Armando Fernández Steinko
{mosimage}La situación creada en Grecia se puede comparar a la liquidación del proyecto de izquierdas en la Francia de Mitterrand a principios de los 80. Las condiciones que los acreedores le han impuesto a su gobierno son las mismas, si no peores, a las que se opuso Syriza aunque, a diferencia de lo que ocurrió en Francia, su aceptación no va a llevar a un giro estratégico en la política económica de Tsipras: se ha perdido una batalla pero no la guerra.
Las negociaciones políticas se basan en los recursos de los que disponen las partes que negocian y la balanza no podía estar más desequilibrada. Durante todos estos meses Tsipras ha tocado con maestría los instrumentos disponibles para la parte más débil: ha aprovechado hasta la más pequeña brecha abierta en el bloque opositor –en este caso los miedos de Francia e Italia a Alemania–, ha acumulado argumentos éticos y morales, ha organizado un referéndum para reforzar su posición negociadora y ha conseguido colocar a toda la oposición detrás de él tras la victoria del oxi. No fue, no podía ser, suficiente en la coyuntura de las negociaciones. No sólo porque Grecia representa una pequeña parte del PIB de la Unión Europea sino por la ferocidad con la que algunos gobiernos, entre ellos el español, se opusieron casi histéricamente a Grecia, pues su triunfo negociador los habría desestabilizado dramáticamente en sus países en una suerte de efecto dominó: la posibilidad de un éxito de Tsipras se había convertido en una pesadilla para ellos (Yanis Varoufakis). Y también porque, tras varios años de austeridad en Alemania, Holanda y Finlandia, la idea de la solidaridad europea ha quedado muy arrinconada y el avance de la ultraderecha es una losa que pesa sobre cualquier Gobierno de los países ricos que decida hacerle un guiño a los pobres. Es verdad: si no cambian mucho las cosas, esta derrota de Grecia marca el punto final del proyecto político de Europa. El socialdemócrata Schröder, primero, y el democristiano Schäuble después, los dos partidos que pusieron en marcha el proyecto después de la Segunda Guerra Mundial, son también los que lo han enterrado. Las fuerzas europeas de la solidaridad deberían empezar a digerir las consecuencias de este hecho transcendental.
¿Podía Tsipras haberlo hecho de otra forma? Esta pregunta puede parecer estéril pero no lo es en la actual coyuntura, pues la guerra contra el neoliberalismo sigue en toda Europa y Tsipras no se ha pasado al enemigo como Mitterrand. Es pronto para conocer todos los detalles pero había indicios que presagiaban un desenlace como este.
1.) Tsipras y muchos otros europeos han subestimado el avance de las posiciones aislacionistas dentro de Alemania, su disposición a sacrificar el proyecto europeo si éste pone en duda el diktat de su hegemonía y su falta de escrúpulos democráticos: los que conocemos el detalle de la historia de Alemania reciente estábamos avisados. Merkel era el poli bueno y Schäuble el poli malo, pero el que manda realmente es el segundo, que es el que tiene los lobbies económicos detrás. También han subestimado los sacrificios que los propios alemanes han hecho en favor de la neocompetitividad/austeridad desde los años de Schröder, así como el debilitamiento de una idea solidaria para Europa en las mentes de sectores muy amplios de las clases medias y populares en los países ricos de la Unión.
2.) Cada vez que Tsipras regresaba de Moscú sin traerse a Atenas un acuerdo de ayuda financiera de emergencia para hacer frente a un posible estrangulamiento de los bancos griegos, se acercaba a la situación actual. Las razones últimas no las conocemos, pero no cabe duda de que la recesión en Rusia, provocada por la caída del precio del petróleo y las sanciones económicas impuestas por la Unión Europea, ha limitado la capacidad de maniobra financiera de Rusia en un momento clave de las negociaciones.
3.) Los que, sin molestarse en calcular los efectos, han apostado desde el principio por una salida de Grecia del euro sin hacer todo lo posible por evitarlo, se han colocado en esa posición de comodidad que conocemos del infantilismo político criticado en su día por Lenin. Tsipras puso en marcha un “grupo de crisis” para evaluar las consecuencias del Grexit, incluida la capacidad de los funcionarios griegos de poner en marcha un proceso tan complejo como ese, la dinámica especulativa que esta salida podía desencadenar reforzando a la casta que ha llevado al país donde se encuentra ahora, y que dispone de muchos euros escondidos debajo del colchón y en cuentas corrientes en el extranjero, euros que habría utilizado para reforzar de nuevo su posición en el país, la falta de divisas para pagar los insumos más elementales para mantener el país en marcha etc. Con todo: Tsipras debería haber preparado, desde el primer día, ese plan B para hacerse con el control del Banco de Grecia en el caso de que la otra parte decidiera debilitar su posición negociadora amenazando con dejar los bancos griegos sin liquidez como así ha sucedido. La mayoría de los miembros del gobierno de griego –no así Varufakis– pensaron que este chantaje nunca se produciría, tenían miedo de que el Grexit se convirtiera en una profecía autocumplida y pensaban que acercarse al punto de no retorno debilitaría su posición negociadora. Pasó todo lo contrario: un plan B, junto con una financiación de urgencia por parte de Rusia, habría equilibrado la balanza de la negociación, aunque no sabemos si lo suficiente como para provocar un resultado distinto.
Pero la historia no ha terminado. Hay inversores de fuera del bloque atlántico en espera de un acuerdo entre Grecia y la Unión Europea para desembarcar en el país y provocar un efecto multiplicador que impulsaría el crecimiento. Las inversiones del paquete Juncker también podrían empujar en un sentido similar, aunque de la Unión Europa no hay ya mucho que esperar. Grecia, precisamente porque sigue dentro, puede hacer valer ahora su veto y su voto dentro de las instituciones europeas, lo cual puede tener consecuencias geopolíticas de largo alcance que ni siquiera Alemania ni los países bálticos van a ser capaces de evitar: el ensañamiento de unos países con otros es una cosa que se acaba pagando como ya vieron los negociadores que se opusieron a la Paz de Versalles que Francia le impuso a Alemania en 1918. En España hace falta altura de miras para crear un bloque político con capacidad de ganar las elecciones en noviembre. Y hace falta también darle una solución federal al tema nacional, pues una dinámica independentista secuestrará la agenda neoliberal en el país, hará extremadamente vulnerable a un Gobierno opuesto al dogma neoliberal y Grecia perderá el aliado que tanto necesita.
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Armando Fernández Steinko, profesor de Ciencias Políticas y Sociología (UCM) y secretario Internacional Comité Federal Permanente Alternativa Socialista.