Así pues, creo que debemos estar atentos a lo que van diciendo las encuestas para encarar las próximas elecciones generales en la izquierda alternativa. Y parece que en todas ellas los ciudadanos de izquierda siempre expresan un deseo de confluencia, es decir, un deseo de unidad en un espacio común, variado y respetuoso, en el que puedan convivir las diferentes sensibilidades de la izquierda alternativa, un espacio que pueda albergar un programa común, mínimo pero común, que devuelva a la mayoría social de este país -que sigue siendo de izquierdas- la confianza en la política, en lo público, en sus representantes y gobernantes y, sobre todo, la seguridad en que la gestión de los intereses generales no va a estar condicionada a ningún interés particular, como los viejos partidos europeos socialdemócratas –hoy reconvertidos a social-liberales- se han encargado de traicionar, entregando el poder representativo de gobiernos y parlamentos –el poder del pueblo- a los dictados de los grandes poderes financieros y económicos.
Es cierto que, por un lado, la reciente experiencia de las elecciones municipales nos demuestra que las listas de confluencia han sido un éxito allá donde se han concretado. Y, por otro lado, también hay que reconocer que de la reciente experiencia de las elecciones autonómicas debemos concluir que la marca Podemos ha cosechado el éxito en solitario que más o menos intuía. Por lo tanto, la incógnita a resolver es el comportamiento electoral de la izquierda alternativa en unas elecciones generales, y de ahí las prisas y los nervios de algunos y la calma y la complacencia de otros. La respuesta no es sencilla, aunque cada uno debe aportar la suya, y a eso me animo yo en estas líneas.
Cierto es que Izquierda Unida está pagando la soberbia con la que trató a todo el movimiento político y social que intentó confluir con ella para las elecciones europeas del año pasado. Los compañeros de IU se encargaron entonces de decir a los demás que primero ellos en las papeletas electorales y después el resto, de lo que surgió la gran decepción que hizo eclosionar a Podemos, con un resultado electoral envidiable, que supuso el primer toque de atención para IU. De su actitud en los meses siguientes no se deducía que tomaba en serio a Podemos y, por lo tanto, muchos defendimos la concurrencia en solitario de Podemos a las elecciones municipales y autonómicas, lo que en parte se ha cumplido y en parte no. Sin embargo, de esa doble comparencia electoral, en confluencia con otros a las municipales y en solitario a las autonómicas, Podemos sólo puede exhibir gobiernos –por tanto, éxitos completos- en el ámbito municipal, es decir, cuando ha concurrido a las urnas en confluencia con otros, e incluso en algún lugar con IU. De los resultados autonómicos Podemos también puede exhibir cierta alegría, pues su apoyo a los candidatos del PSOE ha facilitado el cambio –entendido por la expulsión del PP- en algunas comunidades autónomas, pero no gobiernos podemitas. ¿Cuál de los dos modelos, por tanto, tendría más éxito en unas elecciones generales? Para responder a esta pregunta, creo que hay que estar atentos a los siguientes condicionantes:
Primero: los apoyos de Podemos a candidatos del PSOE para gobiernos, sobre todo autonómicos, aunque también municipales, tienen que traducirse inevitablemente en una mejora de las expectativas electorales del PSOE en esos lugares, salvo que Podemos sea capaz de hacer un seguimiento exhaustivo de esos pactos y publicitarlo permanentemente porque, de lo contrario, quien gobierna fagocita las siglas partidistas.
Segundo: Las elecciones generales se fundamentan en la provincia como circunscripción electoral, lo que introduce un elemento de distorsión para la izquierda alternativa en las provincias menos pobladas, donde es menos conocida. La dispersión en ellas, por tanto, sólo favorecerá a los grandes partidos. De alguna manera, electoralmente hablando, las generales son más parecidas a unas municipales que a unas autonómicas, de ahí que las municipales siempre sirvan de testigo anticipatorio para los dos grandes partidos.
