía de Alemania del Este, una cifra públicamente conocida solamente años más tarde.
Con los precios laborales y de los suministros disparados, la economía de Alemania del Este, ya en tensión, cayó en picado y la Treuhand no tuvo más remedio que vender muchos de sus negocios. Un par de meses después, empezó a cerrar empresas enteras, despidiendo a miles de trabajadores. Al final, la Treuhand no hizo dinero en absoluto para el gobierno alemán: recaudó 34.000 millones de euros a cambio del total combinado de las empresas del Este, perdiendo 105.000 millones de euros.
En realidad, la Treuhand se convirtió no solo en un instrumento de privatización sino en un holding cuasi-socialista. Perdió miles de millones de marcos porque siguió pagando los salarios de muchos trabajadores del Este y mantuvo algunas fábricas inviables, un aspecto positivo que queda olvidado cuandio se denigra a la agencia. Debido a que Kohl y tampoco, durante el verano de 1990, Schäuble eran economistas de la Escuela de Chicago partidarios de experimentos radicales sino políticos que querían ser reelegidos, bombearon millones a una economía desfalleciente. Aquí es donde acaban los paralelismos con Grecia: había límites politicos a la austeridad que podia imponer un gobierno a su propio pueblo.
La lección que aprendió Schäuble – y que probablemente influye hoy en su forma de tomar decisiones – es que si actúas como un neoliberal de corazón puro puedes irte de rositas en lo que se refiere a decisiones que no tienen perfecto sentido económico. Si Schäuble está actuando ahora mismo con dureza frente a Grecia, es porque su electorado quiere que actúe así; no es que no le importe el pueblo griego, es que quiere que la gente crea que no le importa, porque ve las ventajas políticas que se derivan de ello.
Pero Schäuble tendría que haber aprendido de la historia que el juego de la Treuhand tuvo consecuencias psicológicas catastróficas. Aunque la agencia la dirigían alemanes que hablaban alemán, todavía muchos la consideran en el Este como una fuerza de ocupación.
La idea de Schäuble de que haya países extranjeros que controlen los activos de Grecia y se los lleven fuera del país es un concepto aun más humillante para cualquier país. Schäuble da en aparecer como un contable duro y sobrio. En realidad, se trata de un político corriente que repite viejos errores.