Tercero: El cambio de actitud en IU, de la mano de Alberto Garzón, parece sincero. Las elecciones autonómicas han supuesto el segundo varapalo electoral para la coalición de izquierdas y, ante la perspectiva de desaparición, se ven forzados a acelerar la confluencia con otros partidos de izquierda y movimientos sociales de cara a las elecciones generales. Pero también es verdad que en las elecciones municipales, cuando han concurrido en confluencia, e incluso con Podemos, han cosechado resultados muy aceptables y esperanzadores. ¿Quiere decir eso que cierto electorado de izquierdas ha perdido el miedo a votar una candidatura donde esté incluido el PCE? Porque, aunque no se exprese en público, se sigue expresando en privado: hasta la llegada de Podemos mucho votante socialista desencantado con el PSOE se quedaba en casa antes que votar a IU, por la sola presencia en ella del PCE. Y es que, a pesar de las décadas que han pasado, creo que en la izquierda siguen abiertas esas heridas entre socialistas y comunistas que resquebrajaron la segunda experiencia republicana de nuestra Historia y coadyuvaron a la debilidad del ejército republicano frente al franquista. No sólo yo sino muchos de mis amigos nos hemos criado en hogares de izquierda con esa clara división entre lo socialista y lo comunista. Creo que, a día de hoy, esa puede ser todavía una razón para la resistencia de Podemos a la alianza con IU, y quizás IU debería ser consciente también de esa posible rémora y promover una renovación del PCE que lo aísle y aleje de ese pasado tan vapuleado por la derecha extrema. Toda la izquierda le debe mucho al PCE durante la dictadura franquista, es cierto, pero iniciada la transición y hasta hoy, creo que esa lucha opositora a Franco se ha vendido menos o peor que las luchas fratricidas con socialistas y anarquistas durante la II República y la Guerra Civil, quedando éstas más que aquélla en la memoria o el conocimiento de las generaciones más jóvenes. Además de esta circunstancia, el comunismo en este país se sigue vinculando mucho a las históricas experiencias totalitarias de los países de la Europa del Este, vinculación que la derecha extrema se ha encargado siempre de manipular, pues el PCE fue de los primeros en Europa en desmarcarse de aquellos totalitarismos y enfilar la vía del eurocomunismo en democracia. Pero, aún así, en grandes países europeos el comunismo hizo una transición a formas más amables, desvinculadas del todo de un pasado extremista, renunciando a ciertas máximas, señas de identidad históricas, logotipos, banderas e incluso nombres. Hablo de Francia, Alemania e Italia, por ejemplo, quedando a día de hoy en el este y sur de Europa principalmente partidos comunistas que muchos electores siguen vinculando a la Europa de la posguerra. Yo no hago un análisis politológico de este condicionante sino exclusivamente testimonial de mi entorno más inmediato, no militante, y de ahí mi reflexión sobre la conveniencia de que el PCE también se renueve con los tiempos de esta nueva política que demanda ahora la ciudadanía indignada.
Cuarto: Si Podemos es capaz de confluir con ICV y con EUiA para las elecciones autonómicas catalanas, ¿cómo se explicaría que no pudiera alcanzar pactos similares con Compromís en el País Valenciano o la CHA en Aragón o Anova en Galicia, etc.? Pactos autonómicos que defiende el secretario general de Podemos, Pablo Iglesias, para concurrir a las elecciones generales en las circunscripciones electorales provinciales de dichas autonomías. Es una estrategia alternativa a la de alcanzar un acuerdo estatal, como el que plantea la plataforma Ahora en Común. Pero sea a nivel autonómico o a nivel estatal, creo que Podemos no podrá rechazar la confluencia con IU en aquellas provincias donde IU mantenga expectativas de obtener representación parlamentaria. Tanto si la fórmula es estatal o autonómica, al final hay que rellenar candidaturas provinciales y creo, sinceramente, que toda la izquierda alternativa suma más junta que separada. Hay provincias suficientes para repartir candidaturas cremallera de diversas formaciones y habría grupo parlamentario más que suficiente para que algunas individualidades sigan destacando. Sólo habría que ponerse de acuerdo en el candidato o candidata a la Presidencia del Gobierno. Aquí no cabría otra fórmula que unas primarias ciudadanas. ¿Apuntaban las últimas declaraciones de Pablo Iglesias (“seré generoso”) hacia ese escenario?
Quinto: Para decidirse por la confluencia o no de toda la izquierda alternativa en una candidatura única hay que estar también atentos a la frustrada experiencia de Syriza en Grecia, al frente común de gobiernos neoliberales y social-liberales contra fórmulas políticas similares a ella en Europa, al descenso experimentado por Podemos en las últimas encuestas de intención de voto y a la baja participación en sus recientes votaciones internas. Incluso, por qué no, a pensar si Pablo Iglesias sería el mejor candidato de toda la izquierda alternativa.
Son muchos factores a tener en cuenta y muchas las variantes que condicionan y cambian diariamente la intención de voto de los ciudadanos, sobre todo los de izquierda, que suelen ser más volátiles que los de derecha. Habrá que afinar mucho pero mi opción personal es la confluencia, provincia a provincia, circunscripción a circunscripción, con las fuerzas políticas y movimientos sociales más relevantes e influyentes en cada uno de esos ámbitos de contienda electoral. Yo, particularmente, estoy harto de divergencias, purismos, trayectorias, egoísmos y etiquetas. Hace años que vengo reclamando, como muchos otros, un frente popular de izquierdas, similar al histórico de 1934. Resulta que éste ya se ha formulado a priori en las elecciones municipales y a posteriori en las autonómicas. Ahora, para las generales, la opción es optar por dicho frente a priori o a posteriori. Aun a riesgo de equivocarme, opto por lo primero e incluso propongo el nombre de la candidatura estatal: Ahora en común, Podemos. Dicho nombre conlleva la renuncia de otras siglas partidistas a nivel estatal, autonómico o provincial, pero no la renuncia de personalidades de dichos partidos o movimientos que en los actos electorales puedan exhibir sus siglas. Como dicen muchos analistas de izquierda: “debemos unirnos para ganar pero sin Podemos no podemos ganar y Podemos no puede solo”.